por Mirel Martínez
para K
Fui secuestrada al salir de casa; la razón la sabía, pero todos estos años deseaba que nadie sospechara de mi trascendencia en la vida de aquel perfecto asesino que ahora conozco poco, muy poco.
Mis inquisidores me pidieron hablar de él. No había entrado en tal predicamento hasta hoy. Llevo diez años guardando su recuerdo en mi memoria. Para resumir nuestro trato de principio a fin lo enuncio como inefable. Mi voz desvirtuada de toda emoción al pronunciar su nombre, ahora vacío, ese nombre que no dice nada y comprende a cabalidad lo que no acierta ningún otro en mi vida. Fuimos intensidad y de esa forma les hablo de él.
Sé que a mis secuestradores no les hace ninguna gracia que diga queso, espantapájaros, voces, ellos, hermana, fragmentación, simulación, yo. Son frases más allá de las palabras a las que sólo refieren y ellos no lo saben. Nos llevó años descifrar cada una, agotaba nuestra voluntad, nuestra fuerza e intelecto, incluso su desciframiento nos condujo a la destrucción del amor mismo, por amor.
Ahora que sus caras me observan burlonas e incrédulas y con un cuchillo en mi cuello logran hacerme llorar, ahora es cuando sé que lo he llamado. Porque una lágrima mía basta para llamarlo a kilómetros de años; alcanza para llorar las demás lágrimas que anuncian sus muertes y la nuestra inminente.
Un estruendo y un ligero temblor hacen vibrar la mesa de interrogatorios. Bajan el cuchillo, voltean a la ventana que da al pasillo para lograr vislumbrar el motivo de los gritos a lo lejos, a lo próximo. En un parpadeo él está detrás del vidrio. Su cara ha envejecido; sus ojos se encuentran perdidos, llenos de furia; su nariz respira agotada; su boca sonríe mientras observa a mis raptores; su cuerpo jadea por contenerse en sí mismo.
Atraviesa el vidrio sin que nadie lo prevea, se lanza sobre uno mientras el segundo ha sacado un arma de fuego y le apunta tambaleante para no errar y dispararle a su igual. Termina con el primero y se lanza sobre el otro; aunque le ha disparado ya, eso sólo incentiva su sed de matar. Al concluir con éste, me observa amarrada, inmóvil, con lágrimas secas y memorias congeladas. Al acercarse olfatea mi cuerpo entero con una curiosidad inusitada; sus ojos regresan a la tonalidad original de su ser, miran los míos y es como si por un instante recordara haberme conocido, pero es inútil ver un cambio real, su transformación ha sido inevitable, su regreso es inapelable. Únicamente su instinto corta las cuerdas de mis amarres, me libera y me toma del brazo para ponerme de pie y lo observo caminar olfateando la próxima misión.
He sabido de él por las noticias, por las masacres inexplicables, por las fotografías difusas que algunas cámaras han logrado capturar, por los periódicos que enuncian en primera plana su no nombre: “El demonio”. Verdaderamente su cara aparenta ese nombre, ahora que lo miro de cerca lo atestiguo. No tengo miedo porque presencié el nacimiento de ese ser, fui testigo de su crecimiento, lo vi consumirme para su beneficio, sentí su furia antes de alejarnos; y ahora que lo tengo de frente debo decidir antes de que las autoridades lleguen: o lo ayudo a escapar o lo mato. Antes lo han ayudado a huir por temor a su revancha y también han intentado matarlo por odio y venganza. El caso ahora es diferente porque ambos actos míos serían por amor.
Durante diez años he padecido verlo llevar una vida consumida por ese demonio interno que se ha exteriorizado y ha controlado su ser, para fines prácticos puede entenderse que la locura lo ha trastornado. Igualmente he sufrido por ver como asesina y acribilla a cientos de personas sólo porque los altos mandos lo utilizan como su mejor arma, únicamente porque no siente, no tiene familia y su mente le permite manejar una vida sin nada, sin nadie, incluso sin él.
El sonido de las patrullas y helicópteros se aproxima. Todos saben perfectamente que, incluso contra un batallón, podría salir intacto.
Lo observo caminar mientras olfatea el cuarto. Tomo en mis manos el cuchillo que está en el suelo, él se percata de mis movimientos y me observa con sus ojos en blanco; decido guardarlo en mi pantalón, me acerco a él con la tranquilidad de una rosa que seduce con el aroma. Acaricio su rostro con mis manos como si quisiera atesorar el reencuentro por el tacto, lloro frente a sus ojos, lloro con todo y mis ojos, los cuales suplican mirarlo y encontrarlo antes de que ellos, sus ejecutores, lo hagan.
Entonces lo hago, procedo a nuestra unión, entierro firmemente el cuchillo en su pecho, hundo el mango hasta el fondo; se asusta, usa sus propias manos como arma y se defiende, me hiere; la respiración se entrecorta, sus ojos reaccionan y no, no pueden perdonar el vernos en tal acto cuando siempre juramos protegernos. Y aunque al instante no lo entiendas así, te protejo de ti y del mundo. Lo observo hasta que la vida se nos escapa. Lo dejo caer al suelo...
Un grupo de policías armados ingresan a la habitación, me miran desconcertados, cubierta de sangre; uno de ellos me pregunta: “¿Se encuentra bien?”. Lo niego con la cabeza y señalo al monstruo tendido en el suelo. La comitiva se asoma y algunos más entran al cuarto para atestiguar su muerte, otros por radio la confirman, bajan las armas y uno de ellos me pregunta extrañado: “¿tú has acabado con él?”. “Y conmigo”, le contesto antes de desplomarme en el suelo, dejando ver la herida perpetrada en mi pecho.
“Intocables” es el segundo cuento de autoría propia publicado en esta plataforma.
Escrito en el 2018. Tiene un trasfondo oscuro, dañino y complejo. La relación entre víctima y victimario, un juego nocivo en el que los papeles se invierten con facilidad; un vínculo de dependencia y maltrato, el cual escala a niveles malsanos y termina con la vida de nuestros protagonistas. Nadie puede tocarlos, solo ellos.
Espero sea de su agrado :)
Imagen de encabezado “Hombre sin rostro” por Iván Hidalgo (España, 2014)
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