De un momento a otro lo que era rosa se marchitó, cambió a gris y después a negro. Desapareció.
Pero las rosas dejan marcas con sus espinas cuando intentas acariciarlas desde el tallo hasta sus pétalos. Arde, quema, duele.
Y aunque siga echando gota por gota, sé que ese rosal, brotará de nuevo. “Todo a su tiempo” dijo un viejo sabio en su momento.
Aunque pasen mil años, yo voy a querer ese rosal, aunque esté marchito.
Un día llegó un colibrí y permaneció dos minutos volando frente a aquel tallo marchito que aún seguía de pie. Tal vez vio algo en él, no lo sé, lo que si se es que yo aún veo algo en todo el rosal y no solo en ese tallo. Y aunque nunca nacieron rosas, yo seguía regando y lo seguiré haciendo, aunque pasen mil años.