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El contrato

No hace falta tanta arrogancia combativa,
ni guantes de hierro macizo con esquirlas,
ni besos portadores de democracia de sofá.
 
El contrato se firma con ojos desafiantes,
con palabras directas, sin revestimientos,
ni accesorios y adornos de impostura.
 
No hace falta calcular nada en la pizarra,
ni poner cerrojos imposibles e invisibles,
solo la mirada y las manos ingobernables.
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