Y salté.
Me tiré desde el acantilado más alto.
Y el agua fría rompió mis huesos,
y me quedé sin respiración,
y sentí morir.
Pero entonces desperté,
y nadé al exterior.
El agua fría mimetizó todos mis sentidos
hasta volverme totalmente inmune al dolor.
La corriente me arrastraba hasta la orilla,
pero no quise salir,
no quise dejar atrás aquel nuevo medio,
quise vivir,
sentir como mis dedos se arrugaban
y flotar en el interior.
Los peces acariciaban mis piernas,
las piedras frenaban mi avance.
Jamás abandonaría todo aquello,
claro que no,
hasta los próximos 10 años.