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«Chikatilo, la bestia de Rostov» II

SEGUNDA PARTE

Los grandes asesinos de la historia tienen 3 fórmulas para actuar:
1.   La compulsiva «el relámpago».– Actúan de forma compulsiva, así lo denominan los expertos. De esta forma los asesinos atacan a sus víctimas y los destrozan en los primeros segundos.
2.   «La emboscada». – Preparando adecuadamente el momento de actuar, emboscar a la víctima.
3.   «El engaño». – La retórica, las buenas palabras para sus víctimas. La manipulación para lograr sus objetivos.
Esta última forma, el engaño, era el método de Chikatilo.
Con Lena, a la que asestó 30 puñaladas, lo que le produjo un frenético éxtasis, comenzaba la escalada de crímenes de Andrei «La Bestia de Rostov». Desde ese momento, Chikatilo, supo que sería la primera víctima, aunque no la última.
Una vez acabado, cogió a la niña inerte en brazos y la llevó a un río cercano y dejó que se la llevara la corriente, dejando detrás de sí un rastro de sangre.
Dos días después, cuando encontraron el cadáver de la niña que, además de presentar las 30 puñaladas que le asestó, sufrió una mutilación: le faltaban los ojos. Empezaron a indagar y las pesquisas de la policía, les condujeron a la cabaña de Andrei; allí, vieron el rastro de sangre. Le preguntaron, pero era un tipo muy normal: tenía dos hijos, tenía un trabajo como maestro de escuela. Nada hacía sospechar que fuera un violento y sanguinario asesino sexual. Por si fuera poco, la suerte se alió con Andrei, pues por la zona apresaron a otro depredador sexual, Alexander Kravchenko, un psicópata sexual, que fue detenido por aquella zona y fue ejecutado por un asesinato que no cometió. Por lo tanto, Andrei escapó por los pelos, pero escapó. La policía se equivocó, por lo que más temprano que tarde, se arrepentirían.
De todos modos, la llegada de la policía consternó a Andrei, por lo que tardó un poco en realizar su segundo asesinato.
En 1981, tres años más tarde, el 3 de septiembre de ese año, volvió a las andadas. La segunda víctima era una joven de 17 años, llamada Larisa Tkachenko, a la que, también con argucias y mentiras, logró llevarla a un bosque frondoso para, una vez allí, estrangularla hasta la muerte, para después mutilarla a su manera, mordiéndole la garganta, como si fuera un vampiro y cortándole los pechos con un cuchillo bien afilado. Se comió los pezones y, finalmente, como si fuera la guinda del pastel, le arrancó los ojos y, ya saciado su instinto criminal, tuvo un orgasmo sobre el cadáver para, inmediatamente, como si fuera una especie de guerrillero, ponerse a bailar en torno al cuerpo mientras aullaba como un lobo.
A partir de ese momento, a parte de ser un tipo totalmente desequilibrado, pierde el miedo a ser detenido y comenzó una auténtica cacería que duró años.
Durante la década de los 80s., Chikatilo asesino a más de 50 personas, la mayor parte niños y niñas. El coto de caza de Andrei era la estación de trenes de Rostov, siguiendo la pauta de mutilarlos salvajemente, cortándole las arterias, las extremidades, los ojos y los órganos sexuales, pecho y vagina en las niñas, pene y genitales en los niños; y en algunos casos incluso los decapitaba.
Les extraía los globos oculares, porque creía que se quedaba en ellos grabada su imagen, pensando que, de este modo, no podían identificarle la policía. Por si fuera poco, aquel canibalismo que había sufrido en su familia empezó a adueñarse de él y empezó a extraerle las vísceras a sus víctimas, con las que con mucho placer se daba el banquete.
Una mente más malvada, no se puede concebir, pero existió, Andrei Romanovich. Siguieron las prácticas. Era el momento sublime para él, se sentía poderoso. Esa sociedad que le daba la espalda, esa sociedad que le había negado todo, ahora estaba pendiente de él. Sus manos actuaban, sus manos le hacían sentirse un dios.
Decididamente se volvió loco. Comenzaron los primeros rituales, los métodos eran exactamente iguales en todos; pero desconcertaba a la policía, porque no había un patrón que siguiera. No solamente eran niñas, ya le daban igual vagabundos, mendigos, gente de mal vivir, prostitutas, de toda calaña, de toda clase, de toda condición, aunque tenía una fijación por las niñas. Todos fueron cayendo.
En el año 1982, ya llevaba 30 víctimas mortales. Andrei ya no quería parar. Chikatilo, como a él mismo le gustaba llamarse, no quería parar, le había encontrado sentido a su vida. Una vida convulsa, criminal y despiadada.
La policía se puso a trabajar. En una de las víctimas encontró restos de semen. Rápidamente ese semen fue analizado, dando como resultado el grupo sanguíneo AB.
Empezaron a buscar. Rostov era una ciudad lejana, pero populosa, capital de Óblast de Rostov, en el Sur Oeste de la Rusia Europea. Allí consiguió un trabajo como inspector, lo que le daba mucha movilidad. Esta circunstancia le permitía viajar, facilitándole moverse alrededor de varios Km a la redonda de Rostov. Este era el motivo por el que la policía estuvo más desconcertada, si cabe, porque iban encontrando a las víctimas muy esparcidas, en un diámetro enorme. Este hecho hacía que los investigadores tuvieran que barajar entre muchos candidatos o sospechosos.
Un buen día, en el mercado central de Rostov, apresaron por casualidad a Andrei Romanovich. En un maletín que llevaba, le encontraron un bote de vaselina, una cuerda y un cuchillo de enormes dimensiones. Le hicieron un análisis de sangre, pero el resultado era que daba el grupo sanguíneo «A» y no del grupo «AB». Por lo cual, lo descartaron como sospechoso.
La policía centraba su búsqueda entre varios perfiles: deficientes mentales, homosexuales, perturbados mentales reconocidos; pero también se buscaba a un hombre «normal», a un hombre que tuviera una familia con hijos, con un trabajo estable y que pudiera llevar una doble vida. También se empezó a indagar entre todos aquellos que tuvieran un coche, «hay que pensar que, la tremenda crisis que padecía la extinta URSS daba lugar a que no todo el mundo podía disponer de coche». Un coche propio y que le permitiera libertad de movimientos. Andrei se ajustaba a este último perfil, pero el grupo sanguíneo falló, por tanto, lo dejaron en paz; pero las muertes siguieron.
Finalmente, los rusos decidieron desplegar todo su potencial. La sociedad estaba ya conmovida, era demasiado, buscaban una respuesta, ya que veían como eran asesinados sus hijos, hermanos y gente que conocían. Se hablaba ya de «La Bestia de Rostóv».
Los japoneses, que se interesaron por el caso, enviaron un informe médico. En ese informe aclaraban que, no necesariamente, el grupo sanguíneo del semen se tenía que corresponder con el de la sangre. Existía una casuística, unos datos, que decían que uno de cada diez mil individuos podía tener esa disparidad entre el grupo sanguíneo del semen y la sangre en sí. Esta hecho, en principio, pasó desapercibido, aunque más tarde se comprobó que en Andrei Romanovich se daba esa circunstancia.
Rusia despliega a más de 600 policías, investigadores de toda suerte de disciplinas: perfiladores, psiquiatras, secreta, expertos en crímenes sexuales y policía de campo; situándolos en la zona de Rostov. Quieren encontrar, a toda costa, a ese criminal y pondrán todo lo que esté en sus manos para encontrarle. La zona de Rostov es una zona boscosa, con muchos árboles, por lo que tenían que realizar un gran despliegue policial.
Después del interrogatorio al que había sido sometido Andrei tras la detención de 1984, bajó la frecuencia e intensidad de sus crímenes, tan solo había asesinado a un par de personas desde entonces; pero estaban todos tras la pista. Muchos policías se movía por la zona del ferrocarril, ya que allí había actuado, allí había seleccionado a gran parte de sus víctimas. Tarde o temprano caería. Había policías camuflados de campesinos, viajeros, vagabundos, de taquilleros e, incluso, policías femeninas que simulaban ser prostitutas, para ver si captaban la atención del criminal. Tarde o temprano, Andrei cometería un error y le pillarían. Pero aún iban a pasar muchos días. La policía llegó a tener la ficha de 26.500 sospechosos; se llegaron a revisar hasta 500.000 fichas de 500.000 rusos que fueron investigados.
Por último, nos situamos en noviembre de 1990, concretamente el 6 de noviembre. Un sargento de la policía está haciendo su patrulla por el bosque, un bosque que estaba próximo a la estación de ferrocarril. Había encendido un cigarrillo cuando curiosamente observa como un hombre, vestido con traje y corbata, sale aprisa de ese bosque, con la ropa manchada y con síntomas de nerviosismo. El sargento se acerca a ese hombre y le pide la documentación. Después de comprobar la documentación y de que era un ciudadano ímprobo, le deja ir, pero toma muy buena nota del nombre. Se trata de Andrei Romanovich.
Andrei ocupaba el lugar número 90 de los 26.500 sospechosos. Pero el 12 de noviembre, se descubre el cuerpo de la última víctima, horrorosamente mutilada, Svetlana Korostik. Desaparecía el 6 de noviembre, la última víctima de Chikatilo, de 22 años de edad. Su cuerpo se encontró el día 12 en un bosque cerca de la estación de Donleskhoz. Los forenses determinan que había muerto en un plazo no superior a una semana antes. Apareciendo precisamente en la zona donde aquel sargento había parado a Andrei.
El 20 de noviembre de 1990, Andrei, «la Bestia de Rostov», fue detenido. Fue sometido a todo tipo de pruebas, de preguntas, de investigaciones, sesiones maratonianas. Finalmente, Chikatilo se desmorona. Primeramente confiesa que le gustan las películas pornográficas, donde aparecen niños, seguidamente afirma que los mendigos son almas nauseabundas que conviene eliminar.
El día 26, a punto de ser soltado ya que, al día siguiente expiraba el plazo de retención que dictaba la ley rusa, confiesa ser autor de la muerte de todas esas víctimas. Da detalles, describe el lugar de los hechos y cómo lo hizo. La policía soviética, escuchan horrorizados y estupefactos, la espeluznante narración. Andrei incluso ofrece la posibilidad de que le dejen vivo, porque le consideraban una celebridad. Pensando que, al ser tan popular, le van a conceder una pensión por servir de ejemplo a la ciencia y, describe, cómo le cortó el brazo a aquel, cómo seccionó los pechos de aquella o cómo se comió sus vísceras. Masticaba los órganos sexuales, tanto de niños como de niñas o adultos de ambos sexos, cómo devoraba los úteros y de cómo disfrutaba enormemente metiendo el cuchillo en los cuerpos de sus víctimas.
El juicio llegó, fue algo tremendo, conmocionando a la sociedad rusa. Los familiares de las víctimas se agolpaban en los juzgados de Rostov. Durante el juicio hubo que meterle en una jaula de metal, para protegerle de las reacciones de los familiares de las víctimas. Todos querían acabar con él. No podían concebir que un criminal, que una bestia de aquella calaña, pudiese convivir entre ellos. La policía tenía que formar un cordón alrededor de la jaula, para protegerlo. Chikatilo se había rasurado el pelo, dejando ver su cráneo. Se comportaba de forma nerviosa, excitado, para hacer ver que era un enfermo mental. Los psiquiatras forenses, dijeron que no era un enfermo mental, que todo lo había hecho con sus facultades cognitivas intactas, fríamente, que lo había hecho porque de esa manera se sentía poderoso, pero que de ninguna manera era un enfermo mental.
Por fin, en 1992, se dictó sentencia, la «Bestia de Rostov» fue condenada a muerte. En Rusia tenían una manera muy especial de aplicar la sentencia de pena de muerte. El reo nunca sabía en qué fecha iba a ser ajusticiado.
La última entrevista que se le realizó a este horrible perturbado sexual, asesino psicópata de niñas, fue en verano de 1993. Finalizó la entrevista diciendo: «Pido a mis camaradas y amigos, que me perdonen, solo eso, que me disculpen». La sentencia consistía en darle un tiro de gracia en la cabeza. A todo esto, él sugirió que su cerebro fuera entregado a la ciencia para que ninguno como él, volviera a nacer.
Chikatilo afirmaba que una parte de su cerebro le pedía que tenía que matar, pero que la otra parte le animaba a que tenía que dejar de matar. El cerebro de Andrei Romanovich «Chikatilo», se debatía entre el bien y el mal
En febrero de 1994, el verdugo esperaba en una estancia donde Andrei fue conducido. Allí había una orden muy clara: que el disparo no dañara el cerebelo. Y al fin, la sentencia se cumplió, ese febrero de 1994, el criminal más cruel de la historia rusa fue ejecutado.
Esta ha sido la historia de Andrei Romanovich, «Chikatilo», nunca sabremos cual fue su último pensamiento.
                                                                     FIN

                                                         Alfonso J Paredes.

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