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Allí se encontraba.

Ahí estaba yo –dijo– recordando mis penurias pasadas, los deseos sin alcanzar, los triunfos que se escapaban de mi gloria abandonada en un rincón de mis exhibiciones, al borde de un abismo, al límite de inmensas rocas que gritaban a la muerte que me empujara al vacío.

Intentaba escapar de los cánones sociales que me agobian, que se acumulan en mí y forma una capa extensa tapando los ojos de mi mente. Mente que ya estaba deteriorada, acabada, sin más que dar simplemente porque no se exigía.

Ahí estaba yo, de nuevo, dejándome caer en los brazos de la indecisión que me arrullaban mejor que las buenas palabras que me decían las personas, aunque estas fuesen totalmente contrario a sus deseos. Era extraño, me sentía mejor hundido en nostalgia e inseguridad que en las palabras de fortaleza que salían de quienes me rodeaban, palabras vacías y huecas.

Me encontraba con una paciencia dilatada, en calma, una calma que gritaba desesperación, sin pensar más, me dejé caer.

Fue justo allí cuando desperté, miré a mi alrededor preceptos que me regían, y seguí con mi rutina diaria, pero mi mente seguía indecisa si saltar al vacío o seguir, así se me pasan los días –expresó–.

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