Hace años mis dones se perdieron,
como pájaros heridos que nunca hallaron el cielo,
y mi pluma quedó muda, testigo del olvido,
reposando en el polvo de mil silencios.
Hoy han vuelto, temblando bajo la piel,
destellos de un lenguaje que jamás calla,
y obligan a mis manos a danzar sobre el papel,
a abrir grietas donde florece la palabra.
No puedo detener el torrente en mis venas,
ese caudal de versos que huye de mi garganta,
pues en mi mente resuenan voces invisibles:
son emociones encendidas, son poemas que cantan.
Y así, preso de ecos, martirio y júbilo,
mi corazón late en renglones ardientes,
sin pausa, sin tregua, sin más tregua que el instante
en que un nuevo verso nazca de mis sentimientos.