#EscritoresChilenos
Alguna circunstancia me arranca siempre el libro que yo había dejado para las Calendas, por dejadez criolla. La primera vez el Maestro Onís y los profesores de español de Estados Unidos...
Mi madre era pequeñita como la menta o la hierba; apenas echaba sombra sobre las cosas, apenas, y la Tierra la quería
La mesa, hijo, está tendida, en blancura quieta de nata, y en cuatro muros azulea, dando relumbres, la cerámica. Esta es la sal, éste el aceite
Es la noche desamparo de las sierras hasta el mar. Pero yo, la que te mece, ¡yo no tengo soledad! Es el cielo desamparo
Señor, tú sabes cómo, con encendid… por los seres extraños mi palabra… Vengo ahora a pedirte por uno que… mi vaso de frescura, el panal de m… cal de mis huesos, dulce razón de…
El viento extranjero remece los costados de mi Casa. Puja en las puertas como el oso; salta en onza las terrazas y ya encontró y ya dobló
Entre resplandores y humos, exorcismos olvidados, la indiada secreta va y viene, brazos en alto, o se calla en piedra atónita,
Una niña que es inválida dijo: —«¿Cómo danzo yo?» Le dijimos que pusiera a danzar su corazón... Luego dijo la quebrada:
En todos los lugares he encendido con mi brazo y mi aliento el viejo… en toda tierra me vieron velando el faisán que cayó desde los cielo… y tengo ciencia de hacer la nidada
Donde estaba su casa sigue como si no hubiera ardido. Habla sólo la lengua de su alma con los que cruzan, ninguna. Cuando dice “pino de Alepo”
Yo he llevado una copa de una isla a otra isla sin desper… Si la vertía, una sed traicionaba; por una gota, el don era caduco; perdida toda, el dueño lloraría.
Largo cuento de mis años, historia loca de mis días. Si no lo digo no lo creen y contada sabe a mentira. Ha sesenta años que en el Valle
Haremos fuego sobre la montaña. La noche que desciende, leñadores, no echará al cielo ni su crencha d… ¡Haremos treinta fuegos brilladore… Que la tarde quebró un vaso de san…
Duerme, duerme, dueño mío, sin zozobra, sin temor, aunque no se duerma mi alma, aunque no descanse yo. Duerme, duerme y en la noche
Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar: Rosalía con Efigenia y Lucila con Soledad. En el valle de Elqui, ceñido