En medio del desatino, de un tropiezo tan ciego,
me deje encontrar con los templos caídos.
Un dios despiadado esperando su llegada,
aún siendo mudo el aliento de tu voz
yo ya no existía
Ignorando intencionalmente la razón de cómo cruzamos el río del destino
yo ya no existía
La arrogancia inhundó el barco de la cordura,
¿quién fuera tan apolineo para soñarte así?
Solo son justas las razones que nunca se escucharán
porque los dioses caprichosos deben de morir sordos,
los dioses caprichosos deben acaecer en un atardecer sin sol.