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Roger ángel Blanco Morciego

Pasa solo el que no sabe amar la noche

De "Poemas del Leñador", Ed. Ácana, 2006

Cerradas a cal y canto
tengo las puertas del alma.
Es de dioses esta calma
después de agitarnos tanto.
Sobre la hierba, levanto
por hojarasca una copla,
pero anochece, y no sopla
sobre estos lares la brisa.
La soledad llega aprisa
pegando con su manopla.
 
Con su marcha contundente,
con su mueca triste y sola,
la soledad enarbola
su triunfo sobre el poniente...
Ah, noche insana... ¡Detente!
Yo conozco bien tu trigo,
tu aroma, acento enemigo
y soledad opulenta;
yo sé de tu historia exenta
de amor, de formas, de abrigo.
 
El jardín ya no es jardín,
sino—abismal—un tiovivo
donde justo al centro vivo
la misma imagen sin fin.
Solo la voz del jazmín
puede ir libre de agonía
por esta huerta baldía
de luna sola y encierro.
Te brindo, Noche, mi entierro...
Yo renazco con el día.
 
Porque el alba siempre viola
lo aguzado de la espina,
sobre el pan sé que termina
la soledad—rota y sola—.
Pero oscurece. Arrebola
mi mundo solo y de espanto.
Después de agitar, levanto
entre mis dioses la calma:
y dejo puertas del alma
cerradas a cal y canto.

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