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La calle

Un día de estos le voy a traer las niñas. Todo el que las conoce tiene que hacer con ellas. Par de trigueñas con el pelo crespo que cuando crezcan me van a dar tremendos dolores de cabeza. Son despiertas, salen a la madre, que es una mujer muy simpática. Yo la ayudo cantidad: sé hacer de todo, ella no trabaja: es cristiana, como yo. Es muy ocurrente, una mujer que cae bien. Yo no, yo soy más seco. Uno es hombre y en ciertos ambientes no puede estar sonriendo mucho. Las mujeres están acabando, mi tía. Imagínese que yo trabajaba de portero y tuve que dejarlo por las mujeres. Todas las noches tenía tres o cuatro entre manos. No exagero, mi tía, usted aquí, en su casa, no sabe cómo está la calle. La calle está mala. No hay matrimonio que aguante. Yo mismo. Míreme, ¿qué tengo yo? Juventud, porque antes estaba todavía más flaco. Pero como era el portero lo controlaba todo. Hasta diez fulas por entrar, y luego, ya usted sabe. Todas las noches me tomaba montón de cervezas de latica, con una jeva a cada lado. Ay, perdón, no, no mi tía, yo sé que eso de jeva es feo. Aunque con usted me da menos pena que con su hija. ¿Qué edad tiene? No me diga, ay Dios mío, ya metí la pata de nuevo. Mira que me lo dicen, que a las mujeres no se les pregunta la edad. Bueno, le sigo la historia. Dejé el trabajo porque me iba a costar el matrimonio. Mi mujer me amenazó. En realidad me dejó un tiempito, pero volvimos, las niñas, usted sabe, y ella es muy buena. Ahora me dedico a esto, da menos pero es más tranquilo. Claro que lo mío es el trabajo duro. Nos llaman para buenas pinchas, cantidad de gente nos busca. No tomamos, casi ni hablamos, dejamos las casas ordenadas y hasta botamos la basura. No es mucha la gente que trabaja así. Los otros plomeros vienen a hacer lo suyo y no les importa más nada. El hombre con el que trabajo es un cerebro. La hija de usted también parece inteligente, eh, mi tía. Así que es profesora... Yo lo supe en cuanto vi tantos libros. Tiene gestos de profesora. Y una seriedad. No, no me diga la edad: es una persona vieja con un cuerpo y cara joven. No me tome a mal, mi tía, ya le digo, yo también soy un hombre serio. Qué rica estaba la mermelada. Yo se lo dije: que se puede casar. Ella se rió. ¿Por qué no se ha casado? No debe ser fácil estar así. Que se mire en el espejo de la señora de al lado, la solterona. No es fácil para una mujer estar sola. La vida es dura, mi tía. Usted no lo sabe, tan bonita y limpiecita aquí, en su casa, bien lejos de la calle. Siga así, que es mejor. Yo sí lo sé bien: la calle está muy mala. Yo vi cada cosas cuando trabajaba de portero. Los cuadres con los extranjeros, cosas así. Una vez una mujer que vino de Miami me puso treinta fulas en el bolsillo. Yo me di un susto. La dejé entrar y luego se puso a mirarme. Hasta que me puso los fulas. Imagínese, con una niña chiquita que te pongan esa cantidad de dinero en el bolsillo. Cuando eso tenía una sola hija. ¡Cómo le compré cosas lindas! Tuve que inventar una clase de historia... Mi esposa es un lince, pero por suerte esa vez no se dio cuenta. El lío fue después, cuando una jevita empezó a buscarme a menudo. Usted sabe cómo es eso, parece que le gustó, no se me ofenda, pero las mujeres están acabando. Su hija, no, su hija no es así. Eso se ve. Por nada ella iría a un lugar de esos. Si usted viera la clase de mujeres que van donde yo trabajaba... Por suerte yo me fui de ahí. Ahora soy cristiano, mi esposa y yo lo somos, y ha sido lo mejor que nos ha pasado. ¡Ya voy! Este dice que yo hablo mucho, pero no es verdad. Llevamos tres días aquí, comiéndoles los dulces, y es la primera vez que hablo con usted. ¡Ya voy, chico! Yo se lo digo mi vieja, siga así, tan bonita y cuidadita. ¡La calle está muy mala!

Del libro "El escritor y la bibliotecaria", Ed. Ácana, Camagüey, 2015.

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