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Espero

Solo y ajeno,
los días pasan
y espero.
Espero.
Y mayor se hace el vacío,
mayor se hace el tormento
de sentirme solo,
de sentir que no valgo,
que estoy muerto.
 
¿Qué más da vivir
unos minutos más
sin ti?
 
Pero espero.
Espero.
 
A tu lado, no me siento solo.
En una silla compartida
los dos estamos.
Me sonríes,
te beso
y hablamos.
¡Cuánto hablamos!
 
Distante entonces te vi.
Tú, cruzando la puerta
de los viajes,
distante
–distante, pero no tu corazón–,
llorabas.
A mi lado querías estar;
y distante.
Distante.
 
Y espero.
Espero.
A tu lado quiero estar
otra vez.
Todos los días.
Abro los ojos;
no estás.
Muerte. Agonía.
Me siento solo.
¿Habré soñado contigo?
Solo.
Eternamente.
Solo.
 
Y espero.
Espero.
“La esperanza nunca muere”:
eso no es verdad.
Muere lentamente,
aunque se revive con facilidad,
salvo que se haya silenciado.
(Entonces, se requiere un milagro.)
 
Y espero.
Espero
con volver a verte;
que cruces esa puerta de olvido;
hacia mi memoria, un tránsito.
Tú conmigo, yo contigo.
 
Y espero.
Espero.
 
Tal vez me canse de esperar.
Si es así, cruzaré yo la puerta.
Quizá llorando me encuentre contigo
en el olvido
esperándome.
 
Te espero.
Sí, te espero,
pero vuelve pronto
que te extraño mucho.

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