Otro agónico NO a la guerra
"La otra luna de la cara" (2024)
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«¡Qué hermoso podría ser el mundo!», dijo uno de sus compañeros de campo de concentración ("El hombre en busca del sentido", 1946, Viktor Frankl).
Muy poco antes, a unos cuantos kilómetros de Theresiendstad, una niña de casi 16 años escribía en su diario:
«Aquí vivimos diciendo y repitiendo con desesperación «para qué, ¡ay!, para qué diablos sirve la guerra, por qué los hombres no pueden vivir pacíficamente, por qué tienen que destruirlo todo...». La pregunta es comprensible, pero hasta el momento nadie ha sabido formular una respuesta satisfactoria. De verdad, ¿por qué en Inglaterra construyen aviones cada vez más grandes, bombas cada vez más potentes y, por otro lado, casas normalizadas para la reconstrucción del país? ¿Por qué se destinan a diario miles de millones a la guerra y no se reserva ni un céntimo para la medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué la gente tiene que pasar hambre, cuando en otras partes del mundo hay comida en abundancia, pudriéndose? ¡Dios mío!, ¿por qué el hombre es tan estúpido? Yo no creo que la guerra solo sea cosa de grandes hombres, gobernantes y capitalistas. ¡Nada de eso! Al hombre pequeño también le gusta; si no, los pueblos ya se habrían levantado contra ella».
Se llamaba Ana Frank ("La casa de atrás", 1947). La Segunda Guerra Mundial no consintió que viviese más.
Interrogantes similares nos hemos planteado todos.
¿Qué dios resistiría la vergüenza de ser el artesano / de tantos asesinos?, se preguntaba Katy Parra en «Incidencia moral» ("Animales entre animales", 2014). José Manuel Caballero Bonald, en «Una pregunta» ("Manual de infractores", 2005):
¿cuántos
consorcios de falsarios, púlpitos
execrables, compraventas de armas,
eufemismos que sólo encubren
crímenes, hemos de cortejar con nuestros muertos
antes de que por fin prevalezca la vida?
Resulta que la guerra sigue habitando entre nosotros, y el mundo, como siempre, impacificado, la muerte, a la venta, los odios, por descontado. ¿Tan poco factible es revertir esta sanguinolenta predilección nuestra? Definitivamente, la guerra es una realidad que espeluzna, repugna, compunge, trastorna, remuerde... Y, aun así, somos incapaces de abolirla, incapaces de desarmarla, de desmilitarizarnos, de cambiar. ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos milenios de excusas a punto de jamás respaldaremos antes de afrontar un unánime y definitivo ¡basta!?
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