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Acto de agradecimiento

Sólo hay un bien preciso: poseer cabalmente,
por sobre todo engaño, nuestra sabiduría,
y como el agua clara rebósase en la alberca,
dejar que el alma llenen el valle, el monte, el día.
 
Yo he cruzado la senda que decora la grama
y sombrean los árboles ancianos y robustos,
en donde el viento libre sus músicas derrama,
de severos compases magníficos y augustos.
 
Y he visto ya las hierbas olorosas,
de florecer sencillo, que visten las campañas;
y espartos de los brutos, convólvulos, llantenes,
jaramagos de abril, y áloes y espadañas...
 
Y he visto ya las mieses abundantes,
orgullo del labriego, bajo la luz de octubre,
y el ópalo de mil estrellas rutilantes,
y el azul insondado del cielo que nos cubre.
 
Y la sangre que brota de alguna herida abierta
bárbaramente... ¡oh dolor, oh pavor!
Y azoradas mujeres, que entornando la puerta,
rendíanse a la dulce zozobra del amor.
 
Y he visto ya los niños fraternales
jugar del campo en el sopor profundo,
en armoniosas luchas irreales;
y del tiempo en los giros limitados,
crecer, amar, y renovar el mundo.
Y he visto el mar, que todo lo compendia,
y más allá del mar la génesis del día,
de modo que poseo justamente
la riqueza inefable de mi sabiduría.
 
Si un rayo de los cielos viene a cegar mis ojos,
dejándolos en sombra de repente,
¿qué ha de impetrar mi alma enajenada?
Fuera de esta visión que llevo ya conmigo,
¡oh amor, no busco nada!
¡oh ardor, no quiero nada!
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