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A mi madre

...que me llama a Cuba con motivo de la Amnistía
dada por la Reina de España en abril de 1854

I

 
“Ven otra vez a mis brazos...”
me dices con tierno anhelo:
“Dale a mi alma este consuelo,
¡que la tengo hecha pedazos!
 
Muévante las ansias mías,
mi gemir y mi llorar,
y consuelo venme a dar,
hijo, en mis últimos días;
 
porque es terrible aflicción
pensar que en mi hora postrera
no pueda verte siquiera
¡y echarte mi bendición!”
 
—¡Ay triste! y con qué agonía,
y con qué dolor tan hondo,
a tu súplica respondo
que no puedo, ¡madre mía!
 
Que no puedo, que no quiero,
porque, entre deber y amor,
me enseñaste que el honor
ha de ser siempre primero;
 
y yo sé que mal cayera
tu bendición sobre mí
si al decirte “Veme aquí”
sin honor te lo dijera.
 

II

 
Pisar mi cubano suelo,
y oír susurrar sus brisas
que son ecos de las risas
de los ángeles del cielo;
 
al redor de la ciudad
ver los grupos de palmares
cual falanges militares
de la patria Libertad,
 
ver desde la loma el río,
sierpe de plata en el valle,
y entrar por la alegre calle
donde estaba el hogar mío;
 
pasar el umbral, y luego...
no encuentro frase que cuadre...
echarme en tus brazos, madre,
¡loco de placer y ciego!
 
Volver a tus brazos... ¡ay!
para pintar gozo tanto
¡ni pincel, ni arpa, ni canto,
ni nada pienso que hay!
 
Porque hasta en mis sueños siento
tan inmenso ese placer
que al fin me llega a poner
el corazón en tormento;
 
y si expresárselo a ti
fuerza fuera, madre mía,
solamente Dios podría
decir lo que pasa en mí.
 

III

 
Pero, ¡ay madre! que apenas
oiga tu voz que bendice
oiré otra voz que maldice
¡la voz de Cuba en cadenas!
 
Dolorosa voz de trueno
que gritará sin cesar:
“¡Cobarde, ven a brindar
con la sangre de mi seno!”
 
Y al ir a estrechar la mano
el hombre que en otro día
me respetaba y oía
como patriota y hermano,
 
sentiré aquel tacto frío
de la suya, que me dice
que su corazón maldice
la debilidad del mío;
 
y cualquier dedo, el más vil,
contra mi alzarse podrá
y con razón me dirá:
“¡Bienvenido a tu redil!”
 
Al verme en vergüenza tanta,
pobre apóstata cubano,
querrá el soberbio tirano
que vaya a besar su planta;
 
¿qué le responderé
cuando insolente me llame?
Menester será que exclame
“¡Pequé, mi señor, pequé!”
 
Y dirá el vulgo grosero,
con carcajada insultante,
al pasar yo por delante:
“¡Ahí va un ex-filibustero!”
 
Y habré de bajar la frente
sin poderle replicar,
porque tendré que tragar
su sarcasmo humildemente.
 
Esto no lo quieres, no:
lo sé bien, no lo querrías,
y tú misma me odiarías
a ser tan menguado yo.
 
Mas pronto lucirá el sol
de mi Cuba, independiente,
hundiéndose oscuramente
el despotismo español;
 
y apenas raye ese día
con amor y honor iré;
y “¡Aquí estoy ya!”, te diré;
“¡Bendíceme, madre mía!”

New York, 1854

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