Vino de la eterna noche de Mánchester.
Un día, caminando por la calle,
se encontró con que el mundo cabía
en un charco al lado de la acera
y que su alma excedía los bordes de su sombra.
Tomó una piedra, la arrojó al charco
y se quedó quieto observando
el efecto del agua en su cabeza.
Retrocedió dos pasos hasta que su sombra
se encontró con el dominio de la noche:
El eco de la piedra contra el charco
aún retumba en mis oídos.
El agua no ha dejado de moverse.