A Jorge Zalamea
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Sobre el monte pelado un calvario. Agua clara y olivos centenarios. Por las callejas
El puñal, entra en el corazón, como la reja del arado en el yermo. No.
¡Alto pinar! Cuatro palomas por el aire van. Cuatro palomas vuelan y tornan. Llevan heridas
Los arqueros oscuros a Sevilla se acercan. Guadalquivir abierto. Anchos sombreros grises, largas capas lentas.
Viento del Sur, moreno, ardiente, llegas sobre mi carne, trayéndome semilla de brillantes
La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas. La aurora de Nueva York gime
Ni tú ni yo estamos en disposición de encontrarnos. Tú... por lo que ya sabes. ¡Yo la he querido tanto!
En el soto, los alamillos bailan uno con otro. Y el arbolé, con sus cuatro hojitas,
He cerrado mi balcón porque no quiero oír el llanto pero por detrás de los grises muro… no se oye otra cosa que el llanto. Hay muy pocos ángeles que canten,
Este galapaguito no tiene mare; lo parió una gitana, lo echó a la calle. No tiene mare, sí;
Coches cerrados llegaban a las orillas de juncos donde las ondas alisan romano torso desnudo. Coches que el Guadalquivir
De los cuatro muleros que van al campo, el de la mula torda, moreno y alto. De los cuatro muleros
Verde rama exenta de ritmo y de pájaro. Eco de sollozo sin dolor ni labio. Hombre y Bosque.
No te lleves tu recuerdo. Déjalo solo en mi pecho, temblor de blanco cerezo en el martirio de Enero. Me separa de los muertos
Amparo ¡qué sola estás en tu casa vestida de blanco! (Ecuador entre el jazmín y el nardo).