Yo,
grito al rojo vivo
mientras se hace una masacre con mi mente,
siento que ya me escuchan,
pero cambio de frecuencia,
se iluminan mis oídos,
y me declaran muerta.
Ya no noto la diferencia
entre los huesos partidos
y mi delirio exhaustivo;
me dejo arrastrar,
porque prefiero morir
en vez de latir sin ritmo.
Pero despierto otro día,
en el mundo de los muertos
cobardes para alejarse de lo neutro
endeudados de pensamientos
en sintonías amargas
y nuestra irónica audacia,
nos hace despertar sobreviviendo.
Espabilando la cruda verdad,
más descarnada que mi propio ser,
buscando un alivio
me siento a comer
tratando de despejar la fracción
que tantos siglos me costó aprender.
Se prende un foco,
que oculta la oscuridad
incitando la violencia plantada en mí
por la fulana maldad;
que tanto amé,
que tanto me ama.
Dentro de una nube
me invita a cenar,
chilla en tono rosado
pero siguen siendo gritos.
Entonces razono,
el plato exuberante
se acompaña con algo más que dolor
y la sangre de mi cuerpo
que cada minuto corre más lento,
se cansa del veneno
lleno de asco, angustia y sufrimiento
que me trago todos los días
para morirme por dentro,
y así
esta inopia masiva que es la vida
no me quiera comer viva.