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Teresa: 36

«Tú has llorado»—te dije; y respondiste:
«Es que me acabo de lavar los ojos...»
           «Sí, por haber llorado...»
«¿Qué quieres, Rafael? Estaba triste...
¿Motivos? Qué sé yo... necios antojos
           de niña a que han mimado...»
«¿Antojos? ¿Sabes lo que significa»
«Sí que lo sé y siento este cariño
           tan loco que nos ata...
¿cómo te lo diré? como una chica
que se perdió siente en su seno al niño
           que le da vida y mata...»
«¿Llorabas, pues...» «A nuestro amor que espera
cada día nacer...» «Pues no te entiendo...»
           «Me parece hablar claro...»
«Dices esperó...» «Sí, la verdadera
vida de amor es esperar sufriendo...
           verle nacer... ¡tan raro!»
«Cuando, Teresa, a cavilar te pones,
qué cesas, Santo Dios, tan sorprendentes
           te llegan en racimos...»
«No es cavilar; es que los corazones
nos dicen otras cosas diferentes
           de aquellas que decimos.
Es que unas cosas nos dice la lengua,
los ojos otras y hay las que se ocultan...
           otras dicen las manos;
y cuanto más el pensamiento mengua
dice más el amor.... ¡cómo resulta a
           nuestros recursos vanos!»
«Es que al Amor le representan ciego,
ya que no hay modo de pintarlo sordo;
           por sordo se confunde
y si palabras de razón su fuego
no abrigan, se alza tal incendio a bordo
           que la nave se hunde...»
«Mira, Rafael, todos los disparates
que se pueden soñar, sueña una loca
           de amor no satisfecho
y predicarle, como no la mates
para hacerla de nuevo, es a iuna roca,
           que rebota en su pecho.»
«No satisfecha tú de amor? Qué quieres?»,
«Lo sé yo acaso? Porque todo es poco
           para mi sed de amarte;
si con el sol de tu pasión me hieres,
se mo hace niebla el agua si la toco
           y el alma se me parte...»
«Es que amor es más fuerte que la vida..
«Es que es muerte la vida enamorada;
           es un recuerdo eterno...
Dormida en el querer el alma olvida
lo que quiere, y dormida se hace nada;
           es cielo en el infierno...»
Te callaste y pensé, Teresa mía,
que mejor no hablaría tu patrona
           que junto a sí te sienta;
doctora también tú en teología;
la yerba que te sirve de corona
           mis ojos alimenta.

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