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La herencia de Lautréamont

Tan breve lapsus de magia Isidore,
así acepte tu maldita herencia,
en Montevideo o Maldoror
tu canto a lo Manfred ahora es eco.
 
Ni Fausto pudo contra tu vómito,
indigente, loco o cuerdo,
que importa la anatomía del veneno,
tan letal sorbo de muerte,
leve y siniestro tormento.
 
Frente al viento de la Rambla
pinte Montmartre con la mirada,
reviví en pocilgas pensiones
tu mal de aurora joven,
de poeta clandestino y justiciero.
 
Todos fuimos la voz de tu voz,
ese inconsciente enfermo,
que alberga las contradicciones
en antros de puerto viejo.
 
Es tu herencia Lautréamont
y no hay infierno que la esconda,
las pulgas pican pero al final se ven,
que importa el plagio o el credo,
la guerra nunca puede contra el verbo.
 
En París el aroma a café es incienso,
veo tu figura vagar junto al Sena,
tus dedos de pianista herrumbrados
por usar tanto la oscura pluma,
que nunca se fue de Montevideo.
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