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Un hombre

Al doctor Eduardo Santos.

Los que no habéis llevado en el corazón el túmulo
de un Dios,
ni en las manos la sangre de un homicidio,
los que no comprendéis el horror de la conciencia
ante el universo,
los que no sentís el gusano de una cobardía
que os roe sin cesar las raíces del ser,
los que no merecéis ni un honor supremo,
ni una suprema ignominia.
 
Los que gozáis las cosas sin ímpetus ni vuelcos,
sin radiaciones íntimas, igual y cotidianamente fáciles,
los que no devanáis la ilusión del espacio y el tiempo,
y pensáis que la vida es esto que miramos,
y una ley, un amor, un ósculo y un niño.
 
Los que tomáis el trigo del surco rencoroso
y lo coméis con manos limpias y modos apacibles,
los que decís “Está amaneciendo”
y no lloráis el milagro del lirio del alba.
 
Los que no habéis logrado siquiera ser mendigos,
hacer el pan y el lecho con vuestras propias manos
en los tugurios del abandono y la miseria,
y en la mendicidad mirar los días
en una tortura sin pensamientos.
 
Los que no habéis gemido de horror y de pavor,
como entre duras barras,
en los abrazos férreos de una pasión inicua,
mientras se quema el alma en fulgor iracundo,
muda, lúgubre,
vaso de oprobio y lámpara de sacrificio universal:
 
Vosotros no podéis comprender el sentido doloroso
de esta palabra: ¡UN HOMBRE!
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