Lluvia.
No es solo lluvia.
Es el cuerpo que se olvida
de cómo respirar,
de cómo moverse sin romperse.
Se mezcla el agua con el deseo
y no sabemos si mojamos las manos o la piel.
¿El amor o la tormenta?
¿Nos mojamos de pasión o de miedo?
Gotas sobre la ventana,
golpean como dedos
que buscan una respuesta
que no existe.
Un trueno,
y nos miramos,
sin saber si lo que queremos
es callarnos
o rompernos en voz.
Cuerpos desbordados,
se cruzan sin permiso,
se sueltan,
se pierden en el aire denso,
y la pasión se derrite en cada charco.
Un respiro,
pero es la lluvia la que respira por nosotros,
la que tiene la verdad
que nunca llegamos a decir.
Es un juego sin reglas,
como este amor que se disfraza de tormenta.
La noche no pregunta,
el viento no sabe si es un beso o un grito,
y las palabras ya son solo un eco,
un suspiro ahogado entre las cortinas,
entre la humedad de la piel que no se quita.
Y tú,
ahí,
bajo la lluvia,
sin importar si te mojas
o si nos olvidamos.
El pronóstico es confuso:
lluvia o calor.
Pasión o destrucción.
Nos mojamos igual.
En la noche,
todo se funde en un charco
donde el amor
es solo lo que queda de la tormenta
cuando ya no llueve.