Querías que viera el paraíso
bebiendo la savia de las rocas.
Querías inventar el perfume
con tu almizcle de estrago
para embriagar al sino.
Querías que la esperanza vagara
como ánima errante, derrotada,
por el corredor de cebolla
que conduce a tu doctrina.
Querías, rendición, tantas cosas...
¡Tantas cosas!
Transfigurar en fuente y faro
los voraces dictados del naufragio,
componer el mosaico del alba
con teselas umbrías.
Convertir el vino en agua
y el agua en nido de cuervos,
mostrar servidumbre al prejuicio,
legar el invierno al sin techo.
Pero fracasaste;
no pudiste lacerar la virtud
con la bayoneta blandida
por tu cábala.
Pero fracasaste;
pues llegó el armisticio
entre el perdón y la saña.
Pero fracasaste;
esta vez no rompieron
en el escarpe de una intriga
las olas de la palabra.
Y en el albor del hálito desnudo
no portará la cigüeña
tu preámbulo de páramo.
Y en el firme cortejo del instante
ya no podrás ocultarte
entre harapos de conjura
y malezas de artimaña.