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Juan Antonio Alix

Juan Antonio Alix. Desapercibido pasó el 180 aniversario del natalicio de Juan Antonio Alix (Moca, 6 septiembre 1833 – Santiago, 15 febrero 1918), recordado por sus décimas Eso e paja pa’ la gaiza, El follón de Yamasá, El negro tras de la oreja, Entre Lucas y Juan Mejía, Cánticos (mejor conocida como A las arandelas) y Los mangos bajitos. Sabemos que tenía una hermana, Carmen Alix Rodríguez, y que sus padres, Juan Mateo Alix, natural de Cabo Haitiano, y María Magdalena Rodríguez, casaron en Moca en 1829. Su madre, hija de Domingo Antonio Rodríguez y Juana de Rojas Valerio, había casado por primera vez con Juan José Espaillat Velilla, con quien había procreado a Juan Francisco, José María y Eloísa Espaillat Rodríguez, esta última esposa de su primo hermano paterno Ulises Francisco Espaillat Quiñones, presidente de la República en 1876. En su entorno familiar materno se descubren interesantes entronques. Una de sus tías fue Tomasina Rodríguez Rojas de Julia, ascendiente de los eminentes médicos Alejandro Llenas Julia y Arturo Grullón Julia, el gestor cultural Rafael Díaz Niese, el historiador mocano Julio Jaime Julia Guzmán, el historiador y político Juan Isidro Jimenes Grullón, el escritor Virgilio Díaz Grullón, el munícipe santiaguero Tomás (Jimmy) Pastoriza Espaillat y el banquero Alejandro Grullón Espaillat. Su tía abuela María Dolores Rojas Valerio de Solano fue madre, entre otros, de Domingo Antonio Solano Rojas, el famoso padre Solano, quien fuera padre, entre otros hijos, de Santiago Petitón y José Antonio Olavarrieta, troncos de las familias Petitón y Olavarrieta, y ascendiente del presidente Rafael Estrella Ureña, el Dr. José Jesús Jiménez Olavarrieta, Maestro de la Medicina Dominicana; el munícipe santiaguero Víctor Espaillat Mera y la ex primera dama Asela Mera de Jorge. De su lado, su tío abuelo Carlos de Rojas Valerio fue padre, entre otros, de Benigno Filomeno de Rojas Ramos, presidente del Congreso Constituyente que adoptó en Moca la Constitución de 1857 y prócer civil de la Guerra de la Restauración, y de Carlos de Rojas Ramos, tronco de la familia Rojas de Moca. Alix casó con Petronila Francisca Liriano Bidó y procreó a Petronila Hortensia (n.1868); Tomasina (f. 19 de marzo de 1940), esposa desde 1892 de José María Benedicto Luisón (papá Cheché), munícipe y presidente del Ayuntamiento de Santiago en varias ocasiones; Olivia Juana Antonia, quien casó con Agustín Bonilla Tavares en 1897; Rosalina (Rocha), quien casó en 1898 con Manuel Malagón Espaillat y fallecida en 1900 a la edad de 23 años; Carmen, fallecida soltera y sin descendencia, y Agripina (Pinona) Alix Liriano, esposa del puertorriqueño Ramón Goico. El matrimonio Benedicto Alix procreó a Graciela, esposa de Narciso Román; Mario, Mercedes, Migdalia, Rafael, Rosa Celia, cónyuge de Eladio Antonio Victoria Morales, y José Tomás Benedicto Alix, esposo de Delia Guzmán. Los hijos de Olivia Juana Antonia Alix de Bonilla, fueron Agustín, Betina, Carlos, Dorila, Emma, casada con Rafael Díaz Espinal; María, cónyuge de Manuel Furcy Bonnelly Fondeur; Nidia Antonia, cónyuge de José Manuel Nicolás Rodríguez, y Zaida Bonilla Alix. De su lado, los hijos de Agripina Alix Liriano fueron Mercedes, Miguel Ángel, Octavio y Juan Goico Alix, este último poeta como su abuelo. La descendencia de Alix alcanza ya la sexta generación, compuesta por niños y jóvenes nacidos a fines del siglo XX y principios del XXI, quienes de seguro desconocen que tienen “detrás de la oreja” a nuestro máximo poeta popular. Instituto Dominicano de Genealogía Referencias Hoy—hoy.com.do/juan-antonio-alix-180-anos/

Manuel Acuña

Manuel Acuña por José Martí ¡Lo hubiera querido tanto, si hubiese él vivido! Yo le habría explicado qué diferencia hay entre las miserias imbéciles y las tristezas grandiosas; entre el desafío y el acobardamiento; entre la energía celeste y la decrepitud juvenil. Alzar la frente es mucho más hermoso que bajarla; golpear la vida es más hermoso que abatirse y tenderse en tierra por sus golpes. Hieren al vivo en el pecho, y recompone sonriendo sus girones; hieren al vivo en la frente, y restaña sonriendo las heridas. Los que se han hecho para asombrar al mundo, no deben equivocarse para juzgarlo; los grandes tienen el deber de adivinar la grandeza: ¡paz y perdón a aquel grande que faltó tan temprano a su deber! Porque el peso es ha hecho para algo: para llevarlo; porque el sacrificio se ha hecho para merecerlo; porque el derecho de verter luz no se adquiere sino consumiéndose en el fuego. sufre el leño su muerte, e ilumina; y ¿más cobarde que un leño, será un hombre? A él le queda por ceniza la ceniza: a nosotros el renombre, la justicia, la historia, la patria, el placer mismo de sufrir: ¿qué mejor sepulcro y qué mayor gloria? Cerrada está a las plantas la superficie de la tierra: abrirla es violarla: nadie tiene el derecho de morir mientras que para erguir la vida que dieron le quede un pensamiento, un espanto, una esperanza, una gota de sangre, un nervio en pie. Para pedestal, no para sepulcro, se hizo la tierra, puesto que está tendida a nuestras plantas. Yo habría acompañado al grande y sombrío Acuña, a aquella alma ígnea y opaca, cuyo delito fue un desequilibrio entre la concepción y el valor - yo le habría acompañado, en las noches de mayo, cuando hace aroma y aire tibio en las avenidas de la hermosísima Alameda [parque de la Ciudad de México]. De vuelta de largos paseos, tal vez de vuelta del apacible barrio de San Cosme, habríamos juntos visto cómo es por la noche más extenso el cielo, más fácil la generosidad, más olvidable la amargura, menos traidor el hombre, más viva el alma amante, más dulce y llevadera la pobreza. Habría en mí sentido, apoyado su brazo en mi brazo, cómo hay un amor casi tan bello como el amor, pronto siempre en el hombre a complacencias infantiles y a debilidades de mujer: un suave amor sereno que llaman amistad. Y preparados ya a lo inmenso por ese cielo elocuente mexicano, que parece una azul sucesión de cielos, le habría yo inspirado la manera de acostarse, cielo y hombre, por la tranquilidad, que es un gran osadía, es un mismo lecho. ¿Tan pequeña es el alma que son límites las paredes sin tapiz, la vida sin holguras, equivocados y miserables amoríos y la fatal diferencia entre la esfera social que se merece y aquella en que se vive, entre la existencia delicada a que se aspira y la brusca y accidental en que se nace? Yo sé bien qué es la pobreza: la manera de vencerla. Las compensaciones son un elemento en la vida, como lo son las analogías. La aspiración compensa la desesperación; la intuición divina compensa y premia bien el sacrificio. Le habría yo enseñado cómo renace tras rudas tormentas, el vigor en el cerebro, la robustez y el placer en el corazón. Las esferas no vienen hacia nosotros, es preciso ir a las esferas. Si la fortuna nos produjo en accidentes desgraciados, la gloria está por vencer, y la generosidad en dar lección a la fortuna. Si nacimos pobres, hagámonos ricos; si sentimos el sol en el alma, qué gran crimen echar tierra oscura sobre el sol. Se es responsable de las fuerzas que se nos confían: el talento es un mártir y un apóstol: ¿quién tiene derecho para privar a los hombres de la utilidad del apostolado y del martirio.? Y era un gran poeta aquel Manuel Acuña. El no tenía la disposición estratégica de Olmedo, la entonación pindárica de Matta, la corrección trabajosa de Bello, el arte griego de Téophile Gautier y de Baudelaire; pero en su alma eran especiales los conceptos; se henchían a medida que crecían; comenzaba siempre a escribir en las alturas. Habrán hecho confusión lamentable en su espíritu los cráneos y las nubes: aspirador poderoso, aspiró al cielo: no tuvo el gran valor de buscarlo en la tierra, aquí que se halla. Hoy lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo su nocturno a Rosario, página última de su existencia verdadera, y lloro sobre él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de dolor. El estaba enfermo de dos tristes cosas: de pensamiento y de vida. Era un temperamento ambicioso e inactivo: deseador y perezoso: grande y débil. Era una alma aristocrática, que se mecía apoyada en una atmósfera vulgar. El era pulcro, y murió porque le faltaron a tiempo pulcritudes de espíritu y de cuerpo. ¡Oh. la limpieza del alma!: he aquí una fuerza que aun es mejor compañera que el amor de una mujer. A veces la empaña uno mismo, y, como se tiene una gran necesidad de pureza, se mesa uno los cabellos de ira por haberla empañado. Tal vez esto también mató a Manuel Acuña; ¡estaba descontento de su obra y despechado contra sí! No conoció la vida plácida, el amor sereno, la mujer pura, la atmósfera exquisita. Disgustado de cuanto veía, no vio que se podían tender las miradas más allá. Y aseado y tranquilo, acallando con calma aparente su resolución solemne y criminal, olvidó, en un día como éste, que una cobardía no es un derecho, que la impaciencia debe ser activa, que el trabajo debe ser laborioso, que la constancia y la energía son las leyes de la aspiración: y grande para desear, grande para expresar deseos, atrevido en sus incorrecciones, extraño y original hasta en sus perezas, murió de ellas en día aciago, haciéndose forzada sepultura; equivocando la vía de la muerte, porque por la tierra no se va al cielo, y abriendo una tumba augusta, a cuya losa fría envía un beso mi afligido amor fraternal. de “El Federalista” México, 6 de Dic. de 1876

Miguel Ángel Asturias

Miguel Ángel Asturias Rosales (Ciudad de Guatemala, 19 de octubre de 1899 – Madrid, 9 de junio de 1974) fue un escritor, periodista y diplomático guatemalteco. Asturias contribuyó al desarrollo de la literatura latinoamericana, influyó en la cultura occidental, y al mismo tiempo llamó la atención sobre la importancia de las culturas indígenas, especialmente las de su país natal, Guatemala. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1967. Asturias, nació y se crío en Guatemala, aunque vivió una parte importante de su vida adulta en el extranjero. Durante su primera instancia en París en la década de 1920, estudió antropología y mitología indígena. Algunos científicos lo consideran como el primer novelista latinoamericano que mostró cómo el estudio de la antropología y lingüística podía influir a la literatura. Mientras en París, Asturias también se asoció con el movimiento surrealista. Se le atribuye la introducción de muchas características de estilo modernista en las letras latinoamericanas. Como tal, fue un importante precursor del boom latinoamericano de los años 1960 y 1970. En El Señor Presidente, una de sus novelas más famosas, Asturias describe la vida bajo una dictadura despiadada. Su oposición muy pública a la dictadura le llevó al exilio, y tuvo que pasar gran parte de su vida el exterior, en América del Sur y en Europa. El libro Hombres de maíz, que se describe a veces como su obra maestra, es una defensa de la cultura maya. Asturias, sintetiza su amplio conocimiento de las creencias mayas con sus convicciones políticas, para canalizarlos hacia una vida de compromiso y solidaridad. Su obra es a menudo identificada con las aspiraciones sociales y morales de la población guatemalteca. Tras décadas de exilio y marginación, Asturias finalmente recibió amplio reconocimiento en la década de 1960. En 1966, ganó el Premio Lenin de la Paz de la Unión Soviética. Al año siguiente recibió el Premio Nobel de Literatura, siendo el segundo autor latinoamericano en recibir este honor. Asturias pasó sus últimos años en Madrid, donde murió a la edad de 74 años. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaise en París. Vida temprana y educación Miguel Ángel Asturias nació en la Ciudad de Guatemala el 19 de octubre de 1899, como el primer hijo de Ernesto Asturias Girón, abogado y juez, y María Rosales de Asturias, maestra de escuela. Su hermano Marco Antonio nació dos años después. Los padres de Asturias eran de ascendencia española, y razonablemente distinguidos: su padre podía trazar su línea familiar hasta los colonos que habían llegado a Guatemala en la década de 1660; su madre, con una ascendencia más difusa, era la hija de un coronel. En 1905, cuando Asturias tenía seis años, la familia se trasladó a la casa de sus abuelos donde vivieron un estilo de vida más cómodo. A pesar de su posición relativamente privilegiada, el padre de Asturias, se opuso a la dictadura del presidente Manuel Estrada Cabrera, quien había llegado al poder en febrero de 1898. Como Asturias recordó más tarde: "Mis padres eran bastante perseguidos, pero no eran conjurados ni cosa que se parezca.". Tras un incidente en 1904, en el que el padre de Asturias, en su calidad de juez, puso en libertad a algunos estudiantes detenidos por causar disturbios, se enfrentó directamente con el dictador, y perdió su trabajo. En 1905, la familia se vio obligada a trasladarse a la ciudad de Salamá, la capital del departamento de Baja Verapaz, donde Miguel Ángel Asturias vivió en la granja de sus abuelos.2 Fue aquí que Asturias por primera vez entró en contacto con la población indígena de Guatemala; su niñera, Lola Reyes, era una joven indígena que le contaba historias, mitos y leyendas de su cultura, que más tarde tendrían una gran influencia en su obra. En 1908, cuando Asturias tenía nueve años, regresó con su familia a los suburbios de la Ciudad de Guatemala. Establecieron una tienda de suministros, donde pasó su adolescencia. Asturias asistió al Colegio del Padre Pedro", después al Colegio del Padre Solís. Cuando era estudiante comenzó a escribir y realizó el primer borrador de una historia que más tarde se convertiría en la novela El Señor Presidente. En 1922, junto con otros estudiantes, fundó la Universidad Popular, un proyecto comunitario según el cual "la clase media se anima a contribuir al bienestar general, mediante la enseñanza de cursos gratuitos para los más desfavorecidos". Pasó un año estudiando medicina antes de pasar a la facultad de derecho en la Universidad de San Carlos de Guatemala. Obtuvo su título de abogado en 1923 y recibió el Premio Gálvez para su tesis sobre la problemática de los indígenas.2 Recibió también el Premio Falla por ser el mejor estudiante de su facultad. Fue en la Universidad de San Carlos que fundó la Asociación de Estudiantes Universitarios y la Asociación de estudiantes El Derecho, además de participar activamente en La Tribuna del Partido Unionista. Este último grupo fue el que en última instancia derrocó a la dictadura de Manuel Estrada Cabrera en 1920. En referencia a su obra literaria, la participación de Asturias en todas estas organizaciones influenció muchas de las escenas en El Señor Presidente. Asturias se involucró en la política; trabajando como representante de la Asociación General de Estudiantes Universitarios, y viajando a El Salvador y Honduras para su nuevo empleo. En 1920, participó en el levantamiento contra el dictador Manuel Estrada Cabrera. Mientras inscrito en El Instituto Nacional de Varones tomó un papel activo en el derrocamiento de la dictadura de Estrada Cabrera, organizando huelgas en su escuela secundaria. Asturias y sus compañeros de clase, formaron lo que ahora se conoce como “La Generación del 20”. La tesis universitaria de Asturias, "El problema social del indio", fue publicada en 1923. En 1923, después de recibir su título de abogado, viajó a Europa. En París estudió etnología en la Sorbona (Universidad de París), y se convirtió en un surrealista dedicado bajo la influencia del poeta y teórico de la literatura francesa, André Breton. En París fue también influenciado por el circulo de escritores y artistas de Montparnasse y comenzó a escribir poesía y ficción. Durante este tiempo desarrolló una profunda preocupación por la cultura maya y en 1925 comenzó con la traducción al español del Popol Vuh, el texto sagrado de los mayas, un proyecto al que se dedicó durante 40 años.16 También fundó la revista Nuevos Tiempos mientras estaba en París. Se quedó en París durante diez años. En 1930 publicó su primera novela Leyendas de Guatemala. Dos años más tarde, en París, Asturias recibió el Premio Sylla Monsegur para la traducción al francés de Leyendas de Guatemala.19 El 14 de julio de 1933 regresó a Guatemala. Carrera política Cuando Asturias regresó a su país natal en 1933, tuvo su primer encuentro con el dictador Jorge Ubico y su régimen que no iba a tolerar sus ideales políticos. Ubico cerró la Universidad Popular que Asturias había fundado en 1922. En 1933 Asturias trabajó como periodista. Fundó y editó una "revista" de radio llamado El diario del aire.15 Escribió varios volúmenes de poesía en esta época, siendo Sonetos el primero, publicado en 1936. En 1942, fue elegido diputado al Congreso Nacional.20 Tras la caída del régimen de Jorge Ubico y la elección del presidente reformista Juan José Arévalo en 1944, Asturias comenzó una carrera diplomática en 1946, sin dejar de escribir durante su servicio en varios países de América Central y del Sudamérica. Asturias tuvo puestos diplomáticos en Buenos Aires en 1947 y en París en 1952. Exilio y rehabilitación Miguel Ángel Asturias, dedicó gran parte de su energía política apoyando al gobierno de Jacobo Arbenz, el sucesor electo del presidente Juan José Arévalo. Tras la caída del gobierno de Jacobo Arbenz, el nuevo mandatario Coronel Carlos Castillo Armas, ordenó que Asturias fuera despojado de su nacionalidad guatemalteca y expulsado del país por su apoyo al anterior gobierno. Durante los siguientes ocho años, Asturias vivió en exilio en Buenos Aires y Chile. Después de un cambio de gobierno en Argentina, una vez más tuvo que buscar un nuevo hogar, y se trasladó a Europa.23 Mientras vivía en exilio en Génova su reputación como autor creció con la publicación de su novela Mulata de Tal (1963). En 1966 el presidente electo Julio César Méndez Montenegro llegó al poder en Guatemala y rehabilitó a Asturias: le fue devuelto su ciudadanía guatemalteca y fue nombrado como embajador en Francia, donde se desempeñó hasta 1970, ocupando una residencia permanente en París. Un año más tarde, en 1967, la traducción al inglés de Mulata de Tal fue publicada en Boston. Más adelante en su vida, Asturias ayudó a refundar la Universidad Popular de Guatemala.1Asturias pasó sus últimos años en Madrid, donde murió en 1974. Está enterrado en el cementerio de Père Lachaise en París. Familia Miguel Ángel Asturias se casó con su primera esposa, Clemencia Amado, en 1939. Tuvieron dos hijos, Miguel Ángel y Rodrigo. Se divorciaron en 1947. Asturias se casó con su segunda esposa, Blanca Mora y Araujo, en 1950. Como Mora y Araujo era argentina, cuando Asturias fue deportado de Guatemala en 1954, se fueron a vivir a Buenos Aires donde permanecieron ocho años. Asturias, dedicó su novela Week-end en Guatemala a su esposa, Blanca, después de que fuera publicado en 1956. Permanecieron casados hasta la muerte de Asturias en 1974. Rodrigo Asturias Amado, hijo de su primer matrimonio, fue comandante guerrillero de la ORPA e integrante de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Rodrigo Asturias adoptó el nombre de guerra Gaspar Ilom, el nombre de un indígena rebelde en Hombres de maíz, la novela su padre. La URNG fue una organización guerrillera que se opuso a los gobiernos militares de la década de 1980 durante la Guerra Civil de Guatemala. Tras la firma de los acuerdos de paz en 1996 la URNG se convirtió en un partido político. Obras mayores Novelista y poeta del realismo mágico, influido en sus orígenes por el realismo, muy pronto, sin renunciar a esa impronta, se adentra en su campo predilecto: la mitología aborigen, la propia tierra (lo telúrico, en término muy actual), en el sentido de compromiso con los sinsabores de los campesinos sometidos al yugo colonialista, lo que se ve en los títulos de sus obras. Junto a ello, y una faceta no menos importante, la calidad y sonoridades de su prosa apenas admiten comparación en la literatura castellana del siglo XX. Publica Leyendas de Guatemala (1930) en torno a mitos y leyendas nativos y mestizos. En su célebre novela El señor Presidente (1946) retrata a un típico dictador latinoamericano —como también hicieron Valle Inclán en Tirano Banderas, García Márquez en El otoño del patriarca, Roa Bastos en Yo el supremo, Alejo Carpentier en El recurso del método o Vargas Llosa en La fiesta del chivo—, para lo que se sirvió de procedimientos grotescos y burlescos con el fin de describir con total contundencia la brutalidad y la opresión social ejercidas en su país por los gobiernos dictatoriales. Escribio los libretos de las óperas Emulo Lipolidón e Imágenes de nacimiento para el compositor José Castañeda. Hombres de maíz (1949) es reconocida por muchos como su obra maestra. Novela típica del realismo mágico, se aprecian en la misma igualmente las voces y los rostros del oprobio y la injusticia, pero en términos de cruda explotación colonialista. Para ello, lo más resaltable es que el autor logra, de forma casi sobrenatural, acoplar el lenguaje y el ritmo de su prosa a los personajes que retrata, a sus fantásticas creencias, sus atávicas maneras y costumbres. La que más lunares tenía era la nana de Martín Ilóm, el recién parido hijo del cacique Gaspar Ilóm. La que más lunares y más piojos tenía. La Piojosa Grande, la nana de Martín Ilóm. En su regazo de tortera caliente, en sus trapos finos de tan viejos, dormía su hijo como una cosa de barro nuevecita y bajo el coxpi, cofia de tejido ralo que le cubría la cabeza y la cara para que no le hicieran mal de ojo, se oía su alentar con ruido de agua que cae en tierra porosa. Mujeres con niños y hombres con mujeres. Claridad y calor de fogarones. Las mujeres lejos en la claridad y cerca en la sombra. Los hombres cerca en la claridad y lejos en la sombra. Todos en el alboroto de las llamas, en el fuego de los guerreros, fuego de la guerra que hará llorar las espinas. Así decían los indios más viejos, con el movimiento senil de sus cabezas bajo las avispas. O bien decían, sin perder su compás de viejos: Antes que la primera cuerda de maguey fuera trenzada se trenzaron el pelo las mujeres. En esta misma línea se encuentran dos de sus principales obras: Mulata de tal y Tres de cuatro soles, en las cuales el autor incorpora a su novelística sus conocimientos antropológicos sobre mitología maya, poniendo en relación de manera magistral, al apelar a una forma de narrar fuertemente influida por el surrealismo, las cosmovisiones aparentemente excluyentes de la Guatemala pre y post colonial. En estas obras los antiguos dioses mayas recuperan inesperadamente su lugar en el mundo contemporáneo, como en "Tres de cuatro soles", o son brutalmente reemplazados por nuevas deidades traídas e impuestas por las distintas potencias imperiales. En este proceso las metamorfosis y los cambios abundan, como podemos observar en "Mulata de tal", libro de gran estilo, complejo y maravilloso. Este mundo sincrético diverso y culturalmente rico, sobrevive fundamentalmente en el lenguaje de los pobres y los explotados, lenguaje que Asturias maneja, como se ha dicho, con singular habilidad, que le permite mostrarnos un mundo en una frase y ensayar una poética de los excluidos y de los oprimidos. El autor se resiste a aceptar el genocidio cultural y humano que la realidad colonial parece imponerle a su pueblo, y reafirma la vitalidad de este último, encarando una empresa literaria que pone como principales protagonistas a aquellas víctimas sometidas al yugo de la dominación imperialista que, no obstante su situación, resisten a la opresión, manteniendo y reproduciendo en las condiciones más adversas una identidad propia. Insistió en parecidos temas en sus siguientes obras, como en la polémica trilogía novelística conocida como "La trilogía de la república de la banana" que es conformada por: Viento fuerte (1950), El Papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960). Las obras de teatro de Miguel Ángel Asturias son menos conocidas, si bien abunda en el inconformismo y la crítica social: Chantaje y Dique seco, ambas de 1964. Leyendas de Guatemala Artículo principal: Leyendas de Guatemala (libro). El primer libro publicado de Asturias fue Leyendas de Guatemala (1930), una colección de nueve historias que exploran los mitos mayas de la época precolonial, así como temas que se refieren al desarrollo de una identidad nacional guatemalteca. Su fascinación para textos precolombinos como el Popol Vuh y los Anales de los Xajil, así como sus creencias en mitos y leyendas populares, tuvieron una gran influencia en la obra. El académico Jean Franco describe el libro como "recreaciones líricas del folklore guatemalteco, inspirándose en fuentes coloniales y precolombinas." Para el crítico de la literatura latinoamericana Gerald Martin, Leyendas de Guatemala es "La primera gran contribución antropológica a la literatura española de América." Según el académico Francisco Solares-Larrave, las historias son un precursor del movimiento del realismo mágico. Asturias utilizó escritura convencional y prosa lírica para contar una historia acerca de aves y otros animales que conversan con seres humanos arquetípicos. El estilo de escritura de Asturias en Leyendas de Guatemala ha sido descrito por algunos como "historia-Sueño-poemas". En cada leyenda, Asturias atrae al lector con una furia de belleza y misterio sin ser capaz de comprender el sentido de espacio y tiempo. Leyendas de Guatemala, trajo elogios de la crítica en Francia, así como en Guatemala. El destacado poeta y ensayista francés Paul Valéry escribió sobre el libro: "descubrí que se creó un sueño tropical, que viví con singular encanto." El Señor Presidente Artículo principal: El Señor Presidente. El Señor Presidente, una de las novelas más aclamadas de Asturias, se completó en 1933 pero permaneció inédita hasta 1946, cuando salió en México como publicación privada. Como uno de sus primeros trabajos, El Señor Presidente mostró el talento de Asturias y su influencia como novelista. Zimmerman y Rojas describen su trabajo como una "denuncia apasionada contra el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera." La novela fue escrita durante el exilio de Asturias, en París.37 Durante la realización de la novela, Asturias se asociaba con los miembros del movimiento surrealista, así como con otros futuros escritores de América Latina, tales como Arturo Uslar Pietri y el cubano Alejo Carpentier. El Señor Presidente, es una de muchas novelas que exploran la vida bajo un dictador de América Latina y, de hecho, ha sido proclamada por algunos como la primera novela real, a explorar el tema de la dictadura. El libro también ha sido llamado un estudio del miedo, porque el miedo es el clima en el que se desarrolla. El Señor Presidente utiliza técnicas surrealistas y refleja la idea de Asturias que la conciencia irracional de la realidad de los indígenas es una expresión de fuerzas subconscientes. Aunque el autor nunca especifica el lugar donde la novela tiene lugar, es evidente que el argumento se ve influenciado por el gobierno del presidente y dictador guatemalteco, Manuel Estrada Cabrera. La novela de Asturias, examina la forma en que el mal se extiende hacia abajo desde un poderoso líder político, por las calles y en las casas de los ciudadanos. Muchos temas, como la justicia y el amor, son objeto de burla en la novela, y escapar de la tiranía del dictador es aparentemente imposible. Cada personaje en la novela se ve profundamente afectado por la dictadura y debe luchar para sobrevivir en una realidad aterradora. La historia comienza con la muerte accidental de un alto funcionario, el coronel Parrales Sonriente. El Presidente utiliza la muerte del coronel para deshacerse de dos hombres, cuando se decide a implicarles en el asesinato. Las tácticas del Presidente son vistas como sádicas, ya que cree que su palabra es la ley que nadie debe de cuestionar. La novela entonces acompaña a varios personajes, algunos cercanos al Presidente y otros que buscan escapar de su régimen. El consejero de confianza del dictador, a quien el lector conoce como "Cara de ángel", se enamora de Camila, la hija del general Canales. Bajo la orden directa del Presidente, Cara de ángel convence al General Canales que una fuga inmediata es imprescindible. Desafortunadamente, el General es uno de los dos hombres que el Presidente está tratando de implicar por asesinato; el propósito del Presidente es que general Canales parezca culpable al ser baleado mientras huyendo.43 Mientras que el general es perseguido para su ejecución, su hija está bajo arresto domiciliario por Cara de ángel. Cara de ángel se ve atrapado entre su amor por Camila y su deber ante el Presidente. Aunque el dictador nunca se nombra en la obra, tiene similitudes inequívocas con Manuel Estrada Cabrera. En 1974, el dramaturgo Hugo Carrillo adaptó El Señor Presidente en una obra de teatro. Hombres de maíz Artículo principal: Hombres de maíz. Hombres de maíz (1949) es generalmente considerado la obra maestra de Asturias, aunque sigue siendo una de sus novelas menos comprendidas. El título de Hombres de maíz se refiere a la creencia de los indígenas mayas de que su carne estaba hecha de maíz. La novela está escrita en seis partes, cada una explorando el contraste entre las costumbres tradicionales de los indígenas y una sociedad progresando y modernizando. El libro explora el mundo mágico de las comunidades indígenas, un tema del cual el autor era a la vez apasionado y conocedor. La novela se basa en la leyenda tradicional, pero la historia es de creación propia de Asturias. El argumento gira en torno a una comunidad indígena aislada (los hombres de maíz o "gente del maíz"), cuya tierra está amenazada por personas ajenas con el propósito de su explotación comercial. Un líder indígena, Gaspar Ilom, encabeza la resistencia de la comunidad contra los colonos, quienes lo matan con la esperanza de frustrar la rebelión. Más allá de su tumba, Ilom vive como un "héroe popular"; a pesar de sus esfuerzos, no puede prevenir que la gente pierde sus tierras. En la segunda mitad de la novela, el personaje central es un cartero, Nicho, y la historia gira en torno a la búsqueda de su esposa perdida. En el curso de su búsqueda, abandona sus funciones, atados como los son a la "sociedad de los blancos", y se transforma en un coyote, el cual representa a su espíritu guardián. Esta transformación es otra referencia a la cultura maya; la creencia en el nahualismo, o la capacidad del hombre de asumir la forma de su animal guardián, es uno de los muchos aspectos esenciales para la comprensión de los significados ocultos de la novela. A través de la alegoría, Asturias muestra cómo el imperialismo europeo domina y transforma las tradiciones indígenas en las Américas. Al final de la novela, como lo señala Jean Franco, "se ha perdido el mundo mágico de la leyenda indígena"; pero concluye con una "nota utópica", como las personas se convierten en hormigas para transportar el maíz que han cosechado. Escrito en forma de mito, la novela es experimental, ambiciosa y difícil de comprender. Por ejemplo, su "esquema de tiempo es un tiempo mítico en el que miles de años pueden ser comprimidos y vistos como un momento único"; además, el lenguaje del libro es "estructurado de manera análoga a las idiomas indígenas". Debido a su enfoque inusual, pasó algún tiempo antes de que la novela fue aceptada por los críticos y el público. La trilogía bananera Asturias escribió una trilogía épica sobre la explotación de los indígenas en las plantaciones bananeras. Esta trilogía se compone de tres novelas: Viento fuerte (1950), El Papa Verde (1954), y Los ojos de los enterrados (1960). Es un relato ficticio de los resultados del control extranjero sobre la industria bananera de América Central. Al principio, los volúmenes fueron solo publicados en Guatemala en pequeñas cantidades. Su crítica al control extranjero de la industria bananera y la forma en que los indígenas guatemaltecos fueron explotados, finalmente le valió el premio más alto de la Unión Soviética, el Premio Lenin de la Paz. Este reconocimiento marca Asturias como uno de los pocos autores reconocidos por sus obras literarias, tanto en el Occidente y el bloque comunista durante el período de la Guerra Fría. Mulata de tal Asturias publicó su novela Mulata de Tal en 1963, mientras que él y su esposa vivían en exilio en Génova. Su novela recibió muchas críticas positivas; Ideologies and Literature lo describió como "un carnaval encarnado en la novela. Representa una colisión entre el Mardi Gras maya y el barroco hispano." La novela surgió como una novela importante en la década de 1960.32 La novela incluye la mitología maya y la tradición católica para formar una alegoría distintiva de creencia. Gerald Martin en la Hispanic Review comentó que es "bastante obvio que todo el arte de esta novela se basa en su lenguaje". En general, Asturias coincide con la libertad visual de los dibujos animados, por utilizar todos los recursos que la lengua española le ofrece. Su uso del color es sorprendente y muchísimo más liberal que en las primeras novelas." Asturias construyó la novela con este uso singular del color, teoría liberal, y su uso característico de la lengua española. Su novela también recibió la Premio Silla Monsegur para la mejor novela hispano-americana publicada en Francia. Temas Identidad La identidad guatemalteca en la época postcolonial se ve influenciada por una mezcla de la cultura maya y europea. Asturias, mestizo él mismo, propuso un alma nacional híbrida para Guatemala (ladina en su lengua, maya en su mitología).59 Su búsqueda para crear una auténtica identidad nacional es fundamental en Leyendas de Guatemala, su primera novela publicada, y es un tema omnipresente en toda su obra. Cuando el entrevistador Günter W. Lorenz le preguntó cómo percibe su papel como escritor latinoamericano, él responde: “...Sentí que era mi vocación y mi deber de escribir sobre América, que algún día sería de interés para el mundo.” Más tarde en la entrevista, Asturias se identifica como portavoz de su pueblo, diciendo: "...Entre los indígenas hay una creencia en el Gran Lengua. Gran Lengua es el portavoz de la tribu. Y en cierto modo eso es lo que he estado: el portavoz de mi tribu." Política A lo largo de la carrera literaria de Asturias, se vio continuamente involucrado en la política. Se opuso abiertamente a la dictadura de Cabrera, y más tarde se desempeñó como embajador de Guatemala en varios países de América Latina y Europa. Sus opiniones políticas se reflejan en varias de sus obras e incluyen: la colonización española de América Latina y el declive de la civilización maya; los efectos de las dictaduras políticas en la sociedad; y la explotación del pueblo guatemalteco por empresas agrícolas extranjeras. Leyendas de Guatemala, se inspira libremente en la mitología y las leyendas mayas. El autor eligió de incluir leyendas que van desde la creación de los mayas hasta la llegada de los conquistadores españoles, cientos de años más tarde. Presenta a los colonizadores españoles en la historia "Leyenda del tesoro del Lugar Florido". En esta historia, un ritual de sacrificio se ve interrumpido por la inesperada llegada de "Los Hombres Blancos". La tribu se dispersa atemorizada por los intrusos, y su tesoro se quede atrás en las manos del hombre blanco. Jimena Sáenz argumenta que esta historia representa la caída de la civilización maya por los conquistadores españoles. Aunque en El Señor Presidente no se identifica explícitamente a la sociedad guatemalteca de principios del siglo XX como entorno de la novela, es evidente que el personaje del título fue inspirado en la dictadura de Manuel Estrada Cabrera de 1898-1920. El carácter del Presidente rara vez aparece en la historia, pero Asturias hace uso de varios otros personajes para demostrar los terribles efectos de la vida bajo la dictadura. Este libro fue una notable contribución al género de la novela hispanoamericana de la dictadura. Irónicamente, Asturias no pudo publicar el libro en Guatemala durante trece años, a causa de las estrictas leyes de censura de la dictadura de Jorge Ubico, quién gobernó Guatemala entre 1931 y 1944. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos continuamente expandieron su presencia en las economías de América Latina. Compañías tales como la United Fruit Company manipularon políticos y explotaron la tierra, los recursos y los trabajadores guatemaltecos. El efecto general fue devastador en Guatemala y inspiró Asturias a escribir la trilogía bananera, un conjunto de tres novelas publicadas en 1950, 1954 y 1960. Las tres novelas revuelven en torno a la explotación de los trabajadores agrícolas indígenas y la presencia monopolista de la United Fruit Company en Guatemala. Asturias estaba preocupado con la marginación y pobreza de la población maya en Guatemala. Creía que el desarrollo socioeconómico en Guatemala era dependiente de una mejor integración de las comunidades indígenas, una distribución más equitativa de la riqueza en el país, y la reducción de las tasas de analfabetismo, entre otros temas prevalentes. La inclusión de algunos de los problemas políticos y socioeconómicos de Guatemala en sus novelas, atrajo la atención internacional a los mismos. Naturaleza Para Asturias, Guatemala y América son un país y un continente de naturaleza.65 Nahum Megged destaca que su trabajo encarna la "totalidad fascinante de la naturaleza" y que no utiliza la naturaleza únicamente como un telón de fondo para el drama.65 Observa que en sus libros los personajes que más están en armonía con la naturaleza son los protagonistas, mientras que los que perturban el equilibrio de la naturaleza son los antagonistas. El tema de la personificación erótica de la naturaleza es prevalente en sus novelas, como lo es también en Leyendas de Guatemala cuando escribe, “El tropico es el sexo de la tierra.” Estilo Asturias se inspiró en gran medida por la cultura maya de América Central, la cual forma un tema central en muchas de sus obras y tuvo una gran influencia en su estilo de narración. Influencia maya La sociedad guatemalteca que existe hoy en día se fundó sobre una base formada por la cultura maya. Antes de la llegada de los conquistadores españoles, los mayas representaban a una civilización muy avanzada política, económica y socialmente. Esta rica cultura maya ha tenido una influencia innegable en las obras literarias de Asturias. Creía en el carácter sagrado de las tradiciones mayas y trató de revitalizar su cultura con la incorporación de la imaginería y tradición indígena en sus novelas.68 Asturias, estudió en la Sorbona (la Universidad de París en ese momento) con Georges Raynaud, un experto en la cultura de los maya quichés. En 1926, terminó la traducción del Popol Vuh, el libro sagrado de los quichés.69 Fascinado por la mitología de los pueblos indígenas de Guatemala, escribió Leyendas de Guatemala.70 Esta obra narrativa vuelve a contar algunas de las historias folclóricas mayas de su tierra natal. Ciertos aspectos de la cultura de los indígenas eran de singular interés para Asturias. El maíz es una parte integral de la cultura maya. No sólo es un alimento básico, pero juega un papel importante en la historia de la creación maya descrito en el Popol Vuh. Esta historia en particular tuvo gran influencia en la novela Hombres de maíz, una fábula mitológica que introduce los lectores a la vida, los costumbres, y la psique del indígena maya. Asturias, que no habló ningún idioma maya, admite que sus interpretaciones de la psique indígena eran intuitivas y especulativas.72 Al adoptar tales libertades, hay grandes riesgos de error. No obstante, Lourdes Royano Gutiérrez afirma que su trabajo mantiene su validez, porque en esta situación literaria la intuición sirvió como una mejor herramienta que el análisis científico. Jean Franco clasifica a Asturias como un autor "indigenista", junto con Rosario Castellanos y José María Arguedas. Franco sostiene que estos tres escritores se vieron llevados a "romper con el realismo, precisamente, debido a las limitaciones del género a la hora de representar al indígena". En Hombres de maíz por ejemplo, Asturias utiliza un estilo lírico y experimental que según Franco es una forma más auténtica de representación de la mente de los indígenas, que la prosa tradicional. Cuando se le preguntó acerca de su método de interpretación de la psique Maya, Asturias, fue citado diciendo "Oí mucho, supuse un poco más e inventé el resto". Pese a sus "inventos", su capacidad de incorporar su conocimiento de la etnología maya en sus novelas, hacen su obra auténtica y convincente. Surrealismo y realismo mágico El surrealismo tuvo una influencia importante en las obras de Asturias. Caracterizado por su exploración de la mente subconsciente, el género permitió Asturias a cruzar los límites de la fantasía y la realidad. Aunque las obras de Asturias fueron generalmente consideradas como precursores del realismo mágico, el autor vio muchas similitudes entre ambos géneros. Al discutir la idea del realismo mágico en sus obras, vincula el género explícitamente al surrealismo. Sin embargo, no utilizó el término para describir su propia obra. En cambio, lo usó en referencia a las historias mayas que predatan la conquista de América por los europeos, historias como el Popol Vuh o los Anales de los Xahil. En una entrevista con su amigo y biógrafo Günter W. Loenz, Asturias discute cómo estas historias encajan su punto de vista del realismo mágico y como se relacionan con el surrealismo, diciendo: "Entre el "real" y el "mágico" hay una tercera clase de realidad. Se trata de una fusión de lo visible y lo tangible, la alucinación y el sueño. Es similar a lo que los surrealistas alrededor de [André] Breton querían y es lo que podríamos llamar "realismo mágico".60 A pesar de que ambos géneros tienen mucho en común, a menudo se considera que el realismo mágico nació en América Latina. Como se mencionó anteriormente, la cultura maya fue una inspiración importante para Asturias. Veía una relación directa entre el realismo mágico y la mentalidad indígena, diciendo: “...un indígena o un mestizo en una pequeña aldea podría describir cómo vio una enorme piedra convertirse en una persona o un gigante, o una nube en una piedra. Eso no es una realidad tangible, sino que implica una comprensión de las fuerzas sobrenaturales. Por eso, cuando tengo que darle una etiqueta literaria, lo llamo "realismo mágico". En el mismo sentido, Lourdes Royano Gutiérrez, argumenta que el pensamiento surrealista no es del todo diferente de la visión del mundo indígena o mestiza. Royano Gutiérrez describe esta visión del mundo como una en el que el limite entre realidad y sueño es poroso, no es concreto. De la citas de Asturias y Royano Gutiérrez se desprende que el realismo mágico se consideró un género adecuado para representar los pensamientos de un personaje indígena. El estilo del surrealismo/realismo mágico se ejemplifica en las obras Mulata de Tal y El señor presidente. Uso del lenguaje Asturias fue uno de los primeros novelistas latinoamericanos a darse cuenta del enorme potencial del lenguaje en la literatura. Tenía un estilo lingüístico muy profundo que empleaba para transmitir su visión literaria. En sus obras, el lenguaje es más que una forma de expresión o un medio para un fin, y puede ser muy abstracto. No es que el lenguaje da vida a su obra, sino que la forma orgánica del lenguaje utilizado por Asturias, tiene una vida propia dentro de su obra ("El lenguaje tiene vida propia"). Así, en "Leyendas de Guatemala" se nota un estilo rítmico y musical a la escritura. En muchas de sus obras utilizó técnicas que también se observan en textos precolombinos, como onomatopeyas, repeticiones y simbolismo. Su interpretación moderna del estilo de la escritura maya, se convirtió más tarde en su propio estilo característico. Asturias, sintetizó la dicción litúrgica encontrado en el Popol Vuh, con un vocabulario colorido y exuberante.75 Este estilo característico ha sido llamado "barroquismo tropical" por Royano Gutiérrez en su análisis de sus obras más importantes. En Mulata de Tal, Asturias fusiona el surrealismo con la tradición indígena en algo llamado "el Gran Lengua".75 En esta tradición maya, las personas confieren poder mágico a ciertas palabras y frases, de forma similar al canto de una bruja o una maldición. En sus narraciones, Asturias devuelve el poder a las palabras y les permite hablar por sí mismos: "Los toros toronegros, los toros torobravos, los toros torotumbos, los torostorostoros". Asturias utiliza un vocabulario maya significativo en sus obras. Para un mejor entendimiento de la rica combinación de las palabras coloquiales guatemaltecas y indígenas, se ha incluido un glosario al final de Hombres de maíz, Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente, Viento Fuerte, y El Papa verde. Legado * Después de su muerte en 1974, el gobierno reconoció su contribución a la literatura guatemalteca mediante la creación de premios literarios y becas en su nombre. Uno de ellos es el premio literario más distinguido del país, el Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias". Además, en su honor el teatro nacional de la Ciudad de Guatemala lleva su nombre: Centro Cultural Miguel Ángel Asturias * Asturias es recordado como un hombre que creía firmemente en el reconocimiento de la cultura indígena en Guatemala. En las palabras de Gerald Martin, Asturias es uno de los "escritores ABC" —Asturias, Borges, Carpentier— quienes, según Martin, "realmente iniciaron el modernismo latinoamericano."80 Por su experimentación con estilo y lenguaje, algunos científicos lo consideran un precursor del realismo mágico. Los críticos comparan su obra de ficción a la de Franz Kafka, James Joyce y William Faulkner por su uso del estilo de 'corriente de la conciencia'.82 Su obra ha sido traducida en numerosos idiomas, incluyendo inglés, francés, alemán, sueco, italiano, portugués, ruso y muchos más. Referencias Wikipedia-http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_%C3%81ngel_Asturias

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Este texto, conocido como la autobiografía de Gertrudis Gómez de Avellaneda, es en realidad la primera de las numerosas cartas dirigidas a Ignacio de Cepeda y Alcalde, epistolario que abarcó desde esta primera confesión, firmada en Sevilla, el 23 de julio de 1839, hasta la última que se conserva, fechada en Madrid, el 26 de marzo de 1854. Solo refiere los primeros veinticinco años de su vida, pero resulta un capítulo esclarecedor de lo que será después su vida. Confesión 23 de julio, a la una de la noche. En Sevilla, año de 1839. Amigo mío: La confesión, que la supersticiosa y tímida conciencia arranca a un alma arrepentida a los pies de un ministro del cielo, no fue nunca más sincera, más franca, que la que yo estoy dispuesta a hacer a usted. Después de leer este cuadernillo me conocerá usted tan bien o acaso mejor que a sí mismo. Pero exijo dos cosas. Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticias de que ha existido. Usted sabe que he nacido en una ciudad del centro de la Isla de Cuba, a la cual fue empleado mi padre en el año de nueve, y en la cual casó, algún tiempo después, con mi madre, hija del país. No siendo indispensables extensos datos sobre mi nacimiento para la parte de mi historia, que pueda interesar a usted, no le enfadaré con inútiles pormenores, pero no suprimiré tampoco algunos que puedan contribuir a dar a usted más exacta idea de los hechos posteriores. Cuando comencé a tener uso de razón, comprendí que había nacido en una posición social ventajosa: que mi familia materna ocupaba uno de los primeros rangos del país, que mi padre era un caballero y gozaba toda la estimación que merecía por sus talentos y virtudes, y todo aquel prestigio que en una ciudad naciente y pequeña gozan los empleados de cierta clase. Nadie tuvo este prestigio en tal grado: ni sus antecesores ni sus sucesores en el destino de los comandantes de los puertos, que ocupó en el centro de la isla; mi padre daba brillo a su empleo con sus talentos distinguidos y había sabido proporcionarse las relaciones más honoríficas en Cuba y en España. Pronto cumplirán diez y seis años de su muerte; mas estoy cierta, muy cierta, que aún vive su memoria en Puerto Príncipe, y que no se pronuncia su nombre sin elogios y bendiciones; a nadie hizo mal, y ejecutó todo el bien que pudo. En su vida pública y en su vida privada, siempre fue el mismo: noble, intrépido, veraz, generoso e incorruptible. Sin embargo, mamá no fue dichosa con él; acaso porque no puede haber dicha en una unión forzosa, acaso porque siendo demasiado joven y mi padre más maduro, no pudieron tener simpatías. Mas siendo desgraciados, ambos fueron por lo menos irreprochables. Ella fue la más fiel y virtuosa de las esposas, y jamás pudo quejarse del menor ultraje de su dignidad de mujer y de madre. Disimule usted estos elogios: es un tributo que debo rendir a los autores de mis días, y tengo cierto orgullo cuando al recordar las virtudes, que hicieron tan estimado a mi padre, puedo decir: soy su hija. Aún no tenía nueve años cuando le perdí. De cinco hermanos que éramos solo quedábamos a su muerte dos: Manuel y yo; así es que éramos tiernamente queridos, con alguna preferencia por parte de mamá hacia Manolito y de papá hacia mí. Acaso por esto, y por ser mayor que él cerca de tres años, mi dolor en la muerte de mi papá fue más vivo que el de mi hermano. Sin embargo, ¡cuán lejos estaba entonces de conocer toda la extensión de mi pérdida! Algunos años hacía que mi padre proyectaba volver a España y establecerse en Sevilla; en los últimos años de su vida esta idea fue en él más fija y dominante. Quejóse de no dejar sus huesos en la tierra nativa, y pronosticando a Cuba una suerte igual a la de otra isla vecina, presa de los negros, rogó a mamá que se viniese a España con sus hijos. Ningún sacrificio de intereses, decía, es demasiado: nunca se comprará cara la ventaja de establecerse en España. Estos fueron sus últimos votos, y cuando más tarde los supe deseé realizarlos. Acaso este ha sido el motivo de mi afición a estos países y del anhelo con que a veces he deseado abandonar mi patria para venir a este antiguo mundo. Quedó mamá joven aún, rica, hermosa (pues lo ha sido en alto grado) y es de suponer que no le faltarían amantes, que aspiraran a su mano. Entre ellos, Escalada, teniente coronel del regimiento que entonces guarnecía a Puerto Príncipe, joven también, no mal parecido, y atractivo por sus dulces modales y cultivado espíritu. Mamá le amó acaso con sobrada ligereza, y antes de los diez meses de haber quedado huérfanos, teníamos un padrastro. Mi abuelo, mis tíos y toda la familia, llevó muy a mal este matrimonio; pero mi mamá tuvo para esto una firmeza de carácter, que no había manifestado antes, ni ha vuelto a tener después. Aunque tan niña, sentí herido por este golpe mi corazón; sin embargo, no eran consideraciones mezquines de intereses las que me hicieron tan sensible a ese casamiento: era el dolor de ver tan presto ocupado el lecho de mi padre y un presentimiento de las consecuencias de esta unión precipitada. Afortunadamente sólo un año estuvimos con mi padrastro, pues, aunque una Real orden inicua y arbitraria nos obligaba a permanecer bajo su tutela, la suerte nos separó. Su regimiento fue mandado a otra ciudad, y mamá no se resolvió a dejar su país y sus intereses para seguirle. Ocho años duró esta separación; sólo dos o tres meses cada año iba Escalada a Puerto Príncipe con licencia, y se portaba entonces muy bien con mamá y nosotros. ¡Por tanto, éramos felices! Aunque tenía mamá otros hijos de sus segundas nupcias, su cariño para con nosotros era el mismo. A Manuel, sobre todo, siempre lo ha querido con una especie de idolatría, y a mí lo bastante para no poder formar la menor queja. Dábaseme la más brillante educación que el país proporcionaba, era celebrada, mimada, complacida hasta en mis caprichos, y nada experimenté que se asemejase a los pesares en aquella aurora apacible de mi vida. Sin embargo, nunca fui alegre y atolondrada, como lo son regularmente los niños. Mostré desde mis primeros años afición al estudio y una tendencia a la melancolía. No hallaba simpatías en las niñas de mi edad; tres solamente, vecinas mías, hijas e un emigrado de Santo Domingo, merecieron mi amistad. Eran tres lindas criaturas de un talento natural despejadísimo. La mayor de ellas tenía dos años más que yo, y la más chica dos años menos. Pero esa última era mi predilecta, porque me parecía, aunque más joven, más juiciosa y discreta que las otras. Las Carmonas (que este era su apellido) se conformaban fácilmente con mis gustos y los participaban. Nuestros juegos eran representar comedias, hacer cuentos, rivalizando a quién los hacía más bonitos, adivinar charadas y dibujar en competencia flores y pajaritos. Nunca nos mezclábamos en los bulliciosos juegos de las otras chicas con quienes nos reuníamos. Más tarde, la lectura de novelas, poesías y comedias, llegó a ser nuestra pasión dominante. Mamá nos reñía algunas veces, porque, siendo ya grandecitas, descuidáramos tanto nuestros adornos, y huyéramos de la sociedad como salvajes. Porque nuestro mayor placer era estar encerradas en el cuarto de los libros, leyendo nuestras novelas favoritas y llorando las desgracias de aquellos héroes imaginarios, a quienes tanto queríamos. De este modo cumplí trece años. ¡Días felices que pasaron para no tornar!... 25 por la mañana. Mi familia me trató casamiento con un caballero del país, pariente lejano de nosotros. Era un hombre de buen aspecto personal y se le reputaba el mejor partido del país. Cuando se me dijo que estaba destinada a ser su esposa, nada vi en este proyecto que no me fuese lisonjero. En aquella época, comenzaba a presentarme en los bailes, paseos y tertulias, y se despertaba en mí la vanidad de mujer. Casarme con el soltero más rico de Puerto Príncipe, que muchas deseaban, tener una casa suntuosa, magníficos carruajes, ricos aderezos, etcétera, era una idea que me lisonjeaba. Por otra parte, yo no conocía el amor sino en las novelas que leía, y me persuadí desde luego que amaba locamente a mi futuro. Como apenas le trataba, y no le conocía casi nada, estaba a mi elección darle el carácter que más me acomodase. Por de contado me persuadí, que el suyo era grande, noble, generoso y sublime. Prodigóle mi fecunda imaginación ideales perfecciones, y vi en él reunidas todas las cualidades de los héroes de mis novelas favoritas: el valor de un Oroondates, el ingenio y la sensibilidad emocionada de un Saint-Preux, las gracias de un Lindor y las virtudes de un Grandisón. Me enamoré de este ser completo, que veía yo en la figura de mi novio. Por desgracia, no fue de larga duración mi encantadora quimera; a pesar de mi preocupación, no dejé de conocer harto pronto, que aquel hombre no era grande ni amable sino en mi imaginación; que su talento era muy limitado, su sensibilidad muy común, sus virtudes muy problemáticas. Comencé a entristecerme y a considerar mi matrimonio bajo un punto de vista menos lisonjero. En aquella época mi futuro tuvo precisión de ir a La Habana, y su ausencia, que duró diez meses, me proporcionó la ventaja de poder olvidar mis compromisos. Como no veía a mi novio, ni casi se me hablaba de él, apenas, rara vez, me acordaba vagamente que existía en el mundo. La Amistad ocupaba entonces toda mi alma. Adquirí una nueva amiga en una prima que, educada en un convento, comenzó entonces a presentarse en sociedad. Era una criatura adorable; yo, que no amaba a ninguna de mis otras primas, me incliné a ella desde el primer momento en que la vi. He notado en el curso de mi vida, que si alguna vez se ha engañado mi corazón, más frecuentemente ha tenido un instinto feliz y prodigioso en sus primeros impulsos. Rara vez he encontrado simpatía en aquellas personas que, a primera vista, me han chocado, y en muchas he adivinado en dicha primera vista el objeto de mi futuro afecto. Mi prima obtuvo desde luego mi simpatía, y no tardó en ocupar un lugar distinguido en mi amistad. Únicamente Rosa Carmona la rivalizaba, pues ninguna de las otras dos Carmonas fueron para mí tan queridas como ella. Cuando estábamos todas reunidas, hablábamos de modas, de bailes, de novelas, de poesías, de amor y de amistad. Cuando Rosa, mi prima, y yo estábamos solas, solíamos ocuparnos de objetos más serios y superiores a nuestra inteligencia. Muchas veces nuestras conversaciones tenían por objeto los cultos, la muerte y la inmortalidad. Rosa tenía mucho juicio en cuanto decía, y yo admiraba siempre la exactitud de sus raciocinios; en cuanto a mi prima, era como yo, una mezcla de profundidad y ligereza, de tristeza y alegría, de entusiasmo y desaliento; como yo, reunía la debilidad de mujer y la frivolidad de niña con la elevación y profundidad de sentimientos, que solo son propios de caracteres fuertes y varoniles. ¡Yo no he encontrado en nadie mayores simpatías! Siendo las cinco jóvenes, no feas, y gozando reputación de talento, fuimos pronto las señoritas de moda en Puerto Príncipe. Nuestra tertulia, que se formó en mi casa, era brillantísima para el país: en ella se reunía la flor de la juventud del otro sexo y las jóvenes más sobresalientes. Todos los forasteros de distinción que llegaban a Puerto Príncipe solicitaban ser introducidos en nuestra sociedad, y nos llevábamos todas las atenciones en los paseos y bailes. Atrajimos la envidia de las mujeres, pero gozábamos la preferencia de los hombres, y esto nos lisonjeaba. Volvió en eso mi novio; pero yo no le vi sin una especie de horror; desnudo del brillante ropaje de mis ilusiones, parecióme un hombre odioso y despreciable. Mi gran defecto es no poder colocarme en el medio y tocar siempre los extremos. Yo aborrecía a mi novio tanto como antes creí amarlo. Él no pudo apercibir mi mudanza porque jamás habíale yo mostrado mi afecto. Mis ilusiones nacieron y acabaron allá en lo secreto de mi corazón, porque, tan tímida como apasionada, no concebía yo que se pudiera, sin morir de vergüenza, decir a un hombre: yo te amo. Como no debía casarme hasta los diez y ocho años, y sólo tenía quince, y como mi novio me visitaba muy poco, aquel matrimonio me ocupaba menos de lo que debía. Mirábalo remoto, gozaba lo presente y no interrogaba al porvenir. Lola (la segunda de las Carmonas) y mi prima, entablaron relaciones de amor casi al mismo tiempo, y esta circunstancia, al parecer sencilla para mí, tuvo, no obstante, una notable influencia; ellas amaban y eran amadas con entusiasmo: yo era la confidente de ambas. Entonces se operó en mí una mudanza repentina y extraña. Híceme huraña y caprichosa; las diversiones y el estudio dejaron de tener atractivos para mí. Huía de la sociedad y aun de mis amigas; buscaba la soledad para llorar sin saber por qué, y sentía un abismo en mi corazón. Yo no era ya el objeto más amado de dos de mis amigas; ellas gozaban en otro sentimiento una felicidad que yo no conocía. ¡Yo sentía celos y envidia! Pensando en aquella ventura, que mi imaginación engrandecía, invocaba al objeto que podía dármela: ¡aquel objeto ideal que formé en los primeros sueños de mi entusiasmo! Creía verle en el sol y en la luna, en el verde de los campos y en el azul del cielo; las brisas de la noche me traían su aliento, los sonidos de la música el eco de su voz. Yo le veía en todo lo que hay de grande y hermoso en la naturaleza. ¡Deliraba como con una calentura! Sin embargo, aquella situación no estaba destituida de encantos. Yo gozaba llorando y esperaba realizar algún día los sueños de mi corazón. ¡Cuánto me engañaba!... ¿Dónde existe el hombre que pueda llenar los votos de esta sensibilidad tan fogosa como delicada? ¡En vano le he buscado nueve años! ¡En vano! He encontrado ¡hombres!, hombres todos parecidos entre sí; ninguno ante el cual pudiera postrarme con respeto y decirle con entusiasmo: tú serás mi Dios sobre la tierra, tú el dueño absoluto de esta alma apasionada. Mis afecciones han sido por esta causa débiles y pasajeras. Yo buscaba un bien que no encontraba y que acaso no exista sobre la tierra. Ahora ya no le busco, no le espero, no le deseo; por eso estoy más tranquila. Esta tarde o mañana continuaré escribiendo. Adiós. 25 por la tarde. Fue introducido en nuestra tertulia un joven, que apenas conocía. Una antigua enemistad, trasmitida de padres a hijos, dividía a las dos familias de Loynaz y Arteaga. El joven pertenecía a la primera y mamá a la segunda; por consiguiente, ninguna relación existió hasta entonces entre nosotros. Un primo mío había sido el primero que rompiera la valla, uniéndose en amistad con un Loynaz. Las familias, que en un principio llevaron muy a mal esa amistad, por fin se desentendieron, y Loynaz, prevaliéndose de ella, solicitó visitarme. Mamá lo rehusó algún tiempo; pero tanto instó mi primo, tanto ridiculicé yo aquella enemistad rancia y pueril, que al fin cedió, y Loynaz tuvo entrada en casa. No tardó en granjearse la benevolencia de mamá, y en ser el más deseado de la tertulia. Aunque muy joven, su talento era distinguido, su figura bellísima y sus modales atractivos. Mis compromisos y la enemistad de nuestras familias eran dos motivos poderosos para alejar de él toda esperanza respecto a mí; pero sin tomar el aire de un amante, él supo mostrar una preferencia que me lisonjeaba. Nuestras relaciones eran meramente amistosas y toda la tertulia las consideraba así. En cuanto a mí, no me detenía en examinar la naturaleza de mis sentimientos; leía con Loynaz poesías, cantaba dúos al pino con él, hacíamos traducciones y no tenía yo tiempo para pensar en nada, sino en la dicha que era para mí la adquisición de un tal amigo. Por el verano nos fuimos al campo, a una posesión próxima a la ciudad, y me llevé conmigo a Rosa Carmona, que, desde que mi prima tenía amante, había llegado a ser mi amiga predilecta. Loynaz, mis primos y muchos amigos de ambos sexos, iban a visitarnos con frecuencia. ¡Tuve días deliciosos! Sin embargo, entonces mismo se me ofrecieron motivos de inquietud y de penas. Yo estaba encantada con Loynaz; pero me hallaba muy lejos de creerle el hombre según mi corazón. Encontrábale más talento que sensibilidad y en su carácter un fondo de ligereza que me disgustaba. Como amante, no llenaba él mis votos, mas le miraba como amigo y me había aficionado mucho a su trato. Rosa me hizo entrar en aprensión. Empeñóse en persuadirme que nuestra pretendida amistad no era más que un amor disfrazado, y por lo mismo más peligroso. Recordábame sin cesar mis compromisos, y hacía de mi novio elogios que yo hasta entonces no le había oído. Ponderando las ventajas de aquel matrimonio, me intimidaba al mismo tiempo con suponerlo inevitable, porque sólo con escándalo y afligiendo a mi familia, decía ella, podría yo romper un empeño tan serio y tan antiguo. A fuerza de decirme que yo amaba a Loynaz, llegó a persuadírmelo; pero como siempre conocía yo que no era él quien podía comprenderme, y que no me inspiraba ni estimación ni entusiasmo, aquel amor no me hacía dichosa cual yo deseaba, y en vez del orgullo que debe sentir un corazón, que encuentra o que busca, yo sentía aquella especie de humillación que nos causa la persuasión de habernos aficionado a un objeto que no nos merece. Volvimos a la ciudad en el mes de septiembre a asistir a las bodas de mi prima, que se casó entonces con el hombre que amaba. Sus amores y los de Lola Carmona habían comenzado al mismo tiempo, como ya he dicho, y al mismo tiempo casi se casaron ambas, aunque de un modo bien diferente. Mi prima vio aprobada su elección por toda la familia; Lola, contrariada por la suya, se casó depositada y marchó inmediatamente a la Habana con su marido. Así me vi privada de una de mis amigas. Acompañé al campo a los recién casados, y cuando volví, un mes después, encontré una gran mudanza. Loynaz había sido despedido de la casa, y, bajo el pretexto de que quería marcharse con su marido, mamá había fijado para dentro de tres meses mi matrimonio, que antes señalara para el cumplimiento de mis diez y ocho años. El novio a todo se prestaba; ni me amaba (según he creído siempre) ni me aborrecía. Deseaba establecerse con una niña de su familia, que tuviese inocencia y alguna hermosura. Mi abuelo había dicho que yo era la que buscaba, y que me daría además todo su quinto (que ciertamente no era despreciable) si me casaba con aquel hombre. Esto le había decidido a él y esto era lo que le movía. Al llegar yo a saber las novedades ocurridas, quedé anonadada y sin saber a qué atribuirlas. Pero no tardé en saberlo todo y en sufrir el primero y más terrible de mis desengaños. 26 por la mañana La despedida de Loynaz y la proximidad de mi casamiento fueron para mí dos golpes tan sensibles como inesperados; pero ¡cómo quedé al saber la mano con la cual me habían sido asestados!... Rosa, mi amiga, mi confidente Rosa, había persuadido a mi mamá que existía una correspondencia amorosa entre Loynaz y yo, que él me inducía a romper mis compromisos, y conociendo ella mejor que nadie la pureza de mis sentimientos y rectitud de mis intenciones, fue bastante vil para aparentar temores de que, arrastrada por la pasión, que me suponía, diese algún paso imprudente e irremediable. ¡Logró completamente su objeto! ¡Y sólo tenía quince años aquella mujer! ¡Qué habrá llegado a ser después! Yo no conocía ni el mundo ni los hombres: era tan inocente e inexperta como en el día en que nací: había creído que Rosa me amaba y que era incapaz su corazón de alguna perfidia. El conocimiento de aquella primera decepción fue para mí un golpe mortal, que cayó de lleno sobre mi alma. ¡Pero admire usted mi candor y sencillez! Rosa logró persuadirme, que sólo mi interés y la ternura de la amistad habían decidido aquel paso, y me juró que sus intenciones eran las más puras y desinteresadas. ¡La creí y la perdoné! Loynaz me escribió, y por primera vez dejó de designar con el nombre de amistad el sentimiento que yo le inspiraba. Refería cómo mamá le había prohibido continuar visitándome y se quejaba de un desaire que no había merecido. "No ignoro, me decía, los compromisos que respecto a usted ha contraído su familia, y usted sabe mejor que nadie con cuanta delicadeza los he respetado, pero, puesto que no se ha sabido apreciar mi conducta, no quiero por más tiempo violentarme: sepa usted que la amo y que a todo estoy dispuesto, si encuentro en usted iguales sentimientos." Me pareció que había en aquella carta más orgullo que pasión, pero me conmoví sin embargo. Tratando a aquel joven nunca le hubiera amado, porque su frivolidad, tan visible, era un antídoto colocado felizmente junto a cualquiera dulce emoción que me inspiraba; pero cuando no le vi, cuando le creí desairado injustamente, ofendido y desgraciado por mi causa, mi afecto hacia él tomó una vehemencia, que acaso jamás hubiera tenido de otro modo. Sin embargo, tuve bastante prudencia para dominarme, y en mi contestación le decía que estaba dispuesta a sacrificarme por complacer a mi familia, casándome con un hombre que aborrecía. "No soy insensible a su afecto de usted (le decía al concluir); pero respetaré mis vínculos, y suplico a usted que no vuelva a escribirme." No hizo caso de esta súplica, me escribió dos veces más cartas muy apasionadas, invitándome a romper un empeño que le hacía infeliz y a mí igualmente; pero no le contesté y cesó de escribirme. A pesar de esta conducta tan prudente y de la resignación con que me prestaba a un enlace aborrecido, sufría mucho de parte de mi familia. Mamá era, y es, un ángel de bondad, pero el gran defecto suyo es un carácter tan débil, que la constituye juguete de las personas que la cerca. Mis tíos la inducían a tratarme con rigor y continuamente la disponían en mi contra, interpretando odiosamente las más sencillas operaciones. ¿Y pensará usted que mis tíos deseaban mucho la realización de mi matrimonio? Nada de eso; aparentábanlo así, pero hubiesen dado cualquier cosa por impedir dicho enlace. En primer lugar les pesaban las mejoras que mi abuelo se disponía a hacerme; en segundo, deseaban para su hija mi novio, y acaso al emplear tanto y tan inmerecido rigor conmigo, no tenían otro objeto sino precipitarme a una resolución atrevida, que secundase sus miras secreta: ¡harto lo lograron! Estaba ya en vísperas de mi matrimonio; casa, ajuar, dispensa, todo estaba preparado. Pero hubo un momento en que no me hallé con fuerza para consumar el sacrificio, uno de aquellos momentos en que se obra sin pensar. Yo dejé furtivamente mi casa, y me refugié con mi abuelo, que estaba en una quinta próxima a la ciudad. Me arrojé desolada a sus pies y le dije que me daría muerte antes de casarme con el hombre que me destinaban. Aquel rompimiento fue ruidoso; toda mi familia se mostró altamente sorprendida e indignada por mi resolución; mis tíos, que en su interior se regocijaban, fueron los primeros en declararse contra mí; solo en mi abuelo hallé bondad e indulgencia, aunque nadie sintió tanto como él la rotura de un casamiento que él había formado ¡yo sufría mucho!; no ignoraba que la opinión pública me condenaba; ¡despreciar un partido tan ventajoso!, ¡tener el atrevimiento de romper un compromiso tan serio, tan adelantado, tan antiguo!, ¡dar un golpe mortal a mi familia! Esto pareció imperdonable; se dijo, desde luego, que yo era una mala cabeza (mis tíos y mis primas fueron los primeros en decirlo), que mi talento me perdía, y que lo que entonces hacía, anunciaba lo que haría más tarde, y cuánto haría arrepentir a mamá de la educación novelesca que me había dado. Mi padrastro fue entonces a Puerto Príncipe y se apuró la medida de mis sufrimientos. Una especie de fatalidad que me persigue, hace que siempre se tomen circunstancias y casualidades funestas para hacer parecer más graves mis ligerezas; digo ligerezas, aunque ciertamente no creo que lo fuese la de romper un compromiso que mi corazón reprobaba. Circunstancias independientes de mí, originaron disgustos entre mi abuelo y mi padrastro. Estos llegaron a ser tales, que mi abuelo salió de casa, donde vivía cuando no estaba en el campo, y se fue a la de uno de mis tíos. El público, que sabía la rotura de mi casamiento y no los disgustos posteriores entre Escalada y mi abuelo, no dejó de declarar que mi abuelo salía de casa altamente indignado conmigo. Mis tíos y mis primas, que siempre vieron con envidia la predilección que mi abuelo tenía por mamá y por mí, se aprovecharon de tenerlo en su casa para combatir dicha preferencia, haciéndole creer que era inmerecida. Pintóseme como una loquilla novelera y caprichosa; dijeron que mamá me perdía con su excesiva indulgencia y la libertad que me dejaba de seguir mis extravagantes y peligrosa inclinaciones; en fin, no desperdiciaron ningún medio para prevenir en contra de mi mamá y de mí al pobre viejo paralítico, que, sin vigor físico ni moral, era una cera a propósito para recibir todas las impresiones. ¡Consiguieron se objeto! Mi abuelo murió tres meses después de mi rompimiento y apareció un testamento, que anulaba el que había hecho a favor de mi mamá y de mí, dejando su tercio y un quinto a mi tío Manuel, en cuya casa murió. Mi padrastro, para descargarse de la culpabilidad de ser la causa de esta mudanza y de los perjuicios de mamá, pregonaba que por la incomodidad que le causara mi rompimiento, había mi abuelo dejado la casa y variado sus disposiciones a favor de mi tío echando sobre mí la culpa, que sólo él tenía. Mi tío y mis primas (que no me perdonaban el tener ningún mérito, ni aún después que me habían robado el afecto de mi abuelo), decían que el golpe mortal que yo le había dado al pobre anciano, había precipitado su muerte; en fin, todo el mundo decía que mi locura en romper el matrimonio, había privado a mi mamá del tercio de mi abuelo y a mí misma de su quinto. Yo tenía un alma superior a intereses de esta especie, y ¡sábelo Dios!, en las lágrimas que vertí, ninguna fue arrancada por el pesar de perder aquella codiciada herencia. Pero mi corazón estaba desgarrado por las injusticias de que era objeto. Yo tenía el íntimo convencimiento de que mi abuelo no se marchaba de casa por causa de mi rompimiento; sabía cuanta indulgencia y cariño había hallado yo en él después de aquella pretendida locura, que se decía haberle exaltado tanto; ningún remordimiento tenía de ser causa de su muerte; pero, no obstante, sentía que me agobiaba el dolor y el arrepentimiento. ¡Cuántas veces lloré en secreto lágrimas de hiel, y pedí a Dios que me quitase la existencia, que no le había pedido, ni podía agradecerle! ¡Cuantas envidié la suerte de esas mujeres que no sienten ni piensan; que comen, duermen, vegetan, y a las cuales el mundo llama muchas veces mujeres sensatas! Abrumada por el instinto de mi superioridad, yo sospeché entonces lo que después he conocido muy bien: que no he nacido para ser dichosa y que mi vid sobre la tierra será corta y borrascosa. Faltaba una cosa para colmar la medida de mis pesares y la suerte no me la rehusó. Supe, sin poder dudarlo, que Rosa Carmona y Loynaz se amaban. Sólo entonces comprendí los motivos de la anterior conducta de aquella falsa mujer, y el más profundo despreció sucedió en mi corazón una amistad tan indignamente burlada. Estas fueron las primeras lecciones que me dio el mundo: Esto encontré cuando inocente, pura, confiada, buscaba amor, amistad, virtudes y placeres: ¡inconstancia! ¡perfidia! ¡sórdido interés! ¡envidia! Crimen, crimen y nada más. ¿Soy culpable, pues, de no amarle? ¿Puedo tener ilusiones?... Pero vivo como si las tuviera, porque el mundo amigo mío, se venga cruelmente del desprecio que se le hace. Es preciso aparentar vida en la frente, aunque se lleve la muerte en el corazón. Por la tarde. Mi única amiga era ya mi prima Angelita; era, como yo, desgraciada, y, como yo, lloraba un desengaño. Su marido, aquel amante tan tierno, tan rendido, se había convertido en un tirano. ¡Cuánto sufría la pobre víctima! ¡y con cuán heroica virtud! Mi cariño hacia ella llegó al entusiasmo, y mi horror al matrimonio nació y creció rápidamente. Yo no trataba sino a mi prima, y aquella vida sedentaria, triste y contemplativa, alteró mi salud. Púseme tan delgada y enferma que, alarmada mamá, me llevó al campo. Allí pasé tres meses de soledad: soledad exterior y soledad del corazón; no mejoré y volvimos a la ciudad. ¡triste, muy triste fue aquella época de mi vida! Aún me aflige el recordarla. Tenía la esperanza de morir pronto, pero momentos tenía en que me parecían demasiado lentos los progresos de mi mal y sentía impulsos de acelerar yo misma su resultado; mis principios religiosos y el amor entrañable que tenía por mi mamá y mi hermano sofocaban este impulso. Mi padrastro tenía también un salud quebrantada y lo atribuía al clima. Persuadióse que moriría, si no se venía a España, y como no aborrecía la vida como yo, determinó realizarlo. Este proyecto me sacó de mi desaliento; deseaba otro cielo, otra tierra, otra existencia; amaba a España y me arrastraba a ella un impulso del corazón. Disgustada de mi familia materna, anhelaba conocer la de mi padre, ver su país natal, y respirar aquel aire, que respiró por primera vez, Tomé, pues, un empeño, en decidir a mamá en establecerse en este antiguo mundo. Escalada, por su parte, usaba de toda su influencia a fin de determinarla, pintándole mil ventajas en el cambio. Pero mamá resistía apoyada por sus parientes. A pesar de esto, Escalada vino Puerto Príncipe y empezó a vender tierras y esclavos y a mandar sobre los bancos de Francia todo el numerario posible. Luego, creyendo más fácil decidir a mamá si la sacaba de su país y de su familia, le propuso ir pasar unos meses en Santiago de Cuba, donde estaba de guarnición su regimiento. Todos secundamos sus esfuerzos y lo conseguimos. Sensible, más sensible de lo que yo creía, me fue el arranque de mi país y la separación de mi prima; pero al llegar a Santiago los objetos nuevos me dieron otra vida. Santiago de Cuba es una ciudad poco más o menos como Puerto Príncipe y más fea e irregular. Pero su bellísimo cielo, sus campos pintorescos y magníficos, su concurrido puerto y la cultura y amabilidad de sus habitantes, la hacen muy superior bajo cierto aspecto. Tuve en aquella ciudad una aceptación tan lisonjera, que a los dos meses de estar allí ya no era un forastera. Jamás la vanidad de una mujer tuvo tantos motivos para verse satisfecha. Yo fui generalmente querida y obsequiada, y jamás podré olvidar los favores que he debido a los habitantes de Santiago. Entonces volví a tener gusto al estudio y a la sociedad. Hice algunos versos, que fueron celebrados con entusiasmo; entreguéme a las diversiones, en las cuales era deseada y colmada de obsequios. Usted supondrá que no me faltaron aspirantes: tengo algún orgullo en decirlo: los jóvenes más distinguidos del país se disputaban mi preferencia. Ninguno, empero, la consiguió exclusiva. Mi predilecto en un baile era el mejor danzarín; en un paseo, el que montaba con mayor gracia el más hermoso caballo; en tertulia, el que tenía más amena y variada conversación. Ninguna ilusión de amor tuve en Santiago y, por consiguiente, no saqué de ella ningún desengaño. Acaso por esto la amo tanto. Loynaz fue cuatro meses después que nosotros e intentó renovar sus pretensiones. Excusaba sus amores con Rosa diciendo que ella le había en cierto modo comprometido y me juraba que yo era su único amor y que mi viaje o tenía otro objeto que el de obtener mi perdón y reconcialiarse conmigo. Yo no me negué ni a o uno ni a lo otro: Perdonéle y le entregué mi amistad pero fui inflexible con respecto al amor. Antes de volverse a Puerto Príncipe solicitó promesa de seguir con él correspondencia por escrito y, mediante que prometió serían sus carta meramente amistosas, condescendí a su demanda. En efecto, ambos seguimos dicha correspondencia con admirable exactitud hasta su muerte, acaecida medidos del año 37, cuando él cumplía los veinticinco de su edad y yo y estaba en España. Mi padrastro supo aprovechar tan bien su ascendiente sobre mamá, y yo por mi parte lo secundé de tal modo, que al fin logramos determinarla a venir a España. El día 9 de abril de 1836 no embarcamos para Burdeos en una fragata francesa, y sentidas y lloradas, abandonamos ingratas aquel país querido, que acaso no volveremos a ver jamás. ¡Perdone usted!; mis lágrimas manchan este papel; no puedo recordar sin emoción aquella noche memorable en que vi por última vez la tierra de Cuba. La navegación fue para mi un manantial de nuevas emociones. "Cundo navegamos sobre los mares azulados, ha dicho Lord Byron, nuestros pensamientos son tan libres como el Océano." Su alma sublime y poética debió sentirlo así: la mía lo experimentó también. Hermosas son las noche de los trópicos, y yo las había gozado; pero son más hermosas las noches del Océano. Hay un embeleso indefinible en el soplo de la brisa, que llena las velas ligeramente estremecida, n el pálido resplandor de la luna que reflejan las aguas, en aquella inmensidad que vemos sobre nuestras cabezas y bajo nuestros pies. Parece que Dios se revela mejor al alma conmovida en medio de aquellos dos infinitos -¡el cielo y el mar!-, y que un voz misteriosa se hace oír en el ruido de los vientos y de las olas. Si yo hubiese sido atea, dejaría de serlo entonces. También experimentamos tempestades, y puedo decir con Heredia: Al despeñarse el huracán furioso, Al retumbar sobre mi frente el rayo Palpitando gocé... Por fin, después de malos y buenos tiempos y de sentir todas las impresiones consiguientes a una larga navegación, el primero de junio saludamos con júbilo las risueñas costas de la Francia. Los días que pasé en Burdeos me parecen ahora un lisonjero sueño. Abríase mi alma en aquel país de luces y de ilustración. No amé, no sufrí, apenas sé si pensaba. Estaba encantada y mi corazón y mis ojos no me bastaban. Fue forzoso dejar aquella seductora ciudad y no lo hice sin lágrimas. Ningunas simpatías podía yo encontrar en Galicia, y viniendo de una de las primeras ciudades de Francia, la Coruña me pareció inferior a lo que realmente es, pues hoy la creo una de las más bonitas poblaciones de España. Pero el carácter gallego me desagradaba y el clima me sentaba mal. Sin embargo, acaso me hubiese acostumbrado y se disiparía la primera impresión desagradable que sentí al llegara ella, si motivos inesperados no me hubieran dado reales y positivos pesares. Por la noche. MI padrastro se había manejado bien con nosotros hasta entonces: entonces se desenmascaró. Estaba en su país y con su familia, nosotros lo habíamos abandonado todo. Su alma mezquina abusó de estas ventajas. No molestaré usted con detalles enojosos de nuestra situación doméstica; bástele saber que no hubo pesares ni humillaciones que yo no devore en secreto. Mamá era muy infeliz, y yo carecía de fuerzas para sufrir sus pesares, aunque llevaba los míos con constancia. Mi hermano Manuel tuvo precisión de marcharse al extranjero; tan comprometido se vio por mi padrastro. ¡Oh!, sería de nunca acabar si quisiera contar por menor las ridiculeces, tiranías y bajezas de aquel hombre, que yo deseo y quiero respetar todavía como marido de mi madre. Dios lo sabe, y será algún día juez de ambos. En aquella situación doméstica tan desagradable conocí a Ricafort y fui amada por él: también yo le amé desde el primer día que le conocí. Pocos corazones existirán tan hermosos como el suyo: noble, sensible, desinteresado, lleno de honor y delicadeza. Su talento no correspondía a su corazón: era muy inferior, por desgracia mía. Conocí pronto esa desventaja: aunque generoso, Ricafort parecía humillado por la superioridad que me atribuía: sus ideas y sus inclinaciones contrariaban siempre las mías. No gustaba de mi afición al estudio y era para él un delito que hiciese versos. Mis ideas sobre mucha cosas le daban pena e inquietud. Temblaba de la opinión y decíame muchas veces: ¿qué lograrás cuando consigas crédito literario y reputación de ingenio? Traerte la envidia y excitar calumnias y murmuraciones. Tenía razón, pero me helaba aquella fría razón. Aunque mostraba de mi corazón el concepto más elevado y ventajoso, no se me ocultaba que le desagradaba mi carácter. Y me repetía que ese carácter mío le haría y me haría a mí misma desgraciada. Yo me esforzaba en reprimirlo y sofocaba mis inclinaciones por darle gusto; pero esta continuada violencia me entristecía, y, notándolo él, se convencía de que no podría nunca hacerme dichosa. Sin embargo de todo esto, nos amábamos más cada día. Mis pesares domésticos llegaron a afectarme tanto que necesité desahogar mi pecho y se lo comuniqué: ¡nunca olvidaré aquel momento! ¡Yo vi sus ojos arrasados de lágrimas! Entonces, con aquel acento, que la falsedad no podrá nunca imitar, me rogó aceptase su corazón y su mano y le diese el derecho de protegerme y vengarme. Muchos día vacilé: mi horror al matrimonio era extremado; pero, al fin, cedí: mi situación doméstica ya insufrible, mi desamparo, su amor y el mío, todo e unió para determinarme, y cundo le dije que consentí en ser su esposa, tomé la decisión de consagrar mi existencia a hacer la suya dichos, y quitármela en aquel momento en que no pudiese llenar ese objeto. Talento, placeres, todo se aniquiló para mí: sólo deseaba llenar las severas obligaciones que iba a contraer y hacer canto en mi poder estuviese por aligerar a Ricafort las cadenas que le imponían. ¡Oh, ,Dios mío! ¿Por qué no pude hacerlo?... Tú sabes si eran puras mis intenciones y sinceros mis votos. ¿por qué no los escuchaste? Yo no aseguré que hubiera amado siempre a Ricfort, porque ¿quién puede responder de su corazón?; pero cierta estoy de que siempre le habría estimado y que nunca le obligaría a maldecir el día en que se uniera a mi suerte, pues si no puedo responder de mis sentimientos, puedo, por lo menos, responder de mis acciones. Pero nada de esto debía ser: la funesta debilidad de mi carácter debía trastornarlo todo. Nuestra unión no pudo verificarse por de pronto. Él era altivo y yo también: ni uno ni otro queríamos depender de nuestras familias ni un solo día. Gracias mi padrastro mis intereses estaban embrollados, y Ricafort no contaba sino con un sueldo mal pagado. Hice proposiciones racionales a mi padrastro, ¡que no las admitió!; solicité de la corte el derecho de mayoría, pintando mi situación excepcional, pero antes de obtener el resultado fue depuesto Ricfort, padre, y el hijo tuvo orden de reunirse a su regimiento. Hice justicia al General: Conocía su carácter y franqueza y no dudaba que hallaría en él un padre, pero yo tenía demasiado orgullo para entrar en su familia como un mendiga, y decidí no casarme hasta no poder aclarar mis intereses y decir a Ricafort cuáles eran estos y la mayor o menor seguridad que presentaban. En fin, después de numerosas vacilaciones y penosas escenas, Ricafort marchó a su destino. Dolorosa me fue, muy dolorosa, esta separación, aunque yo estaba muy lejos de creerla eterna, pero, pasados los dos primeros meses, pensé mucho en las diversidades que existían entre Ricafort y yo, y me pregunté a mí misma si aquella superioridad, que él me suponía, no sería, tarde o temprano, un motivo de desunión, y reflexionando en las contras del matrimonio y las ventajas de la libertad, me di el parabién de ser libre todavía. Vino mi hermano por entonces a la Coruña. Mucho necesito ahora de la indulgencia de usted, querido amigo, porque me avergüenzo todavía de mi ligereza. Vino mi hermano y desaprobó la unión. Me representó la triste suerte de los militares en las actuales circunstancias; hablóme con entusiasmo de un viaje, que quería hiciésemos juntos a Andalucía para conocer a la familia paterna (de la cual me hizo elogios que hoy conozco inmerecidos) y de lo dichosa que sería yo con mi mayoría, pudiendo gozar una vida cómoda e independiente, conforme a mis inclinaciones; sobre todo, me dijo, y fue loo que más impresión me hizo, que si me casaba con Ricafort y le seguía, nos separaríamos él y yo para siempre acaso. ¿Qué diré a usted par justificarme?... Nada, nada es bastante. Fui débil e inconsecuente. Marché con mi hermano a Lisboa: no he vuelto a saber de Ricafort. Si se exceptúa el dolor de la reparación de mamá, puede decirse que dejé con placer Galicia. Eran muy pocas las personas que en ella me merecían algún afecto, y no ignoraba que yo tenía muchos enemigos: De este número eran todos los parientes de Escalada. Gracias al cielo, no podían herirme en mi honor por mucho que lo desearan, pero daban mil punzadas de alfiler a mi reputación bajo otro concepto. Decían que yo era atea, y la prueba que daban era que leía obras de Rousseau y que me habían visto comer con manteca un viernes. Decían que yo era la causa de todos los disgustos de mamá con su marido y la que le aconsejaba no darle gusto. La educación que se da en Cuba a las señoritas difiere tanto de la que se les da en Galicia, que una mujer, un en la clase media, creería degradarse en mi país ejercitándose en cosas que en Galicia miran las más encopetadas, como una obligación de su sexo. Las parientas de mi padrastro decían, por tanto, que yo no era buen para nada porque no sabía planchar ni cocinar, ni calcetar; porque no lavaba los cristales, ni hacía las camas, ni barrí mi cuarto. Según ellas yo necesitaba veinte criadas y me daba el tono de una princesa. Ridiculizaban también mi afición al estudio y me llamaban la Doctora. Una hermana de escalada dio de bofetones a una criada de casa, porque, interrogada respecto a mí, en una casa en que ella había dado tan brillantes informes, tuvo la pobre mujer la extravagancia de decir que yo era una Ángel, y que, lejos de ser imperiosa ni exigente en la casa, todas las criadas me querían por mis buenos modos. Usted supondrá cuán poco sentiría dejar aquel país, y si podré volver a él con gusto, aún cuando tenga la desgracia de que vuelva él mi familia. Luego que rompí mis compromisos y me vi libre, aunque no más dichosa, persuadida de que no debí casarme jamás y de que el amor da más penas que placeres, me propuse adoptar un sistema, que ya hacía algún tiempo tenía en mi mente. Quise que la vanidad reemplazase al sentimiento y me pareció que valía más agradar generalmente que ser amada de uno solo; tanto más cuanto ese uno nunca seria un objeto que llenase mis votos. Yo había perdido la esperanza de encontrar un hombre según mi corazón. No busqué y, pues, ni amor ni amistad; deseaba impresione débiles y pasajeras, que me preservasen del tedio sin pro mover el sentimiento. Sin embargo, no podía aturdirme por más que me esforzaba. Separada por primera vez de mamá, sin esperanza de volver a ver a Ricafort (al cual amaba aún), sintiendo más que nunca el vacío de mi alma, disgustada de un mundo m que no realizaba mis ilusiones, disgustada de mí misma por mi impotencia de ser feliz, en vano era que quisiera aturdirme y sofocar en mí este fecundo germen de sentimientos y dolores. Otro desengaño tuve, demás, y no de los menos doloroso. Yo amaba mucho mi hermano, con él había llevado el desinterés hasta un grado que otros me vituperaron; con él había sido siempre afectuosa, condescendiente y delicada. Al verme sol con él por el mundo esperaba que su conducta correspondiese la mía. ¡me desengañé muy pronto! Conocí que el hombre abusa siempre de la bondad indefensa y que hay pocas almas grandes y delicadas para no querer oprimir cuando se conocen más fuertes. Hubiera querido mudar mi naturaleza. Creí que sería menos desgraciada cuando malograse no amar nadie con vehemencia, desconfiar de todos, despreciándolo todo, desterrando toda especie de ilusiones, dominando los acontecimientos a fuerza de preverlos, y sacando de la vida las ventajas que me presentase, sin darles, no obstante, un gran precio. Yo me avergonzaba ya de una sensibilidad que me constituía siempre en víctima. Más de un años hace que trabajo por conseguir ni objeto; no é si rá trabajo perdido. En este tiempo dos veces he contraído pasajeras relaciones; tan pasajeras, que un de ellas no duró quince días. Mi corazón no la formó; fue la cabeza únicamente, la necesidad de una distracción, el ejemplo de la sociedad en que vivía; nada más. Fueron empeños de sociedad más bien que de amor. Bien en breve me fastidié, y rompí sucesivamente aquellos semiamores sosos con tanta ligereza como los había contraído. No hablaré del proyecto de mi tío Felipe de casarme en Constatina con un mayorazgo del país y de cómo mi hermano, que tan opuesto era a que yo me casase, tomó un empeño entonces a favor de mi novio. Esto no merece mayores detalles, pues en nada ha influido semejante proyecto en mi corazón y en mi destino. Pero debo extenderme más en la relación de un compromiso recientemente concluído y que usted no ignora. Es preciso no callar nada y que sepa usted los motivo que tuve para formarlo y para concluirlo. ¡los motivos que tuve para formarlo! Embarazada me veré para decirlos. Más no importa. Mi franquea exige que los diga; la delicadeza de ustedle ordena olvidarlos tan luego concluya de leer esta. Adiós; necesito un momento de descanso. 27 por la tarde. Al mismo tiempo que D. Antonio Méndez Vigo comenzó a obsequiarme dirigirme otro algunas atenciones. Ese otro me agradaba más de lo que deseaba. Sentíame inclinada a él por una fuerza extraña y caprichosa y me estremecía el pensar que aún podía amar, tanto más que, creyendo entonces que existía una enorme diferencia entre los caracteres e inclinaciones de dicho aquel sujeto, yo preveía en un nuevo amor un nuevo desengaño. Sin embargo, un instinto del corazón parecía divertirme que era llegado el momento en que debía expiar mis pasadas inconsecuencias, y, sin saber por qué, me sentía dominada. Sé cuánto más fuerte se hace una inclinación combatida y no quise combatir la mía, pero no quise tampoco entregarme a ella exclusivamente, porque temía se hiciese de este modo omnipotente. Era, pues, preciso oponer la vanidad al sentimiento y distraer con un pasatiempo el interés demasiado vivo que sentía. Prescindo de todo para ser sincera. No me juzgue usted, ¡por Dios!, con severidad. El hombre que me interesaba se desviaba de mí, y el que no me agradaba redoblaba sus atenciones y asiduidades. El primero me causaba con su influencia en mi corazón serias inquietudes y me picaba con su indecisión; el segundo, me lisonjeaba y me divertía con su amor de niño y me parecía bien poco peligroso. Hice lo que me preció más conveniente a mi tranquilidad y lo que supuse de menos consecuencia. Admití los afectos del, uno y procuré sofocar los que el otro me inspiraba. ¡ya está dicho todo! Ahora olvídelo usted. No disimularé que el candor de mi joven mate, su amor entusiasta y mil prendas apreciables que descubría en él llegaron a conmoverme. ¡Pobre niño! ¡cuánto me ha amado!; ¿por qué este caprichoso corazón no supo corresponder dignamente?... ¡No lo sé! Me inspiraba un afecto sin ilusiones, sin calor; un afecto indefinible, que algunas veces me parecí debía semejarse al que un madre siente por u hijo; no se ría usted de esta comparación. ¿En qué consistía que ese joven no me produjese otra clase de amor? Yo no podré decirlo, porque no lo sé a fe mía. No es mal parecido, ni tonto. Usted lo sabe y aun puedo decir que existen ciertos puntos de simpatía entre nuestro modo de sentir, pero él me amaba a mí como yo amaría si encontrase un hombre según mis deseos. Pero él no era ese hombre; en vano me esforzaba, y a fuerza de decirle que le amaba quería persuadírmelo a mí misma; en vano me reprochaba de caprichosa e ingrata interiormente; ¡en vano! confesaré a usted lo que entonces no quería confesarme a mí misma: Al lado de aquel joven sentía momentos de insoportable tedio, y sus expresiones más apasionadas hallaban frío mi corazón y me producían a veces un no sé qué de hastío. ¡Era esto un capricho inexplicable del corazón porque yo le quería! ¡Sábelo Dios! Yo le quería, repito, pero no podré, sin desmentir mi íntimo convencimiento, decir que le amaba. No puedo explicar esta diferencia, pero la concibo perfectamente. Estaba él demasiado enamorado para limitar sus deseos a unas sencillas relaciones pasajeras sin duda. Quiso arrancarme la promesa de que sería su esposa y absolutamente la rehusé. Manifestéle mi repugnancia al matrimonio, y tampoco le oculté que mi amor no era de naturaleza tal que me inspirase el deseo de ser suya. Llamóme mujer original, fría, sin corazón. ¡Cuántas lágrimas! ¡Cuámtas reconvenciones! Yo hubiera roto con él, si la compasión no me hubiese inspirado esperar para hacerlo que se pasase, como no dudaba que sucediera, esa exaltación de amor, que entonces le poseía. Le vi padecer tanto que me conmoví, y como se ofrece la luna a un chiquillo, que llora por ella, le ofrecí que sería suya algún día. Una bagatela le indispuso luego con mamá, y le trataba esta con tal esquivez, y aun desatención, que, ofendida yo, le prohibí, por su propio decoro, venir a casa en algunos días, para que se calmase mamá y hacerla yo entender lo desatenta que estaba con él por un motivo tan pueril. El pobre muchacho creyó ya que no volvería a verme; qué se yo lo que pasó en aquella cabeza. Lo cierto es que hizo mil locuras irreparables. Después de algunos días de afán y mortal inquietud, que mis cartas las más tiernas no podían calmar, cometió la imprudencia de hablar a su padre y escribir a mi hermano, diciendo el deseo y resolución que tenía de casarse conmigo, sin haber consultado antes mi voluntad, acaso porque dudaba de ella. Interrogada por mi familia, desde luego declaré seriamente que no pensaba en semejante matrimonio, y mi hermano se lo escribió así a Méndez Vigo. ¡Entonces fue Troya! No molestaré a usted con pormenores enfadosos. El pobre chico creo que se trastornó, pues entre mil disparates que dijo e hizo, me escribió una carta (que conservo como casi todas las suyas) en la que me juraba que se daría un pistoletazo si no me casaba con él antes de tres meses. Temí cualquier cosa de él, mucho más cuando supe que andaba llorando en los paseos y cafés como un loco; tuve, pues, con su situación, todas las consideraciones que exigía, le escribí unas cartas llenas de ternura y le ofrecí que sería suya más tarde. Pero nada bastó; no sé que espíritu maligno se había apoderado del pobre joven. Saben su amigos hasta qué punto se extraviaba por momentos su razón. La piedad que tal vez me hubiera determinado a casarme con él (a pesar que menos que nunca me inspiraba aprecio ni confianza aquel carácter tan débil ni aquella cabeza tan frágil), si el orgullo de mi nombre no me lo hubiera absolutamente prohibido. El padre de ese joven, que, según tengo entendido, es responsable a u hijo del dote considerable que le llevó su primera esposa (y que sin duda no deseaba desposesionarse de él, como tendría que hacerlo casándose su hijo), dijo que no aprobaba su matrimonio sino hasta dentro de tres años, pues aún 4era muy joven para contraer tan serio empeño. En consecuencia a esta manifestación rehusó venir a pedir mi mano, como parece quería su hijo, y este lo amenazó con que pediría al jefe político la licencia que él le negaba. Todo esto pasaba sin que yo supiese nada, ni remotamente lo sospechase. ¡puede usted figurarse mi indignación la primera noticia que llagó a mis oídos! Se apuró mi sufrimiento y rompí enteramente con el imprudente joven, escribiendo al padre una carta donde le manifestaba que jamás había tenido ni remotamente la intención de casarme con su hijo ni con su aprobación ni sin ella. Por tanto, debía mirar como locuras del joven todos los pasos que hubiese dado con ese objeto y le aconsejaba y rogaba le mandase a viajar para distraerle. Pocas personas sabrán es Sevilla estos pormenores, pero muchos han sido conocedoras de su desesperación y de los reproches que me dirigía en su exaltación. Así es que, por una fatalidad de mi estrella, siempre me condenan las apariencias, se me juzga sin comprender mis motivos. Yo sé que se me censura haber jugado con la sensibilidad de ese joven y se me tacha de inconstancia y coquetería,. ¡ya usted conoce mi culpa!; no he tenido otra sino entablar (como hacen todas en Sevilla) unas relaciones que suponía ligeras y sin consecuencias de ninguna especie; ¡esta es toda mi culpa y sabe Dios cuánto me he arrepentido de ella! Si después no pude resolverme a sacrificar mi libertad y mi delicadeza casándome con él sin la pública aprobación de su padree, ciertamente no merezco por ello censura, y sería muy despreciable mis ojos si hubiera procedido de otro modo. La pasión no me haría faltar mi decoro entrando a la fuerza en una familia; ¡cuanto menos la compasión! Marchóse, por fin, Antonio y yo respiré; parecióme ver la luz después de una larga prisión o lanzar un peso enorme largo tiempo sostenido. Lo confieso: quedé cansada de amor; aquel amor delirante y frenético, del que yo no había participado, me causaba fatiga. Por eso, me fijé más que anteriormente en mi sistema de no amar nunca. Ha jurado no casarme nunca; no amar nunca, y aun me propongo ya abjurar también de todo empeño, aun los más sencillos y pasajeros. Un mes después de la marcha de Méndez Vigo volvió usted. ¡Está concluida mi historia!; pensé antes no haberla escrito sino en ausencia de usted, porque quería entablar con usted correspondencia, pero luego varié de idea porque no pienso ya que debemos iniciarla. Nada más me resta que decir, caro amigo; ahora recuerde usted mis condiciones. Este original será reducido a cenizas tan luego sea leído, y nadie más que usted en el mundo sabrá que ha existido. Adiós; no sé cuando nos veremos y podré dar a usted este cuadernillo. Acaso con él voy a disimular la estimación con que usted me favorece y a debilitar su amistad; ¡no importa! ¿Debo sentir el dar armas a usted para combatir una amistad que acaso conviene a ambos deje de existir? Yo seré siempre amiga de usted, aun cuando no exista amistad entre nosotros. Es decir, le estimaré a usted aun cuando cese de manifestarlo. Adiós, querido amigo; sacuda usted esa melancolía que me aflige. Créame usted: para ser dichoso modere la elevación de su alma y procure nivelar su existencia a la sociedad en que debe vivir. Cuando la injusticia y la ignorancia le desconozcan y le aflijan, entonces dígase usted sí mismo: Existe un ser sobre la tierra que me comprende y me estima. Sí, creo comprender a usted y estimarlo; ¡si me engañase! ¡si fuese usted otro de lo que yo le creo!... sería un desengaño más; ¡y qué importa uno más a la que ha sufrido tantos! P.D.- He leído esta y casi siento tentaciones de quemarla. Prescindiendo de lo mal coordinada, mal escrita, etc., ¿debo dársela a usted? No lo sé; acaso no. Ciertamente, no tengo de qué avergonzarme delante de Dios, no delante de los hombres Mi alma y mi conducta han sido igualmente puras. Pero tantas vacilaciones, tantas ligerezas, tanta inconstancia, ¿no deben hacer concebir a aquel a quien se las confieso un concepto muy desventajoso de mi corazón y de mi carácter? ¿Debo tampoco descubrir los defectos de personas que me tocan tan de cerca como lo hago?... No, ciertamente; no debo. Para resolverme a dar usted este cuaderno es preciso que le estime a usted tanto, tanto, que no lo crea un hombre, sino un ser superior. No sé, pues, qué hacer; lo guardaré y seguiré, para darlo o quemarlo, el impulso de mi corazón cundo vea a usted por primer vez. Nota: Los padres de la Avellaneda fueron el capitán de navío D. Manuel Gómez de Avellaneda y D.a Francisca Arteaga Referencias Cuba Literaria - www.cubaliteraria.cu/autor/ggomez_avellaneda/autobiografia.htm

Miguel Arteche

Miguel Arteche Salinas (nacido Miguel Salinas Arteche; Nueva Imperial, 4 de junio de 1926 - Santiago, 22 de julio de 2012) fue un escritor chileno, perteneciente a la generación literaria de 1950, que destacó especialmente en poesía. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1996. Hijo de Luis Osvaldo Salinas Adrián e Isabel Arteche Bahíllo, su infancia estuvo marcada por la "prematura muerte de su padre y la impronta imborrable de su tío sacerdote don Gonzalo Arteche Bahíllo, quien posee una importante biblioteca donde el joven Miguel inicia sus primeras lecturas poéticas, claramente influenciado por la literatura española de los Siglos de Oro y, más tarde, por la poesía" de la generación del 27. Estudió en el Liceo de Los Ángeles y luego en el Instituto Nacional de Santiago. Ingresó a la carrera de derecho en la Universidad de Chile (1945-1946), pero la abandonó y más tarde viajó, becado, a estudiar literatura española en la de Madrid (1951-1953). Comenzó a escribir poesía durante su época estudiantil, concretamente en Quintero, en las vacaciones de verano de 1945 e influenciado especialmente por Luis Cernuda. Cuatro años más tarde aparecerá su primer poemario, La invitación al olvido, claramente cernudiano, como el mismo Arteche ha reconocido (luego vendrá la influencia de Thomas Wolfe y otros).A partir de entonces y hasta su partida a España, publicará cada año un libro nuevo. Además de estudiar literatura, allí participará en los I y II Congresos Internacionales de Poesía (Segovia, 1952 y Salamanca, 1953), viajará por el país de sus ancestros, y también por Francia, Bélgica, Italia y el norte de África, publicará, en 1953, su sexto poemario. Ese mismo año se casó con Ximena Garcés en Madrid, a quien había conocido en 1952 en la embajada chilena en Madrid. Pasarán la luna de miel en Ibiza y a lo largo de su unión tendrán siete hijos: Juan Miguel, Andrea, Rafael, Cristóbal, Isabel, Amparo e Ignacio. De regreso en Chile continuó su colaboración con El Mercurio, que había comenzado en 1951, y empieza a escribir también para otros periódicos —Las Últimas Noticias y El Diario Ilustrado— y revistas como Finis Terrae, Atenea y Ercilla. Se desempeña como secretario de Juan Gómez Millas, rector de la Universidad de Chile (1954) y como jefe de la biblioteca y archivo de El Mercurio (1954-1964). En 1963 reemplazó al fallecido Eduardo Barrios como miembro de la Academia Chilena de la Lengua y al año siguiente debuta como narrador con La otra orilla, que tiene "una calurosa acogida por la crítica"; a esta novela la seguirán otras tres y dos libros de relatos. Bajo el gobierno democristiano de Eduardo Frei Montalva fue agregado cultural en España (1965-1970), y ese último año asumió el mismo cargo en la embajada de Chile en Honduras, país donde permaneció hasta 1971 ejerciendo al mismo tiempo como profesor visitante en la universidad. Durante la dictadura militar, Arteche fue una de las voces críticas con el general Pinochet y fundará talleres de poesía "que consiguen forjar un segmento de libertad para el intercambio y difusión de obras literarias y de ideas (Taller Altazor de la Biblioteca Nacional y Taller Nueve de Poesía, tal vez los primeros espacios de libre circulación en el Chile de esa época)". El escritor, que venía firmando como Miguel Arteche y no Miguel Salinas, legalizó en 1972 la inversión de sus apellidos. Arteche fue profesor de redacción en la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica de Chile (1983-1993) y subdirector de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos entre 1990 y 1991. En 1996 fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Tras la publicación del libro Jardín de relojes en 2002, Arteche se retiró de la literatura. Arteche era conocido por sus declaraciones polémicas sobre otros escritores y se le consideraba "uno de los más fuertes francotiradores de la literatura chilena". Así calificó de "peste" a la antipoesía de Nicanor Parra; dijo que Raúl Zurita no tenía oficio de poeta y como parte del jurado que dio a este el Premio Nacional, se negó a firmar el acta; al mismo galardón obtenido en 2002 por Volodia Teitelboim lo llamó El Premio Nacional de la Política. Durante sus últimos años padeció arteritis temporal. Vivía con su esposa, Ximena Cortés, en La Reina. Falleció a los 86 años de edad debido a una insuficiencia respiratoria; fue sepultado en el Cementerio General de Santiago. Obras Poesía * La invitación al olvido, 1947; descargable desde el portal Memoria Chilena * Oda fúnebre, 1948 * Una nube, 1949 * El sur dormido, 1950 * Cantata del desterrado, 1951 * Solitario, mira hacia la ausencia, 1953 * Otro continente, 1957 * Quince poemas, 1969 * Destierros y tinieblas, 1963; descargable desde el portal Memoria Chilena * De la ausencia a la noche, antología que reúne los tres poemarios anteriores, 1965 * Resta poética, 1966 * Para un tiempo tan breve, 1970 * Antología de veinte años, 1972 * Noches, 1976 * Cantata del pan y la sangre, 1980, 1981, 1986 * Variaciones alemanas, 1986 * Variaciones sobre versos de Karol Wojtyla, 1987 * Monólogo en la Torre, 1989 * Siete canciones, 1989 * Tercera antología, Corregidor, Buenos Aires, 1991 * Fénix de madrugada, 1975-1992; descargable desde el portal Memoria Chilena * Antología cuarta, LOM, Santiago, 1996 * Poemas para nietos, 1996 * Para un tiempo tan breve, 1997 * Poesía y prosa, antología; prólogo, selección y notas de Andrés Morales, Editorial *Universitaria, Santiago 2000 * Jardín de relojes, 2002; descargable desde el portal Memoria Chilena * El café, 2004 Novelas * La otra orilla, 1964 * El Cristo hueco, 1969 * La disparatada vida de Félix Palissa, 1975 * El alfil negro, 1992, inédita Relatos * Mapas del otro mundo, 1977 * Las naranjas del silencio, 1987 Autobiografía * Los ángeles de la provincia, 1975 * ¿Quién soy?, 1976; descargable desde el portal Memoria Chilena Ensayos * Notas para la vieja y la nueva poesía chilena, 1958 * La extrañeza de ser americano, 1962 * Discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua, 1965 * El extraño caso de Gabriela Mistral, 1968 * Tres visiones de Carlos Droguett, 1971 * Alfonso Calderón o cuarenta años después', 1978 * Llaves para la poesía, 1984 * Algunos de mis fantasmas, 1985 * Algo acerca de la experiencia poética, 1988 * La crítica poética y el crítico único, 1988 * Exposición sobre un taller de poesía, 1988 * La fuente dividida de Gabriela Mistral, 1989 * El nombre perdido y buscado en América, 1989 * Cómo leer un poema, 1989 * Gabriela Mistral: seis o siete materias alucinadas, 1989 * Escribir como niño para niños, 1990 * De modo inseguro y problemático, 1990 * Los coléricos hijos de Dámaso Alonso, 1990 * Algunos aprendices de brujo, 1989 * Palabras en Alberti, 1991 Premios * Premio de la Alianza de Intelectuales 1949 * Premio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción 1950 * Premio Municipal de Poesía de Santiago 1950 por El sur dormido (ex aequo con Claudio Solar) * Premio Alerce 1960 * Premio Municipal de Poesía de Santiago 1964 por Destierros y tinieblas * Premio Libro de Oro de Poesía 1977 * Premio Municipal de Poesía de Santiago 1977 * Premio del Instituto Goethe de Santiago 1979 * Finalista del Premio Nacional de Novela 1992 de la Editorial Andrés Bello con El alfil negro * Premio de poesía 1995 del Consejo Nacional del Libro y la Lectura por Fénix de madrugada * Premio Nacional de Literatura 1996 Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Arteche

Ramón de Almagro

História de Vida La amenaza de un atentado en el barrio de Once, cercano al almacén que atendía junto a su esposa, dio un vuelco inesperado en la vida de Ramón Valdez y lo convirtió en poeta casi por casualidad. Hoy, a raíz de ese incidente adverso, es famoso por las estrofas que se cuelan en los vagones de la línea D del subte, con las que invita a los usuarios a abandonar la rutina propia del viaje. Don Ramón y Doña Elsa fueron durante más de 20 años almaceneros, pero se vieron obligados a cerrar el comercio, que se encontraba próximo a la Sociedad Argentina Hebraica, cuando el temor a que se produjeran nuevas ofensivas contra la comunidad judía en la Argentina se afianzó en la zona y llevó a los vecinos a tomar decisiones drásticas, de esas de las que luego es difícil volver atrás. "De golpe y porrazo Hebraica cerró y dejaron de venir los socios que venían a comprarme al almacén. Pasaron casi cuatro años que aguanté sin cerrar, porque vivíamos de eso, pero hubo un momento en el que no quedó nada más por hacer. Junté cosa por cosa todo lo tenía y me fui a mi casa a los 62 años, sin saber cómo seguir", relató a la nación.com el "señor de los poemas", como lo suelen llamar algunos de los viajeros frecuentes del subte. Los primeros pasos de este almacenero devenido en poeta no fueron precisamente ordenados. Más bien constituyeron ensayos hasta transformarse en el ingreso principal de la familia, sin contar la módica jubilación que había obtenido por su trabajo en el local ubicado en Sarmiento y Pasteur. Tampoco respondieron a una pasión en particular. Simplemente, se orientaron hacia un único deseo: el de poder salir adelante en medio de la bronca, el enojo y la tristeza que lo atormentaban por esos días. Una oportunidad. Un aviso publicado en un diario, que leyó una de sus hijas, acercó a Don Ramón al oficio de escribir. Se trataba de una publicidad sobre la apertura de una escuela secundaria nocturna destinada a adultos. No lo dudó. Se inscribió ese mismo día en el Colegio Evangélico Villa Devoto y recibió media beca en el arancel para poder cursar. "Estábamos todos chochos. Mis compañeros porque yo era una persona mayor y yo porque tenía adonde ir. Más que nada buscaba contención", confesó. Una de sus principales mentoras en el mundo de la poesía fue justamente la profesora de lengua del instituto. Ella fue la encargada de animarlo a contar historias sencillas, de la vida cotidiana , "de esas que le llegan a la gente", inspirándose en poemas del uruguayo Mario Benedetti, de quien hoy se confiesa como un gran admirador. Las cosas empezaban a mejorar. En las aulas del colegio nació su atracción por la escritura y comenzó a gestarse también una nueva fuente de trabajo. "Sentía la necesidad de ganarme la vida. Era lo que siempre había hecho", aseguró. Sobre ruedas. Con un cuadernillo que agrupaba sus primeros siete poemas, decidió un domingo ir a probar suerte, en compañía de su familia, a Parque Centenario. "Empecé a repartirlos a orillas del lago. Se los daba a la gente para que los leyera y después pasaba a recogerlos. Ese domingo me gané 6 pesos, que en ese momento era un montón. Significaba el vino, el tomate y los fideos", recordó, mientras una sonrisa cargada de picardía y satisfacción aparecía en su cara. Pero la espera entre un fin de semana y el siguiente para la venta se hacía ardua y había que mantener la casa. Y fue ahí cuando se acordó de haber visto a un chico en el subte que vendía poemas: "Y pensé: ¿Por qué no?". Tímidamente Ramón describió: "Vivía en Corrientes y Medrano, pero me fui al subte que quedaba más lejos mi casa, el de Retiro, donde nadie me conocía. Cuando vi venir el primer subte, dije: «No, este viene muy vacío, me quedo un poquito más». Después pasó otro, pero tampoco subí porque venía muy lleno. Lo que pasaba en realidad es que tenía «chucho», una vergüenza terrible. Era muy difícil exponerse. Sentía que estaba mendigando. Pero después arranqué". Sus seguidores. Hoy, lejos de las góndolas o de la caja registradora del almacén, el poeta del subte disfruta de las muestras diarias de cariño que recibe de los usuarios del servicio, pero también de las que le envían los admiradores de su obra desde Colombia, México y España, para felicitarlo por su ejemplo de esfuerzo y dedicación a los casi 75 años. "Me generan la alegría más grande y me levantan el ánimo todos los días", indicó agradecido tras "haber encontrado su lugar en el mundo". Poema del Olvido Tú puedes olvidar y los recuerdos Se pegan a mi piel como un castigo. Tú puedes olvidar, yo sólo vivo Añorando el querer que se ha perdido. Tú puedes olvidar y en cada noche Mil vueltas yo me doy buscando olvido. Tú puedes olvidar. ¡Ay si pudiera! Olvidar como tú... sin un suspiro. Referencias http://sociedadedospoetasamigos.blogspot.com.es/2010/04/don-ramon-de-almagro-poeta-argentino.html

Ignacio Manuel Altamirano Basilio

Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero, México, 1834 — San Remo, Italia, 1893) fue un escritor, periodista, maestro y político mexicano. Estudios y vida académica Nació en la población de Tixtla, Guerrero, en el seno de una familia de raza indígena pura, su padre tenía una posición de mando entre la etnia de los chontales. En el año de 1848 su padre fue nombrado alcalde de Tixtla y eso permitió al joven Ignacio Manuel, que a la sazón contaba con 14 años, la oportunidad de asistir a la escuela. Aprendió a leer y a escribir, así como aritmética en su ciudad natal. Realizó sus primeros estudios en la ciudad de Toluca, gracias a una beca que le fue otorgada por Ignacio Ramírez, de quien fue discípulo. Recibió cátedra en el Instituto Literario de Toluca. Cursó derecho en el Colegio de San Juan de Letrán. Perteneció a asociaciones académicas y literarias como el Conservatorio Dramático Mexicano, la Sociedad Nezahualcóyotl, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, el Liceo Hidalgo y el Club Álvarez. Vida política Gran defensor del liberalismo, tomó parte en la revolución de Ayutla en 1854 contra el santanismo, más tarde en la guerra de Reforma y combatió contra la invasión francesa. Después de este periodo de conflictos militares, Altamirano se dedicó a la docencia, trabajando como maestro en la Escuela Nacional Preparatoria, en la de Escuela Superior de Comercio y Administración y en la Escuela Nacional de Maestros; también trabajó en la prensa, en donde junto con Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez fundó el Correo de México y con Gonzalo Esteva la revista literaria El Renacimiento, en la que colaboran escritores de todas las tendencias literarias, cuyo objetivo era hacer resurgir las letras mexicanas. Fundó varios periódicos y revistas como: El Correo de México, El Renacimiento, El Federalista, La Tribuna y La República. En la actividad pública, se desempeñó como diputado en el Congreso de la Unión en tres períodos, durante los cuales abogó por la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria. Fue también procurador General de la República, fiscal, magistrado y presidente de la Suprema Corte, así como oficial mayor del Ministerio de Fomento. También trabajó en el servicio diplomático mexicano, desempeñándose como cónsul en Barcelona y París. Otras actividades Abogó y sentó las bases de la instrucción primaria gratuita, laica y obligatoria a partir del 5 de febrero de 1882. Fundó el Liceo de Puebla y la Escuela Normal de Profesores de México; y para el mundo en general, escribió varios libros de gran éxito en su época, al cultivar diferentes estilos y géneros literarios. Sus estudios críticos se publicaron en revistas literarias de México. Existe una recopilación de los discursos de Ignacio Manuel Altamirano. Amó las leyendas, las costumbres y las descripciones de paisajes de México. En 1867, comenzó a destacar por lo magistral de su obra, orientó su literatura hacia la afirmación de los valores nacionales, y destacó también como historiador literario y crítico, que fue el abanderado de varias generaciones. Murió en Italia en 1893, en una misión diplomática. Con motivo del centenario de su natalicio, sus cenizas fueron depositadas en la Rotonda de las Personas Ilustres en la Ciudad de México.1 Se creó la medalla "Ignacio Manuel Altamirano" con la finalidad de premiar los 50 años de labor docente. Obras Escribió varios libros de gran éxito en su época, cultivó el cuento y el relato, la crítica y la historia; el ensayo y la crónica, la biografía y los estudios bibliográficos, la poesía y la novela. Su obras literarias retratan la sociedad mexicana de época, entre las más destacadas se encuentran: * Rimas (1880) * Clemencia (1869) * El Zarco (póstuma) * Antonia y Beatriz * Atenea * Cuentos de invierno (1880) * La Navidad en las montañas (1871) * Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1886) * Crónicas de la semana (1869) * La literatura nacional (1849) * Obras (1899) * Obras literarias completas (1859) * Obras completas (1886) Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Ignacio_Manuel_Altamirano

Bartolomé Leonardo de Argensola

Bartolomé Juan Leonardo de Argensola (Barbastro (Huesca), 26 de agosto de 1562 - Zaragoza, 4 de febrero de 1631) fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro. Tras un primer aprendizaje en Barbastro, en 1574 fue a Huesca para cursar estudios de Filosofía y Jurisprudencia, y más tarde estudio Griego, Retórica e Historia Antigua en Zaragoza bajo la dirección de Andrés Scoto. Posteriormente, marcha a Salamanca, donde estudió Derecho Canónico y Teología entre 1581 y 1584. Durante este periodo tuvo ocasión de conocer a Fray Luis de León con quien compartía la afición por los clásicos. Sus primeras composiciones poéticas datan de esta época. Ese mismo año es ordenado sacerdote gracias a una dispensa papal, pues con veintidós años aún no estaba en edad canónica de recibir el ministerio. Entre 1584 y 1586 Bartolomé y su hermano Lupercio fueron protegidos de Fernando de Aragón y Gurrea, quinto duque de Villahermosa. Ejerció como rector parroquial de los estados del duque hasta la muerte de este en 1592, de donde le vino el apelativo de «rector de Villahermosa». En 1601 fue nombrado capellán de la emperatriz María de Austria y, a su muerte en 1603, recaló en Valladolid, adonde se trasladó la Corte, y de allí a Madrid, en 1609 y 1610, donde publicó la Conquista de las Islas Molucas, encargada por comisión del Conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias. En estos años conoce a Cervantes y a Lope de Vega y hace esporádicos viajes a Zaragoza donde era fiscal de la Academia Imitatoria, el más conocido de los cenáculos literarios aragoneses del barroco. En 1613 acompaña en el séquito de literatos al Conde de Lemos en su partida a tomar posesión del Virreinato de Nápoles, donde participaría de las actividades de la Academia de los Ociosos. A la muerte de su hermano ese mismo año, solicitó el cargo que dejaba vacante como cronista de la Diputación del Reino de Aragón, siéndole concedido en 1615. Este mismo año obtuvo una canongía en la Catedral del Salvador de Zaragoza y en 1618 fue nombrado Cronista Mayor de la Corona de Aragón. Fue coetáneo de Miguel de Cervantes (quien le elogió en el «Canto de Calíope» de La Galatea), de Luis de Góngora y de Lope de Vega. En su obra poética, que tuvo difusión manuscrita hasta ser publicada junto con la de su hermano en 1634, destaca su clasicismo, que entronca con la poesía latina, sin seguir las corrientes conceptistas ni gongoristas de la época. También se opuso, junto con su hermano, a las novedades de la dramaturgia de Lope de Vega. Su modelo más imitado es Horacio, traducido impecablemente por los dos hermanos, de quien toman la dicción elegante y la claridad de pensamiento, transmitido por un verso fluido y depurado tras un paciente trabajo de lima y revisión. También admiraron a su coterráneo Marcial, de quien aprendieron el gusto por el epigrama y la sátira, pero siempre huyendo de lo vulgar, así como de la afectación gongorina y el latinismo crudo. Este estilo se refleja en la epístola de Bartolomé que comienza "Don Juan, ya se me ha puesto en el cerbelo”: Al discernir palabras, bien sería no entretejer las lóbregas y ajenas con las que España favorece y cría; porque si con astucia las ordenas en frase viva, sonarán trabadas mejor que las de Roma y las de Atenas. Con tal juntura, no te persüadas que por humildes te saldrán vulgares, ni, por muy escogidas, afectadas. Tenderá, pues, a un estilo diáfano, que no abusa de la metáfora audaz ni de la imagen rebuscada. De su obra poética destacan los sonetos "Por verte, Inés, ¿qué avaras celosías", "Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve", "Dime, Padre común, pues eres justo" o el satírico "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa" (muy conocido, aunque su autoría está disputada entre los dos hermanos), y las epístolas morales, composiciones de corte clásico que se caracterizan por la gravedad de su tono y un predominio del espíritu reflexivo. Compuso también canciones, epigramas, sátiras, epístolas y tradujo salmos y odas de Horacio. Sus obras poéticas fueron recopiladas por su sobrino junto con las de Lupercio, y publicadas bajo el título: Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola en 1634. Como cronista diversificó su interés entre varios temas: prosiguió los Anales de la Corona de Aragón de Jerónimo Zurita, escribió Alteraciones populares de Zaragoza en 1591 (revueltas de las que fue testigo junto con su hermano Lupercio) y la Historia de las islas Malucas (1609), a raíz de la conquista de la isla de Ternate. Obras Poesía * Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola, Zaragoza, s. d., 1634. Se editó posteriormente en Madrid, en 1786, en 4º. * Octavas en alabanza de Orden de la Merced. * Sátira del Incógnito (manuscrito). Prosa * Discurso historial, s. d., 1590. Publicado en la Memoria dirigida a los Diputados del Reino de Aragón donde solicitaba la plaza de su Cronista. * Aforismos políticos. * Alteraciones populares de Zaragoza, año 1591 * Apología, Madrid, s. d., 1609. Escrita en defensa de un soneto suyo de que 1604 contra el arte de la esgrima. * Comentarios a una carta del rey Fernando el Católico. Escrita al Conde de Ribagorza, Virrey de Nápoles, en defensa de la Real jurisdicción. * Comentarios para la Historia de Aragón. Manuscrito. Abarca de los años 1625 a 1627. * Conquista de las islas Molucas Madrid, Alonso Martín, 1609. 409 págs. en folio. * Menipo litigante, Demócrito, Dédalo (c. 1585-1598). Tres diálogos más lucianescos que platónicos; el primero es sátira de jueces y abogados, el segundo contra diversos modos de locura de los hombres y el tercero aborda las Alteraciones de Aragón, el caso de Antonio Pérez, la legitimidad de la razón de estado y el desengaño, con alusiones al Somnium Scipionis. * Primera parte de los Anales de Aragon, que prosigue los del Secretario Gerónimo Zurita desde el año MDXVI del Nacimiento de Nuestro Redentor, Zaragoza, Juan de Lanaja, 1630, en folio. Comprenden desde 1516 hasta 1520. Se conservan también varias cartas, en latín y castellano, una de ellas dirigida a Juan Briz Martínez, abad del Monasterio de San Juan de la Peña con observaciones sobre un proyecto de Historia de Navarra. Referencias Wikipedia - http://es.wikipedia.org/wiki/Bartolom%C3%A9_Leonardo_de_Argensola

Juan Almeida

Juan Almeida Bosque (La Habana, Cuba, 17 de febrero de 1927 – La Habana, 11 de septiembre de 2009 ) fue un político, militar y compositor cubano. Juan Almeida está considerado como la tercera figura más relevante del poder cubano después de Fidel Castro y su hermano Raúl Castro. Integrante de la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista comenzó su actividad revolucionaria en 1952 participando en el asalto al cuartel Moncada en 1953. Destacó en las luchas revolucionarias después del desembarco del Granma destacando en ellas. Después del triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959, Almeida tuvo numerosas responsabilidades. Formó parte del Buró Político del Comité Central del Partido desde su fundación en 1965 siendo ratificado en todos los congresos. Fue elegido diputado para la Asamblea Nacional y Vicepresidente del Consejo de Estado, desde la primera legislatura del Parlamento cubano del nuevo periodo que se abrió tras el primero de enero de 1959. Fue comandante de la Revolución y presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana. En su faceta de compositor y escritor realizó más de 300 canciones y una docena de libros. Labor revolucionaria inicial Participó en la lucha por el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 donde conoció a Fidel Castro, al cual sigue posteriormente en el asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Es condenado a prisión a consecuencia de este asalto por un período de 10 años; en 1955 fue amnistiado junto a sus compañeros. Expedicionario del yate Granma en 1956. El 27 de febrero de 1958 fue ascendido a Comandante del Ejército Rebelde y pasó a dirigir la columna Santiago de Cuba. Del III Frente Oriental hacia el Triunfo de la Revolución Fue uno de los Comandantes del Ejército Rebelde durante la lucha en la Sierra Maestra En marzo de ese mismo año dirigió III Frente Oriental Dr. Mario Muñoz Monroy, el cual inicialmente adopta el nombre de III Frente de Operaciones en la Sierra Maestra. Tras el triunfo de la revolución (1959) pasó a ocupar cargos en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Figura política en el gobierno revolucionario El 29 de marzo de 1962, Juan Almeida participa como Vocal del Tribunal Revolucionario presidido por el comandante Augusto Martínez Sánchez que se encargó de enjuiciar en juicio sumarísimo a los participantes de la Invasión de Bahía de Cochinos el 17 de abril de 1961. Este tribunal lo integraban además los comandantes Guillermo García Frías, Sergio del Valle y Manuel Piñeiro. Fue elegido miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y de su Buró Político en octubre de 1965. Es diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular desde la primera legislatura y Vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba. Presidente de la Asociación de Combatientes de la República de Cuba. Junto a sus responsabilidad como presidente de la dirección nacional de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC). La ACRC es la organización que rige el trabajo de los veteranos de las guerras y de los militares de avanzada edad que se comprometen con los principios del Estado cubano. Trayectoria artística Su legado va más allá de la lucha revolucionaria pues incursionó en el arte como escritor y como compositor musical. Además compuso más de trescientas canciones de las cuales se han hecho varias producciones discográficas, dos de sus canciones más populares son La Lupe y Dame un traguito. Fallecimiento. El día 11 de septiembre de 2009 a las 23:30, hora cubana, falleció debido a un paro cardiorrespiratorio a la edad de 82 años. Sus restos mortales fueron sepultados en el mausoleo del III Frente Oriental, en Santiago, junto a otros combatientes de la Revolución Cubana. Condecoraciones recibidas * Título Honorífico de Héroe de la República de Cuba. * Orden Máximo Gómez de primer grado (otorgada el 27 de febrero de 1998, en ocasión del aniversario 40 de su ascenso a Comandante en la Sierra Maestra). Obras * Presidio * Exilio * Desembarco * La Sierra * Por las faldas del Turquino * Contra el Agua y el Viento, Premio Casa de las Américas (1985) * La Única Ciudadana * El General en Jefe Máximo Gómez * ¡Atención! ¡Recuento! * La Sierra Maestra y más Allá * Algo nuevo en el desierto * La Aurora de los héroes Referencias Wikipedia-http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Almeida_Bosque

Ismael Enrique Arciniegas

Ismael Enrique Arciniegas (Curití, Santander, 2 de enero de 1865 - Bogotá, 23 de enero de 1938) poeta colombiano cuyo estilo se encuentra en la transición del romanticismo al modernismo. Está considerado como el precursor del florecimiento intelectual santandereano. En su juventud Arciniegas inició, sin terminarlos, estudios de Humanidades en Duitama y de Jurisprudencia en la Universidad Católica en Bogotá. Creyendo que su vocación sería la del sacerdocio, ingresó en el Seminario Conciliar de Bogotá, que también abandonó; pero allí fue alumno de José Joaquín Ortiz, escritor, quien tuvo una gran influencia en su carrera literaria. En Bucaramanga comenzó a ejercer el periodismo, profesión que mantuvo el resto de su vida. En 1887 fundó El Impulso; posteriormente dirigió La República y El Eco de Santander. Desde este último periódico se posicionó políticamente al defender la candidatura de Miguel Antonio Caro, contra el general Marceliano Vélez. Participó en la guerra civil de 1895, donde alcanzó el grado de coronel. Acabada la guerra, inició la carrera diplomática, siendo destinado a Caracas. Llegó a ser ministro plenipotenciario en Chile (1903) y en Ecuador (1930); Siendo tambien Ministro Plenipotenciario en París (1918 y 1926) y Panamá (1936). Asi mismo ocupo la cartera de correos y telegrafos en la administracion de Miguel Abadia Mendez. Arciniegas contrajo matrimonio con Victoria Schlessinger Cordovez, con quien tuvo dos hijos, Roberto y Beatriz. En 1904, Arciniegas adquirió el periódico El Nuevo Tiempo, donde desarrolló una labor periodística muy importante que se extendió, a lo largo de casi tres décadas, hasta finales de 1930. El periódico, cuya ideología era conservadora, alcanzó una enorme influencia en la política. La defensa de causa aliada en la primera guerra mundial, le valieron a Arciniegas condecoraciones, como la Legion de Honor en grado de Gran Oficial; la Orden del Imperio Britanico en grado de Comandante; La Orden de la Corona de Belgica en grado de Gran Oficial. Actividad y obra literaria Ismael Enrique Arciniegas es especialmente reconocido por su obra poética, centrada en temas como la naturaleza y el amor. Arciniegas perteneció a la escuela romántica, con importantes influjos del modernismo, hacia el que tiende. Comenzó a escribir en el seminario y pronto se hizo famoso gracias a composiciones como En Colonia, Inmortalidad, o A solas. Entre las obras que publicó cabe mencionar Cien poesías (1911), Traducciones poéticas (1926) y Antología poética (1932). En prosa publicó Paliques. También se destacó por su faceta como traductor, a la que dedicó gran parte de su actividad literaria. Cabe destacar sus versiones de los poemas Horacio y [[Hered y el Tu y Yo de Paul Gerarldi. Referencias Wikipedia – http://es.wikipedia.org/wiki/Ismael_Enrique_Arciniegas

Hernando de Acuña

Diego Hernando de Acuña (Valladolid, 1520 - Granada, 22 de junio de 1580) fue un poeta español petrarquista del Renacimiento. De origen noble, se dedicó a las armas y combatió como soldado en Italia bajo las órdenes del marqués del Vasto con quien participó en la guerra del Piamonte cubriendo la plaza dejada por su difunto hermano Pedro, y en Alemania. Cantó a dos damas, las Silvia y Galatea de sus versos durante su estancia hacia 1543 en Tesino. Detenido por los franceses es rescatado por el emperador, quien le nombró gobernador de Querasco. Finalmente participó en la famosa batalla de San Quintín. Sobre 1560 deja la vida militar y se traslada a España, casándose con una prima suya llamada Juana de Zúñiga e instalándose en Granada, donde junto a don Diego Hurtado de Mendoza ejerció su influencia sobre los poetas jóvenes. Obras Pertenece a la primera generación de poetas españoles petrarquistas del Renacimiento. Mantuvo amistad con Garcilaso de la Vega, quien le dedicó un epigrama en latín poco antes de morir que fue impreso en la primera edición de El caballero determinado. Traductor de obras clásicas de grandes escritores latinos e italianos (el Orlando de Boyardo). Es conocido por sus sonetos, sus églogas y elegías, algunas de ellas dedicadas al Emperador Carlos I de España, tema de su famoso soneto "Ya se acerca, señor, o ya es llegada", que se hizo famoso por uno de sus versos, que resume el ideal político de Carlos I: "Un monarca, un imperio y una espada". También puso en quintillas dobles El caballero determinado de Olivier de la Marche, obra traducida en prosa por su amigo, el propio emperador Carlos I. Su viuda publicó en Madrid a su muerte sus Varias poesías en 1591, un cancionero petrarquista afín a los publicados por poetas de su generación como Garcilaso de la Vega o Juan Boscán. Referencias http://es.wikipedia.org/wiki/Hernando_de_Acu%C3%B1a

Claudio de Alas

1886-1919 Claudio de Alas: la verdadera historia del último y único poeta maldito colombiano Por Francis Oliverio Recúpero “Aunque pueda parecer una paradoja (y las paradojas siempre son peligrosas), no por eso es menos cierto que la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida”—Oscar Wilde, “La decadencia de la mentira” Por esos pequeños milagros que la vida a veces nos regala, llegó a mis manos un libro llamado “El Cansancio de Claudio de Alas” Con suma atención me puse a leer sus poesías, y quedé subyugado, maravillado con este poeta colombiano que escribió, hace cien años, versos como éstos: “Con la santa impudicia de una estatua desnuda este Libro sonoro, doy al vértigo humano: fue sentido en la Muerte, el Pecado y la Duda y con sangre del alma, lo escribí con mi mano” ¿Quién fue Claudio de Alas? Juan José de Soiza Reilly, compilador testamentario de Jorge Escobar Uribe –tal era el nombre verdadero de de Alas- nos cuenta que el poeta nació a fines del siglo dieciocho en el seno de una familia de la élite colombiana; de adolescente se hizo revolucionario y luego de pelear en guerras civiles abandonó su patria, viviendo en Ecuador, Perú y Chile. Fue en este último país donde alcanzó la fama en los Juegos Florales que ganó Gabriela Mistral con los "Sonetos de la muerte" en 1914, donde obtuvo una mención con un "Salmo de amor" en castellano medieval. Pero él pensaba que “triunfar en Buenos Aires era la gloria más hermosa a que puede aspirar un poeta”, y vino. “No leáis este libro! –que es satánico y triste- ¡No leáis este Libro! Que el infierno en él zumba- No leáis este libro –que lloró lo que existe-“ Sin embargo, cuando el compilador conoció al poeta y éste le contó su deseo de triunfar en estas tierras, le advirtió: —Vea amigo, si usted quiere triunfar, váyase hoy mismo. Huya. Vuele. Aquí nadie triunfa. Aquí sobrevivimos. Nada más. No le hizo caso nuestro poeta y se dedicó al ejercicio del periodismo con discreto éxito. Un pintor inglés lo alojó en su casona de Bánfield “hasta que encuentres quien te pague mejor” Allí escribía, leía y traducía a su querido Oscar Wilde, y siempre lo acompañaba un viejo perro que vivía con el pintor. El 5 de marzo de 1918 de Alas se suicidó en la casa de su amigo. Nos cuenta su compilador: “Los 32 años de edad que tenía le pesaban como si hubiera vivido siempre en la opulencia…Atardecía…Encerróse en su habitación. Lloró sobre estos pobres papeles floridos de versos y escribió tres cartas” Una fue para su hermano, otra para el pintor que lo hospedaba y la última para un amigo a quien le cuenta ese “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil” Como cumpliendo un extraño pacto de amistad, primero mató al viejo perro que lo había adoptado. Y el segundo balazo fue para él mismo. En voz baja Qué garra de tristeza, la que a mi Ser tortura, Al verme cual un paria de todos olvidado… Sin unos dulces ojos que miren mi amargura, Ni besos que reanimen mi espíritu cansado. La noche me hace muecas como de sepultura, Cuando me rindo al duelo del hogar alquidado: Todo es allí egoísta y encierra la pavura De lo que no nos ama, ni que nos es amado. No encontrar unos brazos de mujer, que me ciñan, Ni una boca de fiebre, ni unas divinas ancas… No escuchar esas frases que arrullen o que riñan!... ¡Oh,Corazón, detente! Porque al latir arrancas Los hierros del suplicio, que anhelo te constriñan, Para que no solloces ante unas manos blancas. Cuando todos pensaban que se había matado por no triunfar en Buenos Aires, su amigo pintor echó luz sobre el final de de Alas: “¿Sabe usted por qué se mató Claudio?...porque sabía mucho….Se mató porque su cerebro había profundizado la vida y poseía tan hondos conocimientos psicológicos, que se aislaba de la multitud para no hacer notar su diferencia de estatura…Vivía con los libros. Como Oscar Wilde, Claudio no había nacido para las reglas. Había nacido para las excepciones…” Callada y sigilosamente me asesina La espantable seguridad De que yo seré un loco…! En el terror de mi espíritu camina Y la Sombra y la Muerte en mí convoco… La noche me da miedo…Su soledad Alza mil garras que me estrechan… Por qué me gusta de Alas * Porque vivió y murió como un auténtico poeta maldito * Porque le gustaba comer, beber y el sexo en una época en que pecado y placer parecían sinónimos ("lo que es interesante no es nunca correcto" * Porque escribió sobre temas escabrosos, desagradables cumpliendo la máxima baudeleriana de “no confundir las buenas costumbres con el arte” * Porque era moreno * Porque poca gente lo recuerda (ni siquiera Wikipedia) * Porque era colombiano * Porque el municipio de Lomas de Zamora (donde quedaba la casa del pintor) decidió homenajearlo poniendo su nombre a una calle oscura y peligrosa como él, detalle que hubiera sido genial de conocer los homenajeadores algo de la vida y la muerte del poeta, en lugar de dedicarle la única callejuela disponible... * Porque nosotros también hemos sentido ese “dolor enorme de sentirse solo ante la vida implacablemente hostil” * ¡Porque mezclaba el sexo y el amor con la religión!: Una historia terrible Sor Lyrio era una monja de lánguida mirada con formas pubescentes y una blancura astral: Sor Lyrio dirigía, piadosa y resignada, la "Sala de San Bruno" en un viejo hospital… Su blanca mano suave, era solicitada por todos los enfermos, para aliviar su mal... porque Sor Lyrio era, como una iluminada, que retrataba el cielo en su carita oval. Su historia, era una historia de todos ignorada: pero las malas lenguas corrian el rumor… de que estaba entre monjas por cuitas de amor. Sor Lyrio de esas cosas no dijo nunca nada; pero amorosa historia tenía Ella guardada, pues al oír los dichos, prendíase en rubor. II Y sucedió que un día -enfermo y macilento- a la “Sala San Bruno” un buen poeta entró: y era joven, tan dulce, lleno de sentimiento, que a la santa Sor Lyrio el alma cautivó... Después de algunos días tuvo el presentimiento de algo inmotivado, que la ruborizó; pero a pesar de todo, con cariñoso tiento, como a ningún enfermo, Sor Lyrio lo cuidó. Tan milagrosas fueron sus manos de alabastros; tanto su santa boca a Dios lo encomendó, que prodigiosamente el bardo mejoró. Pero las malas lenguas, que siempre buscan rastros, murmuran que Sor Lyrio, en una noche de astros, por su piedad vencida, con el poeta huyó... Anatema Las monjas desde entonces, refiere el pecado diciendo que el poeta era un endemoniado... ¡Embajador del Diablo! ¡Espíritu del mal! Y agregan que Sor Lyrio se encuentra condenada... ¡Pero en la faz de todas surge una llamarada si algún poeta enfermo penetra al hospital. * Porque algunas de sus pinturas parecen tangos brutales: Carne viva Es bella, es rubia, es turbadora, es alta: Bebe champagne y fuma cigarrillos; Y si del mórbido automóvil salta, La pantorrilla ostenta y sus anillos. Al hablar del amor, vibra y se exalta; Cual si esgrimiera lúbricos cuchillos; Y es su marido un hombre que resalta Entre los viejos castos y sencillos… Al casarse con él, era una llama, Que encendida con vicios solitarios, Hizo del goce turbulento drama… Y, hoy van unidos: como dos calvarios: Él un buey manso, que el placer no ama, Y ella, a su diestra, sin amor ni ovarios… * Porque Buenos Aires lo mató (conmigo no pudo, antes me refugié en Misiones) * Porque no sé si tiene una tumba visitable. * Por todo eso yo, Francis Oliverio Recúpero, el último poeta maldito y único argentino, he tenido el honor de presentarles a un grande verdadero y olvidado: Claudio de Alas. Referencias http://francisoliveriorecupero.blogspot.com.es/2009/12/claudio-de-alas-la-verdadera-historia.html

Hilario Ascasubi

Hilario Ascasubi fue un poeta argentino nacido el 14 de enero de 1807 en la actual ciudad de Bell Ville, provincia de Córdoba y falleció el 17 de noviembre de 1875 en la ciudad de Buenos Aires. Fueron sus padres Mariano de los Dolores Ascasubi, pardo libre hijo de Roque Ascasubi y Clara Ascasubi, esclavos y luego pardos libres, y doña Loreta de Elías, hija natural de Jacoba Carranza, pardas libres, todos cordobeses.[cita requerida] Es uno de los primeros poetas gauchescos, junto con el uruguayo Bartolomé Hidalgo. Es un ferviente anti rosista que se une a la lucha armada en contra del tirano. En una de sus poesías, "La refalosa", reproduce la amenaza de un "mazorquero" rosista a un gaucho que es contrario a Rosas, y en ella se comenta cómo eran las torturas utilizadas por esa milicia para lograr, a la fuerza, la adhesión al gobierno rosista. Pasó unos veinte años en Montevideo y más tarde en París enviado por el gobernador bonaerense Bartolomé Mitre. Luego regresó a la Argentina y murió en Buenos Aires en 1875. En su Santos Vega o los mellizos de la Flor -en cierto modo poema épico de la literatura gauchesca- nos presenta en breves cuadros descriptivos la vida de la pampa y de sus pobladores. A veces utilizó como seudónimos los nombres de dos obras suyas: Paulino Lucero y Aniceto el gallo. Obras El gaucho Jacinto Cielo (1843) Paulino Lucero (1846) Aniceto el Gallo (1853) Santos Vega o los mellizos de la Flor (1851) Obras completas (1872, 3 volúmenes recopilados por el autor) References Wikipedia—https://es.wikipedia.org/wiki/Hilario_Ascasubi




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