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El ser social determina la conciencia social

Las campanas del otoño hacen difícil la primera nevada.
Como si el sacristán fuera el demonio
viejo muñeco de paja puesto a arder para siempre.
La tristeza da tos
y si te descuidas un poco, cariño,
la vida se te vuelve una jornada de Anita la Huerfanita
un solo llanto entre gordos.
En todo caso trabajar en un país socialista
y no ganar para comprar bufanda o guantes
hace amar la metafísica fundamental
desear su violín lila para volver
a la playa donde puedes hartarte de flores por el ombligo.
Ay es que soy funcionario
del Partido Comunista más chiquito del mundo
uno que tratará de hacer su revolución sin miles de muertitos
porque se arruinarían las posibilidades de la agricultura nacional
con las tumbas.
Para colmo de males,
ahora tú me niegas lo poco que me iba quedando
dices lógicamente “ahora no quiero”
pero es ahora cuando yo tengo frío
y advierto el hueco dejado por la patria
que antes me acariciaba en el pecho.
Odio tu vestido celeste
tu ropa interior llena de trampas tirantes
todo lo que me oculta tus dulces nalguitas sonrojadas
tus pechos de piedra blanca
hechos para la boca de los niños adultos
tu vientre que es mi patio para jugar con soldaditos de plomo
a los ojos de un sol perfectamente inventado.
Salir a estas horas a la calle
borra todos los pecados del mundo
además ver tanto pájaro muerto
(eso que nunca dicen del invierno que nace)
no se me cura lejos de tus ojos:
soy tan semi-fascista como Kafka.
Mañana el paso hacia el comunismo tendrá un día menos
regocíjate
el invierno derribará un día más
entre la niebla saludabilísima
más de algún hijo de puta
seguirá riendo por lo que dicen del Che Guevara
y en los supermercados
las gordas viejas seguirán la línea de la cola pacífica
para comprar muchas compotas y yogurt.
América Latina es una bella anaconda
que se golpea los dientes a colazos
uno no sabe nada de política
pero se ha oído decir que tiene su corazoncito
ahí el problema de exponer la ternura a las cataratas
dejar que la serenidad pasee descalza
sobre una alfombra de gigantescas parásitas
hacer huir la idea del verde de las copas de menta
y dedicarla a esa mayor parte del arco iris
formada por las loras salvajes.
Un día diferente a este
hace treinta años
hacía yo madre a mi madre
un día como este hace treinta años
oraban los oradores del VII Congreso
de la Internacional:
pronto necesitaré anteojos
y unos masajes para reducir la barriga
pues mi figura actual no da mayor decoro
niega respaldo a mi famosa fuga de la cárcel.
El frío ha dado frutos en mi vida
oh dorada visión cuyo nombre
no puedo poner aquí:
sobre todo esta sed de ti que es cobardía política
olvido en mayor grado
del ceño que aseguran debería
mantener.
Déjame quedarme en el horno divino
afuera sólo las brujas espolean su escoba entre las techumbres
tan llenas de hollín y tan ajenas
a mi cultura de humus y peñas viscosas
(no quiero darte otro cursillo sobre la naturaleza tropical
quiero quedarme a dormir contigo
hacer el amor siete u ocho veces
hasta que no puedas alzar el brazo desmayado del suelo
y en la cama un mundo de cinc herido por el ácido
sea el clima heredado desde la alegre culpa).
Te cantaría entonces una canción mexicana
con ciertas alteraciones que te harían feliz
te aceptaría sin las bromas usuales
que Sholojov mereció el Premio Nobel
y que la poesía soviética tiene cruciales diferencias
con el chewing gum.
(La asimilación crítica de la realidad
debe ir más allá de rascarse la cabeza
y decir en cualquier idioma lo equivalente a “coño”
—esto no puedes escucharlo
pues se supone que solamente lo pienso
convención muy usada hoy en la poesía
o en la novela sicológica–. Sigamos.)
No creo que deba seguirte embadurnando con la infancia
ese huevo salvaje de mi vida en el fondo del largo corredor
mas bien debo hacer los gestos del adiós
buscar el impermeable
hacer una pelota con la última caja de cigarrillos
en el más probatorio desconsuelo.
El brazo del mar es más poderoso que el ala de la paloma
en él nos bañamos asustados
pero no nos sirve para volar:
las majestades más pobres tiemblan
cuando los poetas se caen por las ventanas como Caupolicán.
(Esto es lo que se llama proverbios sobrantes.)
Recuerdo que las campanas sirvieron para iniciar esta charla
pero nada pueden contra tu silencio y tu desdén
el sacristán no es el demonio
es un imbécil que huele a sudor de viejo
y que debe andar como yo con el sueldo atrasado
(mañana tenemos otro día de Conferencia
y hasta mi habitación hay una buena hora de tranvía).
Esta noche no tuvimos cognac sólo esas uvas demasiado dulces
(el ser social juega ping-pong con la conciencia de uno
sobre todo en invierno).

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