Se va con algo mío la sombra que declina,
la luz se desvanece, como lo hizo su voz.
Y el viento—viejo cómplice—murmura en la esquina
la historia de unos labios que olvidaron a Dios.
Las hojas van cayendo, como caí sin ella,
la ciudad se adormece bajo un cielo sin fin.
Mi alma, peregrina de una estrella más bella,
camina por las sombras buscando su jardín.
El alma se me enfría de tanto recordarla,
mi pecho es una jaula sin cantos ni calor.
¡Oh, quién pudiera ahora morirse por mirarla,
y en su mirar de otoño dejar todo el dolor!
La tarde se despide llevándose mi calma,
mi amor—ese fantasma—no cesa de rondar.
Y al final de la calle, donde descansa el alma,
me invade un infinito deseo de llorar.