Siento que soy parte de todo y no logro determinar dónde termina esta piel y dónde comienza el mundo. Un cosquilleo recorre mi piel, mi carne y llega hasta mi lengua, dándole un sabor tan dulce como la miel a mi boca. Mis dedos acarician esta piel, procurando reconocerla, sintiendo su suavidad y sus relieves.
Puedo escuchar mi pulso, en este silencio que no existe porque la ausencia de sonido solo significa la posibilidad de escuchar mis entrañas; mi estómago cruje, paso saliva, mi corazón late, y lo único que puedo decir es que este es el sonido de la vida. Ahora siento una tranquilidad inexplicable, siento flotar en una nube, alejándome de esta casa que se cae a pedazos, del continuo conflicto que ha sido mi vida.