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Dedicatoria

Liebres (2002)

A Yannis Ritsos y a Cavafis y a todos los griegos que nos enseñaron las palabras desde Homero, desde Horatius hasta los que sufrieron los tanques del setenta.
A los Ingleses escritores de la Ética.
A los franceses de la vanguardia que murieron por alcanzar un lugar en el Panteón de las frases.
A Ernesto Cardenal a Roque Dalton, a Martí y a los Guillén.
A todos los centroamericanos que fueron perseguidos y alcanzados por el odio, la muerte, la censura, pero nunca por el olvido.
A Rodolfo Walsh, a Paco Urondo y especialmente a Juan Gelman y a todos los argentinos que perdieron la sangre propia, la de sus hijos, yernos, nueras, nietos, por el silencio permanente o el exilio. Culpa de los prohibidores de la vida, los que nunca pudieron silenciar sus manos decidoras.
A los que buscaron hasta en el suicidio la metáfora última y terrible de lo que no se comprende.
A la Pizarnik y sus verbos parabólicos que nos seguirán trazando, tal vez mañana.
A los Tuñón, Borges, Molinari, Cortazar, Giannusi y sus perros de la tarde, a tantos otros archivadores de letras en estantes metálicos, de madera, de aire, de agua.
A Irma Cuña y sus sonetos neuquinos.
A los escritores de mi barrio por sus intrépidos sueños de viernes y de bares.
A Horacio Fernández corregidor de acentos no tildados y su ojo crítico de amigo.
A los escritores que creen que es necesario escribir en papeles blancos y que las utopías tienen métrica y sonido.
A los que creen que las revoluciones son posibles, aun desde hojitas de fibras vegetales.
A los que cortan las rutas del fracaso y con sus piquetes de humos y de fuegos  iluminan los nuevos caminos.
A Laura por ese presente.
A todos ellos mis palabras como liebres...

(2002)

#Dedicatoria

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