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Por una pequeña hendija del alambrado,
un gorrión trafica migas y deja
su canto como un lastre.
 
A lo lejos, el horizonte, dibuja árboles
como un tótem escuálido, bostezando
olvidos a espaldas del sol.
 
Un caminito de hojas de otoño,
se enrosca en el patio de la mano
del viento que mueve el mundo ahí afuera.
 
Se sienten los pies cansados
en este trascurrir escuálido
por la existencia,
 
ya sea en la inmovilidad o en el letargo,
mi gorrioncito se aferra de uñas y dientes
a ésta imaginaria prisión de palabras.
 
Entre los huecos del alambrado,
     se escurren gatos, gritos, lluvia,
  sueños, palabras, llantos
 
colores,
  sombras,
     ataúdes.
 
Un gorrión entra y sale del hospicio
como una puñalada a la invariabilidad
           del tiempo.
 
Las personas que entran,
  no salen nunca
        si no gorriones.

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