Inmaculada la pluma con la que pido condono,
aurático el deseo de negarme a morir de rodillas,
de entregar el aliento, de empozarme,
de buscar tentaciones vacías en un trono.
Se nos fue el alma en ese vuelo,
apenas fulguraban los ojos que anhelaban horizonte
y, con lagrimas que pintaban océanos,
soltamos los remos a destiempo.
Con tanto río nos resignamos a lavarnos las heridas,
las piedras trazaron su camino a los cipreses
que con mucho ardor han de cobijar la memoria.
La primavera nos anegó desde los frutos de un cerezo,
no le guardes rencor, no es la primera vez que ve marchitar
una flor.
Un paladino sabe que los amores más dulces
son de aquellos que mueren por su evanescencia.
Nuestro amor llora por ser perfume
ahí donde es dios todavía.