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A una carta

Y sal a la calle,
y el mundo parece distinto,
como si el sol fuese más grande
y los arcoíris volaran sobre Madrid.
La música retumba
y fluye enfervorizada
te recorre la espina dorsal
el canto de tu propia mente
que se abre al nuevo mundo,
al que ya no es negro,
al que recoge un sentido varado
en la incógnita existencial
que se encuentra en la boca de metro.
Tú, poeta de calle,
observas la gran ciudad
como hecha para ti,
porque te has ganado ese descanso
que ha vuelto a invadir tu alma.
Y nada puede estropearlo.
Ni aunque el mundo se empeñe.
Aparcarás tu pistola
cargada con una salida,
una única vía de escape
en lo más profundo del cajón del subconsciente
y la verás oxidarse y pudrirse.
Tu fénix resurgirá entre cenizas
alegórico rincón
al que aferrar el alma.
Tendrás miedo entre los huesos
porque ya no confías en nadie,
y mucho menos,
en ti mismo.
Cree en algo por una vez.
Agradece a la vida
y coge la roja fruta
que te tiende en su mano.
Sonríe, poeta de calle.
Sonríe como si Wilde,
Neruda, Lorca o Jara,
siguiesen vivos.
Sonríe como si sus amores escritos
fuesen en tu vida
reales.

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