Caricamento in corso...

El día en que Cortázar revivió fue un 14 de mayo de 2016

Escuché que venías a visitarme.

Mis cronopios se asustaron.

Comenzaron a caminar en círculos, mientras agazapados susurraban

que todavía no.

Yo no les quise poner mayor atención, así que decidí recostarme sobre el lado izquierdo,

mi favorito.

Cerré (más) los ojos.

¿Y qué si venías a verme?

No serías la primera ni la última, y definitivamente tampoco serías la más loca.

¿Cuál es el problema de estos vetustos cronopios?

Decidí atender el asunto después, como cualquier experto burócrata típicamente haría un viernes a las 16:35 horas. Al cabo que tiempo es lo que me sobra desde 1984.

Ya te encontrabas cerca.

Pude sentir los pasos toscos, ligeros, torpes.

Los tuyos, finalmente.

Pero también sentí tu derroche de pasión hacia la Ville des Lumières. No lo ocultas y lo saboreas concienzudamente.

Comprendí a los cronopios.

Ellos nunca se equivocan.

La única anterior ocasión en que percibí esa vibración me alcanzó para estar vivo durante setenta años.

Gracias a vos recordé lo que era alabar, más que observar, cada rinconcito parisino. Cómo no importando las inclemencias humanas o naturales, la ciudad no deja de presentarse hermosa, antigua e imponente. Comprobé que mis barrios seguían poseyendo su esencia, a pesar del cambio de estilo de los coches y de algunas personas. Los lugares en los que amé no me habían olvidado. El hechizo de Lutecia atormenta a locales, extranjeros, aristócratas, pordioseros, vivos, muertos...

Muerto...

¿A quién se le ocurre estar muerto cuando el jazz, la cultura y la bohemia todavía emanan a vertientes entre el bullicio de todos los días de mi París?

Si tuviera todavía cuero cabelludo, ya me lo habría arrancado, che.

¡Los celos que me has dado!

Fue demasiado; no podía reanudar de manera tan plácida mi eterno descanso. He huido al Au Chien qui Fume con todo y lápida.

Ya me han traído lo de siempre.
——————————————————
Lote tres, espacio veinticinco.

Lote tres, espacio veinticinco.

Lote tres, espacio veinticinco.

Minutos infructuosos de búsqueda nos llevaron a la única conclusión:

Se había marchado.

Solo Cortázar se las ingenia para no estar muerto cuando vengo a visitarlo; qué apropiado y congruente de su parte.

—No creo que se hayan llevado el cuerpo. Has de estar parada sobre él, ¡aquí estás!—.

Carlos no lo entiende. O prefiere ignorarlo.

No sabe que rendir culto a alguien es en realidad rendir culto a su memoria tangible en el mundo; no a sus decadentes, podridos huesos.

Suspiré.

—Qué decepción, che. Qué decepción—.

Altre opere di Ana Karen Rodarte Sánchez...



Top