Estoy en el colectivo.
Miro por la ventana para pasar el rato y algo me llama la atención. No hay gente. Veo basura tirada en la vereda, perros sin dueño deambulando por ahí, pero ninguna persona. Me hace acordar a un cuadro de Dalí, ya no recuerdo cual. El colectivo  en un instante se convirtió en una nave, y yo, un astronauta haciendo el primer viaje tripulado a Marte. La señora a mi lado, era mi copiloto y su Sudoku, el manual de instrucciones de la nave,  que nos develaba los secretos que nos ayudarían a concretar nuestra misión. Ví pasar un asteroide y mis huesos temblaron. La desolación a nuestro alrededor era absoluta, una negrura inmensa en donde a lo lejos se podían apreciar el planeta tierra, su luna y las estrellas.
Podría haberle preguntado si era correcto el trayecto en el que estábamos a mi copiloto pero su concentración ante el manual de instrucciones me hizo cambiar de opinión. La nave acaba de ser interceptada por un meteorito y destrozada en pedazos, entre tanto escucho a mi copiloto, “Vos no te bajas acá pibe?”. Tiene razón, habrá escuchado cuando le dije al colectivero y estuvo muy atenta durante el viaje . Le agradezco y me bajo. Saludo con la mirada a esa nave de fibra cual náufrago se despide de su balsa improvisada al llegar a tierra.