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Escórpora

Existe en lo más profundo de las llamas de la tierra un reino llamado Escorpio, hecho de fuego y de mantos luminosos.  Allí habita Escórpora, el señor de las brasas, de cuerpo de rubí, dientes de esmeralda y ojos de ascuas.  Sube cada día hacia los confines del esplendoroso núcleo, semejante al sol, y se desplaza como resplandeciente hormiga por los rubíes del oriente, con sus ojos encendidos y sus antenas escarlata; se desliza entre vórtices montuosos, y deja tras de sí estelas de luz roja y radiante. Las fulgurantes estrellas del rúbeo cielo iluminan su senda, sobre los montes de dorado oro. Escórpora se alimenta de los rayos del núcleo, del astro purpúreo recibe la energía que le permite ser eterno y fulgurante; del gran luminar toma su encendida fuerza; pero también le agradan los diamantes, que consume por las tardes.  El señor de las brasas no está solo; pues hacia el sur, más allá de las dunas bermejas, habitan gigantescas libélulas doradas, amantes de topacios  y alhajas de filigrana; con dirección al poniente, vive Aracne, una tarántula de cuerpo de carbúnculo, que se alimenta de ardientes corales y zafiros rutilantes. Es ella quien fabrica los topacios y la filigrana. En la región del oriente, allí donde resplandecen cobrizas llanuras,  viven fúlgidos cocuyos y dugones vehementes, pintados de carmín; fosforecen  en esa misma comarca, impetuosos potros de sol, que corren sobre llanos ardientes. Todos los seres   del reino de Escorpio –excepto Aracne– aman a Escórpora. Es él quien gobierna y crea la vida a través de los relámpagos de luz que desprende de su cuerpo. Cuando se siente solo, busca a Aracne, pero ella es vanidosa y soberbia, y siempre lo desprecia, e iracunda, le arroja fulgentes estrellas. Al chocar contra el cuerpo de Escórpora, los luceros se convierten en topacios y filigrana, que se expanden por la zona del poniente. El emperador de Escorpio es poderoso, pero es el más sensible de los habitantes del reino, y en su inmenso dolor, lanza fulgurantes explosiones de lava que en su contacto con los céfiros celestes, se convierten en carbones que caen enardecidos en la comarca del sur. Las libélulas doradas centellean sobre estos colosales tizones y crean con  ellos los diamantes, que son transportados por los impetuosos potros hacia el poniente. Allí, las libélulas cambian a Aracne los diamantes por topacios y piedras de filigrana.
 Aracne luce hoy su magnificencia; su fúlgido cuerpo destella sobre los mantos diamantinos de Escorpio. A lo lejos ha visto acercarse a Escórpora, que se desplaza como reluciente hormiga entre montes calurosos y fastuosos. Bermejo, resplandeciante, Escórpora deja en su camino sombras de color escarlata. Aracne suspira con vehemencia. El emperador brilla más que nunca. Hoy lo recibirá con diamantes.

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