No tengo ni siquiera cansancio que me embriague,
no tengo ya deseos en que mi mente vague.
Yace tranquila y muda mi férrea voluntad.
Callé todas las voces, ahogué todos los cantos,
Encadenando ensueños y olvidando quebrantos,
y edifiqué en las ruinas la erguida realidad.
Y ahora pulso de nuevo la pentacorde lira.
De mis sentidos fuertes y alertas, mi razón,
como el phenix, renace por la renunciación
que en fuego y en crisoles fundió mi corazón.
Tropecé lo fatal,
crucé por sobre el medio de la angustia y la muerte,
y de una vida esquiva, lejana, sola y fuerte,
me encuentro en el umbral!