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Adán

Amanece mi alma, como si la noche la hubiese pasado en un infierno, y al mirarme en el río, me descubro los ojos lóbregos y húmedos como los del caracol; en efecto, he dormido con sueños grises cubiertos de caracoles, y despertado en las tinieblas de mis horas  turbulentas y abismales, mientras espero los murmullos dolientes de la mañana. El embate de las olas del destino viene a mi encuentro y se estrella embravecido contra mi espíritu inefable. ¡Oh, si pudiese cantar a Dios una Oración! ¡Pero mis labios se han cocido con la sal del mar!

Mi paraíso se volvió desierto sin tu cuerpo ¡Aaaahhhh! Lilith, mi embeleso y sortilegio, taciturna lechuza que me vigila entre las sombras, sé que estás aquí, constante  en mi vida.  ¡Dulce mujer mía!  Si pudiera volver a cantar, a sentir tu mirada tan en mí, si volviera a suspirar como el río, y si mis sueños fueran los mismos de ayer,  quizás hoy no lloraría, tal vez mis palabras fueran otras, mis sentimientos también serían distintos...  ¡Pero hoy sólo toco mis manos tan vacías de ti, mis manos que te extrañan tanto!; te llevaste mi aire, mi aliento y mi pan de vida.

Me gusta saber de ti, de tus ojos tristes deshechos en la niebla, de tus manos blancas que se llenaron de mis besos; me gusta saber de ti en mi cuerpo, en el torbellino obscuro de mi negra noche, en el campo de trigo o en el río donde te bebo.

Es que aún te busco en las ruinas de mi desesperanza; es que aún te lloro en el frío de mi alma, ahí donde te rezo noche a noche beso a beso, ahí donde mi espíritu se deshace de desdicha, ahí, en tu sombra por siempre infinita.

Olvidaste en el jardín tus labios de cereza  y tus ojos en mis sueños, y tus piernas escarchadas aún están en el camino hacia el otoño; aún siento tus manos tibias sobre  mi pelo turbulento y mi piel de labriego; aún percibo en el viento el encanto de tu risa y la magia de tu voz, y sin embargo, los cuervos  me dicen que ya has muerto, y que sólo has dejado tu dolor de gacela herida sembrado en mi pecho; yo me levanto enardecido y les grito que mienten con mal de demonio, porque te huelo en las flores de los limoneros  y te escucho en el canto de las alondras, porque siento tu amor de mariposa taciturna volar cada mañana hacia mi alma.

¿Te acuerdas cuando Perfumaste de  tu cuerpo mi cuerpo con fragancia de oropéndolas y deseos? Yo comencé a caminar en tu huerto de palomas con tu presencia pegada a mi alma. Ardía mi piel de bronce en los olivos entre la plenitud agobiante de tu inocencia. Eras en esos instantes cataclismo salvaje... el tiempo ya no era tiempo, solo un instante eterno, y tu cabellera de lirio desgarraba mis latidos, mi ardiente manzana de abril.
Entre espasmos y sacudidas de placer infinito me hacías temblar no sólo todo mi ser, sino mi conciencia y todo lo innombrable de mí, porque yo aún no había inventado todas las palabras. Mi tallo encarnado vibraba con la agitación de tu cintura y tus caderas sobre mi vientre, y hacías palpitar mi ser y mi alma, y el interior de mi consistencia y de mi espesura, de mi substancia y densidad.

Era tan hermoso tocarte cuando  acariciaba con mis manos tu piel delicada, hirviente y sin secretos, manifiesta para mí en todo momento, y a pesar de conocerte tanto, me sorprendía el encantamiento de tu huerto obscuro y el néctar de tus senos en los que yo me sumergía para beber y apagar mi sed eterna. ¡Ya no hay agua que extinga mi avidez!  ¡Hoy mis labios están secos, seca mi lengua, mi boca toda, y seca y espesa está mi sangre que ya no mana por mi cuerpo, porque tú la hacías arder y fluir por mis venas!
Ahora ya no te espero con mis manos llenas de lirios; ahora despierto abrazando mis sueños donde te encuentro. Ya no miro a la distancia con la esperanza de cuervo triste; ahora descubro lo cercano que estoy yo de ti; ya no rezo a Dios para escucharte en los lamentos de la higuera; tan sólo elevo una oración para que estés siempre en mí.
Mi Lilith, mi aliento de vida, juntos éramos una sola carne; fuimos hechos de la misma arcilla y de las mismas manos del alfarero. Ahora tengo frío, ¡como si Dios te hubiese arrancado no solo del Edén,  sino de mis entrañas y mi espíritu,  y me hubiese entumecido con ello mis huesos y mi sangre!
¡Lilith! ¡Lilithh! ¡Lilithhh! ¡Lilithhhhh! ¡Qué el faro de luz de ángeles que hoy alumbra para mí se apague y me hunda en las más negras tinieblas si el suspiro doliente de mi pecho no es un quejido que mi alma envía a tu alma. Que mi espíritu sea envilecido por criaturas del fuego eterno si mi luz no te busca para alumbrar tu camino obscuro. Que mi nombre quede enmudecido por la boca de todos los seres de la tierra si mis labios profanan tus secretos ocultos en la niebla. Que me deshaga yo en el polvo y disuelva para siempre en el viento frío del invierno si en mi corazón de bronce no nacen espigas de nostalgia y desdicha al no verte... ¡Y que no se me acaben las palabras para seguir diciendo en los tiempos infinitos que te amo!

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