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Hacia los mares del Hades

Mi mente era  templo para los dioses, y ante ellos yo era luz y cielo. Yo era feliz. Sin embargo, siempre muy dentro de mí, escondía mis sentimientos más tenebrosos y obscuros. Hoy no he podido más, y a sus ojos  he abierto mi  alma putrefacta. Todos se han horrorizado al verla, al olerla y escucharla. De ella han brotado los lamentos más bestiales y sobrenaturales; se escuchan gemidos de agonía, quejidos de muerte lenta y dolor infinito. Ante este cuadro la ternura de los seres divinos se ha transformado en miedo, terror y odio. Todos al unísono me han maldecido hasta enmudecer con el más profundo estertor de su pecho; han querido condenarme a la más horrenda y honda soledad, pero ya ningún efecto han podido obrar sobre mí, porque al final de cuentas, yo ya estoy maldecido desde mi primer nacimiento. Ante su derrota, se han alejado de mí como los aldeanos de un leproso. Por mi parte,  yo he profundizado en mi interior, solo, reconociéndome.
   Hoy he decidido saltar hacia los mares del Hades, ahí donde se envilecen las almas más puras. Quiero arrojar en sus aguas mi soledad maldita para que ahí termine de pudrirse, y quisiera ahogar también allí mi deseo, mis sueños dorados y mi vana esperanza. Si no he podido tomar del vino que habría de salvar mi alma, al menos tomaré el veneno que me deshará de ella. Duermo con la soledad, la bebo y la respiro, despierto con ella,  y la encuentro cada mañana anidando en mi espíritu como dulce víbora. Si tuviera garras las enterraría en mi corazón y arrancaría de mis entrañas a ese monstruo diabólico que se guardó en mi sangre, en mis células y en mis huesos. No importa si con ello desintegro todo mi ser; no importa que estalle o reviente, porque mi vida así ya no es vida. Yo te maldigo Soledad, con toda la Fuerza del Cosmos y con todos los Siglos Infinitos.

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