No queda otra. Dar un paso al frente y ver morir al miedo. Dejar pasar el control sobre tus actos y perderte en un mar de locura. Me despierto pensando en como acabar con esto, en como puede ser que te quiera y que no te tenga. Y es que esto es así, un juego de dos en el que gana el que menos siente de los dos.

Un delgada línea que solamente soporta el temor por perderte. Esa fragilidad que me transmiten tus ojos y que a la vez me vuelven loco. Sólo tu sonrisa es capaz de volverme inmune a mis miedos, miedos que provocas tú en mis sueños, en mis momentos de locura infinita, en mis ratos libres pensando en como quererte, en mí.

Me despiertas de mi letargo, de mi cautiverio, de todas mis zozobras personales, sabiendo que tú eres la culpable de mis miedos, y benditos miedos con sabor a ti. Me iluminas en este páramo desierto en el que me encuentro. Pones a cien todos los cuentakilómetros de los que dispongo. No dejas de sorprenderme con detalles que hacen que también seas protagonista en mis días. En mis sueños, el aliento de tus besos me deja ko al despertar, sin saber por donde tirar, confundiendo realidad con ficción y llevándome hasta la locura más extrema. Todo eso provocas tú.

Y es que no paro de luchar, de superarme a mí mismo y pelear por lo que quiero, pelear por ti. No paro de caerme al mirar la vista atrás y ver que no estás. Y únicamente eres tú la que consigue levantarme, la que me ofreces la mano a distancia sabiendo que si puedo te cogeré todo el cuerpo, que no te soltaré, que tienes que ser mía y que vivo al límite, al límite de mis miedos.