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Por fin comprendo a Dolores Haze

El golpe fue seco; la mejilla me arde. Nadie me creería. ¿Qué sería de una miserable como yo?
 
Aún conservo la sensación de su boca. ¡Su terrible boca!
 
Mis pezones se ponen erectos. Me circundan las náuseas. Me da asco el rastro de saliva que dejó en mi cuerpo y el toque de sus dedos. ¡Sus asquerosos dedos!
 
Mientras se encuentra hurgando en mi entrepierna me resulta inevitable pensar en que aún debo considerarlo mi padre.
 
Insiste en que le llame “papá”, pues paga la renta y cubre los gastos con el sudor de su frente. Incluso dice amarme. ¡Repulsivo amor!
 
¿Por qué todos parecen ciegos ante lo evidente?
 
Conocerá Dios padre, que prometí jamás poner padrastro a mis futuros vástagos, todo, mientras sollozaba bajo mis cobijas.
 
La persona que más quería. La persona que más amaba. La persona en quien más confiaba. ¿Cómo terminó siendo usurpado el lugar de mi persona adorada?

Poniéndome en los zapatos de Dolores Haze.

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