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Pócima de insurrección

 
Una trifulca amorosa,
un desengaño rotundo.
Una calurosa bienvenida,
seguida de un olor nauseabundo.
Cuatro tijeras invertidas,
algún placer de otro mundo,
maneras de decir la vida,
sin tener que incurrir en segundos.
 
Cualesquiera que sean,
los motivos de tal desventura,
el corazón predica caliente,
el rumor de esta cruel singladura.
Vuelta al cincel y al papel,
a esculpir el sonido del alma,
no hay palabra que pueda acoger,
lo que truena y retumba, retranca.
 
Sensaciones no individuales,
huéspedes imberbes e inánimes,
de ausentes y grises hostales.
¡Confusión y tristeza!, mujeres afables,
katiuskas y chubasqueros,
en el pais de las meigas campantes.
Melancólica ternura en camisón,
la Caverna de Saramago, y la de Platón.
 
Entre tanto Rey puesto y Rey muerto,
el tablero de ajedrez, como único
sustento, quien se puede creer,
lo que sucede en la calle, personas
agrestes y el viento indomable.
Razones de peso para querer ser
amable, ventanas cerradas, alpiste
al vinagre, consultadle al abominable.
 
Aquí queda un ente sediento de sangre,
las veces que no hay tinta,
no hay paz ni razones que quieran
empujarme, a decirle al mundo que
no por mucho que pida, se le da al
necesitado, ni por mucho que grite,
se le escucha al callado, lo que quiera
decir aquí quede plasmado.

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