Luis Barreda Morán

La Dama Blanca de Las Montañas

La Dama Blanca de las Montañas
 
En las alturas de la Verapaz,
donde la bruma besa el verde audaz,
nace una flor de blanca majestad,
joya de Guatemala, pura verdad.
 
Sus pétalos son suaves, cual alabastro,
un tesoro oculto en el verde rastro
de bosques húmedos, frescos y profundos,
donde se escuchan secretos del mundo.
 
No es una flor común, es singular,
un milagro que el monte supo guardar;
blanca como la nieve al amanecer,
un suspiro de luz para nacer.
 
Vestida de pureza y de quietud,
es emblema de paz y de virtud.
Su albura refleja un corazón sincero,
símbolo eterno del país entero.
 
Es la esencia de nuestra identidad,
un regalo de la naturaleza en libertad.
Representa el arte, la nobleza,
la fuerza callada, la gran belleza.
 
Flor nacional que en las cumbres crece,
con tenacidad el tiempo vence.
Aunque frágil parece a la mirada,
en su raíz hay historia labrada.
 
Es orgullo del pueblo guatemalteco,
un lazo de amor, un fuerte nexo.
En su blancura, sueños se reflejan:
la esperanza que nunca se aleja.
 
Símbolo de paz tras la tempestad,
de un pueblo unido en fraternidad.
En cada hoja, un canto a la armonía,
a la tierra fértil, a la alegría.
 
Su rareza nos enseña a cuidar
los dones que el suelo puede entregar.
Guatemala en su tallo se enaltece,
y en cada corazón su imagen crece.
 
¡Oh, Monja Blanca! Reina de las flores,
guardiana de verdes colores,
tu blancura es bandera de unidad,
de este país, tu eterna heredad.
 
En mercados, bordados y canción,
vive tu esencia en cada tradición.
Eres la esencia de lo natural,
de Guatemala, flor sin igual.
 
—Luis Barreda/LAB

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