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Para lo que fui hecha

 
La vida, ¿cómo describir la vida?
 
A veces intento explicármela a mí misma, la vida, corre delante de mis pupilas.
 
A veces temo que esta vida nunca dejará de correr, no es suficiente con cerrar los ojos y realmente sentirla.
 
Mi vida, a veces, perdía su brillo y me preguntaba cuándo sería yo, y no solo los sueños de alguien más, los deseos de alguien más... solo yo.
 
Cerré los ojos, y el camino que solía seguir no era el que cantaba mi corazón mientras mis ojos estaban cerrados.
 
Mi falta de comprensión cegaba mis ojos, y la alegría que solía sentir en cada detalle de la vida ya no estaba allí.
 
Estaba perdida, como si una fuerte cadena me mantuviera alejada de mis deseos y sueños.
 
¿Qué puedo hacer? Le pregunté a Dios, le rogué tantas veces por una respuesta.
 
A la deriva, así es como muchas veces me sentí. Sin rastro de una vida alegre.
 
Pero un día, Dios escuchó mi voz y su respuesta fue contundente: cambia tu mirada.
 
Fue hasta que entregué mi amor a un completo desconocido que pude encontrarme de nuevo.
 
No fue una señal divina, ni una aparición celestial, nada diferente de lo que veo todos los días. Fue empatía con el sufrimiento del otro.
 
Y él dijo: donde has visto miedo, tristeza e incomprensión, lleva felicidad, coraje y empatía.
 
Saca tus pies del suelo, atrévete a moverte y compartir lo que yo te he compartido.
 
Diles a las personas que siempre hay un rayo de esperanza en las nubes grises y comparte el amor que he sembrado en ti y vuela como gaviotas, lo suficientemente libres para moverse de un lugar a otro.
 
Diles que también está en ellos.
 
La vida me ha enseñado que no hay frontera lo suficientemente sellada que no pueda cruzar, y que el vacío que sentí un día fue necesario para dar espacio a lo que quería ser.
 
Ahora sé que ese vacío era yo misma, diciéndome que hay algo que me falta allá afuera, y que me está esperando.
 
Siempre me ha esperado.

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