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Morir y extinguirse

¿Cuál es el fin de mi verso?
Morir y extinguirse en el frontispicio de cara a la nada.
No es una estrella lumínica que se desprende
de una constelación ni nada que se le parezca.
 
Apenas si unas líneas que pudieran ser imaginarias,
abstractas, vacías, vacuas, extrañas a cualquier naturaleza.
Que se cuelgan de la nada, del sustrato de lo concebido,
queriendo quedarse para poblar el cosmos.
 
Hay momentos que tienen luminiscencia
que son como las auroras boreales
o como las aguas pobladas por cándidas algas fluorescentes
que dan su teatralidad a insignes marinos.
 
Yo quisiera que mis versos fueran muro
que pudieran detener a los corceles apocalípticos,
que fueran lenguas de fuego para iluminar
la oscuridad de los ojos ciegos del universo.
 
Que fueran la brújula del viajero,
el tercer ojo de tu sexto sentido.
Que fueran el susurro del rio llegando
en melodioso concierto hasta el mar.
 
Ciego el verso no aspira alcanzar el vuelo
de las golondrinas anodinas que viajan al sur.
Se ausculta en el musgo mortecino de los acantilados
donde trepida el viento para llegar a la cima.
 
Nostálgico se pierde entre las miradas tumultuosas
de las muchedumbres en la búsqueda del
báculo que le permita abrir las aguas del mar rojo
del submundo de su extraño creador.
 
Si no fuera por el verso que a veces
hace de bálsamo y expiación el poeta muriera
tantas veces como la musa rompiera el velo
de la crisálida memoria de su vida.
 
Allí las aguas de sus líneas inundan las praderas
pueblan de bellos corceles y quiebran cristales
para arrebatar a las bellas ninfas de castillos olvidados
y regodearse de musicalidad mientras ufanos vuelven al escribano.
Preferido o celebrado por...
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