A.r.man.d.o

El tiempo de los espejos

 
 
Un destello viajaba incierto por poblados inhabitados.
 
De vez en cuando miraba hacia atrás, era fuertemente acechado.
 
 
Gateaba entre yermos añejados.
Celestes piezas caían celosas por su ambición,
mas la noche y sus hijas las arrullaban, las consolaban;
le daban de beber a su padre Urano,
concibiendo adormecer la furia hacia la creación.    Entre mitos sepultados se reflejaba la negación.
 
 
Las cordilleras, estremecidas, se recogían a sí mismas, ansiosas por su labor.
El mar se abrió como la lacandonia entre octubre y diciembre,
y en sus abismos se escuchaban cantos divos, fruto del vigor olvidado.
 
Surcó estepas sombrías donde el tiempo susurraba promesas detenidas
y los vientos contaban secretos de quienes jamás existieron.
 
Allí, las montañas le ofrecieron sus raíces,
los ríos su reflejo invertido,
y a cada paso tejía historias que sólo los árboles ciegos recordaban.
 
 
Fue así que el silencio lo abrazó,
y en el umbral de la calma, el destello entendió:
su viaje no era hacia un lugar, sino hacia un espejo olvidado en el centro de todos los seres,
un espejo que todavía soñaba con ser completo.
 
Se restauró por el siempre que nunca será, sabor insoluble nacido en los labios sin dueño, tacto misericordioso  de la oculta verdad.  Bonanza próspera y bella...
 
El destello avanzaba entre pasos ruidosos y pasos descalzos,
pasos desplumados, señales visibles, mas no absolutas. Evidentemente ahora, inmune a la tortura,
se vive una vida día a día, se repetía.
 
Era un aura que bailaba natural,
así llegaba la paz.
 
 
 
No fue hombre, mujer o niño.
No llevaba nombre, ni sed, ni hambre.
No fue un navío o fortaleza.
No vivió guerras ni gritos.
Anduvo sin sombra, sin pasión, sin instrumentos.
No conoció religión, dogmas o bendiciones.
No estuvo presente en el inicio ni en el final.
Sin días, sin años, sin milenios.
 
Sin embargo, fue todo al mismo tiempo.
 
 
Fue quien quiso ser,
un ser con el amor, testigo del saber,
el hijo profético que hablaba de El tiempo de los espejos.
 
 
—Armando

Prefacio

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