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Otra canción de otoño

Todos cantan a tiempo su canto postrimero.
Con la barba en la mano o de otro modo,
al llegar el invierno,
todos modulan su canción de otoño.
 
Cuando llora la carne,
cuando el aire es tan puro que nos ahoga,
y es tan lúcido el cielo que nos deslumbra,
descendemos cantando de las montañas
a beber agua turbia de la laguna.
 
Cuando llora la carne:
eres aquella misma que contemplamos
desnuda bajo el triunfo de un día de sol.
Eres aquella misma, con la cabeza
cenicienta y vejada por el dolor.
 
Con la barba en la mano o de otro modo,
todos modulan su canción de otoño.
Dispendiosa elegancia de los crepúsculos.
Dispendiosa elegancia de las mañanas,
muy de mañana.
 
Ya nos pesa en el alma la formidable
castidad –roca y nieve– de la montaña,
y aceptamos tan sólo la luz de Vésper
porque tiembla y cintila como una lágrima.
 
Todos cantan a tiempo su canto postrimero,
muy pocos en verano, muy muchos en invierno.
 
La severa prestancia de los cipreses,
coloridos de sepia crepuscular,
edifica el cansancio de nuestra casa
y exornamos de rojo nuestra tristeza,
y seguimos cantando, que todo pasa.
 
Y en la margen fangosa de la laguna
húndese sollozando la carne infausta,
trunca y convaleciente como la luna.

De "Algunos poemas deliberadamente románticos
y un prólogo en cierto modo innecesario" 1933

#EscritoresMexicanos

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