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BALANCE NOCTURNO

Sorpresas en la noche

La fuerza interior, la que nos incita a continuar efectuando nuestros propósitos, no siempre acude en nuestra ayuda, especialmente en aquellos momentos en que un manto gris, tedioso, domina el ambiente que nos rodea. Todo resulta sospechoso, casi fantasmal, las puertas permanecen cerradas y no hay salida posible.

Esa mañana en el cementerio sentí pánico. Las miradas de quienes acompañaron el cortejo fúnebre se me clavaron con severidad, como si estuvieran acusándome.
Llovía en forma copiosa, igual que la noche del accidente, aunque no sé si cabe llamarlo así... ya que analizando los hechos anteriores a ese fatal acontecimiento, todo parece indicar que hubo una mano negra.

Cuando desconocemos las causas, nuestra imaginación logra tomar las riendas para alejarse hacia otra dimensión... y quedamos inmersos en pensamientos oscuros. Luego recapacitamos y, por esas cosas sin sentido, vemos la verdadera cara del culpable.
Resulta imposible aceptar lo descubierto, me siento en la obligación de presentar la denuncia. La verdad debe salir a flote, caiga quien caiga.

Hacía tiempo que los números no cerraban en la empresa de Dorothy, pese a que yo me esforzaba al máximo para equilibrar las cuentas, y ella se enojaba conmigo advirtiéndome que mi puesto como Jefa de Contaduría pendía de un hilo. A modo de compensación y para no perder mi empleo, muchas veces me quedaba trabajando después de hora.

Aquella noche, cuando estaba por cerrar el balance luego de una ardua tarea en mi oficina, Dorothy se apareció de improviso. Me sorprendió su llegada en medio de semejante diluvio... y ella dijo haber recibido una llamada anónima para avisarle de un robo en el depósito. La miré con asombro, pues la alarma no había sonado, pero antes de que pudiera decirle nada salió en dirección al lugar del siniestro.
Minutos después escuché un grito... y cuando fui a revisar hallé a Dorothy tendida e inmóvil al pie de las escaleras que conducían al depósito.
Bajé de prisa para llegar a ella, vi que tenía los ojos cerrados y no supe qué hacer, pero por suerte traía conmigo el celular, así que llamé al servicio de emergencias para solicitar una ambulancia. Luego subí hasta la recepción y corrí hacia la puerta de entrada de la oficina para recibir a los camilleros.
Los minutos parecían horas mientras mi cabeza era un torbellino intentando dilucidar cómo se cayó, quizás se trató de un tropiezo. Fue entonces cuando escuché el ruido de una puerta que se abrió y luego se cerró. ¡Imposible! – pensé – en la oficina estábamos solo nosotras, así lo creí, aunque...
Llegó la ayuda, eran tres camilleros, a quienes conduje hacia la entrada del depósito. Ellos bajaron solos, me indicaron permanecer arriba.
A escasos minutos subieron con Dorothy acostada en la camilla y me informaron que sería trasladada al Hospital Memorial. Antes de que partieran en la ambulancia aparecieron dos policías; yo estaba muy nerviosa y tardé en encontrar mi bolso donde tenía mis documentos, que me requerían para identificarme, además les informé que era una de las jefas en la empresa.
Tomaron mis datos, y cuando les comenté sobre el ruido que había escuchado momentos antes, uno de ellos se comunicó con la central para informar del asunto. Cinco minutos después llegaron más policías, que empezaron a recorrer todas las instalaciones.
Desesperada, pedí que me llevaran al hospital para saber el estado de Dorothy, ellos accedieron y hacia allí partimos.

Pese a los intentos de los médicos por mantenerla con vida, Dorothy falleció. Se decidió realizarle una autopsia para determinar las causas de su deceso, ya que hasta el momento la carátula del caso establecía “muerte dudosa”.
Entré en shock y debieron asistirme, pero ello no fue impedimento para que un agente policial me llevara a prestar declaración, ya que yo era la única testigo del hecho.
Mientras tanto, un grupo de peritos en la investigación de su muerte seguían buscando pistas en el lugar del supuesto accidente.

En la central de policía repetí lo que había dicho con anterioridad a los uniformados que se presentaron en la empresa. Estuve allí retenida largo rato, pues surgió algo imprevisto en la pesquisa de los peritos: ellos
hallaron una colilla de cigarrillo en un rincón de la escalera que conducía al depósito. Y lo que hasta entonces estaba caratulado como muerte dudosa, ya no lo era.
Enorme fue mi sorpresa al enterarme de esto, ya que estaba prohibido fumar en ese sitio, debido al peligro de combustión de lo allí almacenado.
La empresa de Dorothy se dedicaba a comercializar pinturas de todo tipo, y uno de los requisitos de la compañía para contratar al personal era el de no fumar.
Solo éramos dos fumadores en la empresa: el jefe de producción, que estaba de licencia, y yo, por lo que pasé a ser la principal sospechosa del crimen .
Y empecé a atar cabos... las cuentas que no cerraban, el llamativo cambio de apariencia del auto del jefe de producción y las fuertes discusiones entre él y Dorothy por el confuso manejo de sus compras.
Él poseía una buena coartada, ya que supuestamente se hallaba de licencia, y su plan era casi perfecto, por haberlo llevado a cabo aprovechando mi presencia allí esa noche para inculparme. Pero cometió un descuido imperdonable y esa colilla de cigarrillo, con su ADN en ella descubierto en el análisis, sería determinante para acusarlo.
Quizás el destino quiso que yo eligiera esa noche para cerrar el balance... todo sucede por alguna razón.

Desperté con un profundo dolor de cuello, producto de haberme quedado dormida con la cabeza apoyada sobre el escritorio.
Ya era de día y apenas levanté la vista vi a Dorothy trayéndome una taza de té y una cápsula de Ibuprofeno. ¡Y me quedé estupefacta!
–¿Por qué me miras así, como si fuera un fantasma?... Revisé el balance. ¡Buen trabajo! Tómate el día libre, te lo mereces – dijo ella.

Y yo, que no salía de mi asombro, solo atiné a preguntarle:
—¿El jefe de producción sigue de licencia?...
Dorothy me miró sorprendida ante la pregunta, mientras se reía a carcajadas, y respondió:
—Jajaja ¿De dónde sacaste eso? Acabo de despedirlo porque lo pesqué fumando en el depósito.

FIN

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Autores
Laura Camus (Argentina)
Beto Brom (Israel)
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Imagen de la WEB c/texto anexado
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