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Canción de un azul imposible

¡Oh sombra vaga! ¡Oh sombra de mi primera novia!
Era como el convólvulo –la flor de los crepúsculos–
y era como las teresitas: azul crepuscular.
Nuestro amor semejaba paloma de la aldea,
grato a todos los ojos y a todos familiar.
En aquel pueblo olían las brisas a azahar.
 
Aún bañan, como a lampos, mi recuerdo
su cabellera rubia en el balcón,
su linda hermana Julia,
mi melodía incierta... y un lirio que me dio...
y una noche de lágrimas...
y una noche de estrellas
fulgiendo en esas lágrimas en que moría yo.
 
Francisco, hermano de ellas, Juan de Dios y Ricardo,
amaban con mi amor las músicas del río,
las noches blancas, blancas, ceñidas de luceros,
las noches negras, negras, ardidas de cocuyos,
el son de las guitarras,
y entre quimeras blondas el azahar volando.
Todos teníamos novia,
y un lucero en el alba diáfana de las ideas.
 
La muerte horrible –un tajo silencioso–
tronchó la espiga en que granaba mi alegría:
¡Murió mi madre! La cabellera rubia de Teresa
me iluminaba el llanto.
Después la vida, el tiempo, el mundo,
y al fin mi amor desfalleció como el convólvulo.
 
                                *
 
No ha mucho, una mañana, trajéronme una carta.
¡Era de Juan de Dios! Un poco acerba,
ingenua, virilmente resignada:
refería querellas
del pueblo, de mi casa, de un amigo:
“Se casó; ya está viejo y con seis hijos...
La vida es triste y dura; sin embargo,
se va viviendo... Ha muerto mucha gente:
don David, don Gregorio... Hay un colegio,
y hay toda una generación nueva.
Como cuando te fuiste, hace veinte años,
en este pueblo aún huelen las brisas a azahar...”
 
                                *
 
¡Oh amor, tu emblema sea el convólvulo,
la flor de los crepúsculos!

(1921)

#EscritoresColombianos 1921 Guadalajara

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