Siento miedo irracional
cada vez que llega el ocaso.
Como si una corbata
se ajustara a mi corazón
y lo exprimiera.
Al caer la última luz
la congoja me invade.
Y pienso, como brillante ser,
egolatra por racionalidad,
en que todo va bien,
en que no pasa nada.
Y aun así
no puedo evitar el terror
que invade mis células,
que me recuerda a cincos,
y a ochos,
y a treces, sobre todo a treces.
Que me retuerce.
Es cerrar los ojos
y solidificar cada flujo interior
como si Disney se mofara de mi
en su lecho de hielo voluntario.
Como víctima de medusa,
estatua de aguasal,
loca de San Blas.
La noche me impide conciliar
este fatídico sueño,
pues no dejo de recordar
que mañana al salir el sol
puede que todo sea igual que hoy.