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Un poco de sal.

Un poco de sal para lavar las heridas, que escueza y pique, y me recuerde que sigo en el camino. Que cure y calme, y añada dolor del bueno, del que ayuda a no caer por el precipicio de nuevo. Que al asomar la cara por la ventana el aire fresco me congele las pestañas dándome los buenos días y ahí, donde se clava el miedo, mis ojos ya no lo tengan. El arroyo que limpia el alma de canciones de cuna adormeciéndose en tu pelo, ahí es donde me perdí de nuevo, prometiéndome que no volvería a pasar. Y pasó. Y agradezco ser valiente otra vez, porque ahí estás tú. Y te encontré bajo ese aguacero, donde descubrí que las canciones no tienen límites, que la guitarra sigue sonando aunque se parta una cuerda, donde seguí bailando como una loca a pesar de que sangraba mi alma, donde hallé la cura sin saberlo. Volaban los pájaros y se mecía el mar, el sol salió para quemarme sin querer, ahí es donde me perdí de nuevo.

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