Los padres se lo quieren dar todo a sus hijos, y si ven un caballo hermoso, con la cola que le reluce y el pelo como seda, no piensan en montarse ellos, como señorones, y salir trotando...

¿Mi musa? Es un diablillo Con alas de ángel. ¡Ah, musilla traviesa. Que vuelo trae! Yo suelo, caballero

Mucho, señora, daría Por tender sobre tu espalda Tu cabellera bravía, Tu cabellera de gualda: Despacio la tendería,

Por tus ojos encendidos Y lo mal puesto de un broche, Pensé que estuviste anoche Jugando a juegos prohibidos. Te odié por vil y alevosa:

Sueño con claustros de mármol Donde en silencio divino Los héroes, de pie, reposan: ¡De noche, a la luz del alma, Hablo con ellos: de noche!

Yo no puedo olvidar nunca La mañanita de otoño En que le salió un retoño A la pobre rama trunca. La mañanita en que, en vano,

Quiero, a la sombra de un ala, Contar este cuento en flor: La niña de Guatemala, La que se murió de amor. Eran de lirios los ramos,

Hijo, en tu busca Cruzo los mares: Las olas buenas A ti me traen: Los aires frescos

¡Cuentan las cosas con tantas palabras raras, y uno no las puede entender!: como cuando le dicen ahora a uno en la Exposición de París: «Tome una djirincka—¡djirincka!—y vea en un momen...

Si ves un monte de espumas, Es mi verso lo que ves: Mi verso es un monte, y es Un abanico de plumas. Mi verso es como un puñal